Creo que Sally no va a organizar una misa con funeral por la muerte de Aba, a no ser que su padre se lo pida. Y no veo a su padre con fuerzas o gana de volverse a encontrar rodeado de sus familiares, y de los míos, en otra ceremonia. Por el contrario me parece que le alivia pensar que probablemente esta fué la última vez que se encuentre en este tipo de celebraciones.
En cada uno de los funerales en los que he estado, más bien pocos, me viene a la cabeza el pensamiento de lo que creo y de lo que no creo, aunque en ocasiones me gustaría creer.
Mi madre siempre trataba de convencerme de lo estupendo que es tener la FE. para ella, esta tierra era un valle de lágrimas, más o menos penoso, que daba paso a la vida eterna. Y no es que no apreciara las cosas de esta vida. Cuando conseguía liberarse de su pesimismo, era una persona feliz que disfrutaba enormemente de las conversaciones con personas interesantes, de la buena cocina, de sus baños matutinos en el agua helada del Cantábrico, de su aperitivo en cualquier chiringuito y de sus meriendas con cafe y croissant crugiente de los de cafetería, nada de bollos de panadería. Pero además, tenía la esperanza de que al morir se reencontraría con su marido que la dejó cuando ambos tenían cuarenta años, después de generar 6 hijos en los 10 años escasos de convivencia efectiva que disfrutaron, descontando los años de separación durante la guerra.
El Señor no me concedió a mi, sin embargo, el Don de la Fe. Me resisto a concebir el cuerpo de Jesús ascendiendo a los cielos, desfiando a las leyes de Newton que regulan atracción de los cuerpos y por lo tanto de la gravedad, impulsado por su propia fuerza. María, su madre, hizo lo mismo por méritos propios, pero ayudada por medios celestiales externos. ¿Sabías que la Asunción es tecnico-teológicamente diferente a la Ascensión? Me cuesta también creer que esos cuerpos se encuentran incorruptos y preservados al vacío en algún lugar de la bóveda celestial que cubre la tierra, expuestos al polvo cósmico, a las radiaciones y a la posibilidad de impactos contra la creciente basura espacial, sin más protección que unas débiles prendas de lino blanco.
Pero así como me es dificil concebir estos y otros Misterios, me parece evidente que existe una vida futura. Una vida con cielo e infierno cási como me explicaron de crío, cuando aún los teólogos creían en el cielo, el purgaqtorio y en el infierno. Una vida que no es eterna pero que se prolonga por detrás de la efímera existencia terrenal.
En mi cielo particular se encuentran junto a Aba, mi madre, Chilina, Rafa, Alex Pola, John Lennon, Martin Luther King, Antoine de Saint Exupery, Buster Keaton, la encantadora madre de Jano... Todos ellos viven en mi memoria. Solo tengo que oir en la radio "Imagine" para comprender que Lennon continúa existiendo en algún sitio de la galaxia, ayudando a hacer emerger los mejores sentimientos de la gente. Y supongo que ese mismo pensamiento será compartido por decenas de oyentes en ese instante. Ayer, sin ir más lejos, el espíritu de mi madre flotaba entre sus nietos reunidos en mi casa y hablamos de ella como si estuviera viva.
Afortunadamente no tengo a nadie en mi infierno particular. Algunos me han hecho daño, pero no tanto como para meterlos en esa categoría. Además tampoco se si aún viven. Pero me consta que existe un infierno donde se encuentran Hitler, Nerón y el malo de la película de Los Santos Inocentes.
No todos los que habitan hoy en el Infierno necesitaron vivir alguna vez. Ni tampoco los que habitan en el cielo. Ni falta que les hizo la vida para existir. ¿será verdad que existieron El Cid o Ben-Hur antes de que los inmortalizara Charlton Heston? ¿A quién le importa?
Algunos, como Nefertiti y Tutankamon, se hicieron construir unas pirámides para que miles de años más tarde se siguiera hablando de ellos. Lo consiguieron. Muchos han perdurado varias generaciones ayudados de sus libros, pinturas y esculturas. ¿Pensaría Botticheli que su nacimiento de Venus levantaría sentimientos entre los reprimidos adolescentes de mediados del Siglo XX? ¿Quién recordaría el semblante del Conde de Orgaz si no fuera por el Greco? ¿Sería Espartero famoso si no fuera por los pétreos atributos de su caballo? Otros más modernos utilizan materiales mucho menos nobles como el vinilo y el celuloide. Pese a que los originales están a punto de desparecer, Emule está consiguiendo que perduren sus efímeras obras en la memoria cibernética de la humanidad. Y si no lo crees, teclea "Marisol rumbo a Río" o "los Pequeniques" y tras unas horas de descarga comprobarás que aún existen. Mi pasión por el vídeo doméstico o incluso estos escritos nocturnos tienen algo que ver con mi concepto de la vida después de la vida.
En mi cielo, además de personas hay animales que me hicieron sentir querido, paisajes que ya no existen, motos que disfruté, el arpón de pesca submarina que se perdió en la Isla del Carmen, los colchones de goma-espuma del apartamento 216.... Lloré a escondidas cuando murió Fanta, pero ahora, cuando veo su foto, me hace recordar cómo saltaba de alegría cuando llegaba a casa y comprendo que fue uno de los muchos personajes que aportaron contenido en el guión de la película de mi vida y la de mis hijos, lo que la hace merecedora de una segunda vida en nuestro recuerdo.
Algunos personajes cohabitan entre el cielo y el infierno. Felipe II está en el cielo para los vendedores de souvenirs de el Escorial. Pero para los niños de Bruselas se encuentra tan en el infierno como Jack el Destripador o el hombre del saco. Lo mismo puede decirse de Franco, Mao, Stalin, el Ché, y pasará lo mismo cuando muera Zapatero, George Bush y Osama Bill Ladden.
Aba nos dejó hace unos días. Lo que más me emociona es pensar lo que en vida quiso a mis hijos. Si tuviera que resaltar alguna sus virtudes, me bastaría con decir que fué una buena persona, sin un ápice de malicia.
Tus apenados nietos, tu marido, tu hija y yo te recordamos.
lunes, 9 de junio de 2008
martes, 6 de mayo de 2008
P4 Los Primeros Recuerdos
Los primeros recuerdos
Normalmente, la gente recuerda la infancia como una época feliz. En mi caso, antes de sentarme a escribir, estuve unos días tratando de recordar algún momento agradable de mi niñez.
Pasaron por mi mente escenas del patio del colegio. Un patio de arena compactada, con porterías para jugar al fútbol. Cuatrocientos chavales, en pantalones cortos, pegándose unos a otros, con la excusa de jugar a la pelota, o sin ningún tipo de excusa. Recordando la escena con mas detalle, me di cuenta que, en realidad, lo que había eran trescientos noventa chavales que forraban a balonazos y patadas a los otros por el placer de forrar. Por eso, algunos niños preferían mantenerse apartados, jugando solos.
Recordé también las idas y venidas al colegio. Por la mañana, con mi madre que hacía el trayecto en cuatro o cinco minutos a paso normal, mientras yo iba colgando de su brazo a galope. Por la tarde, el mismo trayecto nos llevaba tres cuartos de hora. Íbamos por la calle jugando a TULA, subiéndonos en los bancos de piedra de Goya, que hacían el papel de barrera.
También me acuerdo de los días de lluvia. Dábamos una patada rápida al tronco de los árboles, para hacer que los otros se empapasen con el agua retenida por las hojas. Pero para ser franco, me acuerdo de verme muchas mas veces empapado que empapando.
La vida familiar... No es que nos llevásemos mal. Mis hermanos y yo nos ignorábamos mutuamente. Yo a mis cosas y tu a las tuyas. No recuerdo grandes peleas entre nosotros, pero tampoco recuerdo ninguna escena que demostrase que en el fondo nos necesitásemos.
Me encuentro muy compenetrado con el humor de Woody Allen cuando se refiere a su niñez. Sus recuerdos son los de un niño al que continuamente le pisan las gafas. Sin llevar gafas tengo recuerdos parecidos. Por ejemplo: un día mi madre me llevó al médico. Este, después de oscultarme dijo:
-Este niño tiene muy mala cara.
-Es que llegué el último al reparto, - contesté yo con resignación.
Me refería a una broma de mis hermanos quienes decían que yo era el mas feo de la familia por ser el mas pequeño y por lo tanto, ser el último en elegir la careta.
Comparando la situación con la de mis hijos, pienso que éstos conviven mas y por lo tanto tienen mas enfrentamientos que teníamos nosotros. En parte es lógico. Para empezar, desde pequeños han tenido que hacerse el desayuno, recoger la mesa... Nosotros no teníamos esos problemas. Además, en nuestro caso, cuando los mayores se independizaron, cada uno tuvo su propio cuarto. Yo, en el cuarto "de jugar" era el rey. Si quería forrar las paredes con fotos de pesca submarina y oír música de los Rolling, los demás no tenían que soportar mis gustos. Paloma en la rotonda tenía algo menos de libertad en lo que a decoración se refiere, pero no creo que eso la traumase demasiado. Javier podía tener sus cuadros sin terminar, los tubos de óleo encima de la mesa y dormir oliendo a aguarrás en el suyo, sin que a los demás nos afectase.
Escenas trágicas... cada Viernes. El Viernes era el día de las notas. Notas de colores. Oro para el primero de la clase. Rojo bien, ningún suspenso. Azules bronca. Verdes la catástrofe. Negras no recuerdo haberlas tenido nunca.
Javier y yo nos sentíamos muy compenetrados cada Viernes. La situación era kafkiana. Verdes. Te la cargas. Llegábamos los dos a mediodía cabizbajos temiendo el encuentro con la justicia. Pero lo peor no era eso, sino saber que, para la próxima, la cosa ya estaba decidida. Ayer mismo el Apache te había sacado a la pizarra y... a no ser que te sacase otra vez antes del Martes... Dios, ¡Las próximas notas iban a ser aún peores!
Una vez me hicieron escribir cuatrocientas veces la espléndida frase de "Soy un vago y no hago nada en clase". La misiva debería ir firmada además por mi madre.
Pronto aprendí que era más rápido escribir por columnas Soy Soy Soy Soy... un un un un... vago vago vago vago... que por filas. Aprendí también que con un poco de práctica se podría firmar Mª Josefa Alonso o, lo que era más fácil Vda. de Arias. Mi madre escribía a pluma, con una maravillosa letra inglesa puntiaguda. Garabateaba Vda. de Arias con soltura alargando las puntas y enmarcando la firma con dos rápidas elipses una dentro de la otra. Era una firma que no se podía hacer despacio. En la versión original, la pluma dejaba una marca delgadísima de tinta allí donde el trazo permitía acelerar al máximo, mientras que los trazos cortos, más lentos, la marca de tinta era más gruesa. Pero después de escribir cuatrocientas veces "Soy un vago y no hago nada en clase" me sentía animado a dibujar otras cuatrocientas veces "Vda. de Arias" seguido de dos elipses hasta que la diferencia entre la copia y el original fuese insignificante.
De mi madre tengo unos recuerdos muy confusos. Pese a respetarla como se respetaba a los mayores en esa generación, siempre estuve en desacuerdo con ella. Su profunda fe religiosa se enfrentó con mi profundo agnosticismo. Con todo, su religiosidad dejó en mí su huella. De las decenas de padres que coincidieron conmigo las primeras comuniones de mis tres hijos, siempre fui el único en mostrar suficiente respeto por el Sacramento y por la Fe religiosa en general, como para no ir a comulgar. Otros simplemente "pasaron" del tema y prefirieron recibir las hostias antes que montar el espectáculo.
Mi padre murió cuando yo nací, y pienso que mi madre reaccionó asumiendo el papel de Cabeza de Familia, por encima del de Madre Protectora.
Si se equivocó o no en esta decisión, nunca podremos saberlo, a no ser que se invente la moviola para las vidas. Hace unos años le dije en broma que no me había besado nunca hasta que aprobé Preu, pero ella lo negó y me dijo que recordaba muy bién que también me había besado el día de mi Primera Comunión.
Hablaba un francés casi sin acento asturiano muy rico en vocabulario, sin haber salido de España más que en su viaje de bodas. Llevaba las cuentas de la casa anotando en cuadernos cada uno de los gastos y el balance de la caja. Sumaba ristras interminables de números a la velocidad con la que sus ojos descendían por las columnas de las unidades, decenas, centenas, con solo una pausa al final de cada columna para anotar el resultado. Nunca he visto un método tan eficiente.
El día que aprobé el Preu es uno de los primeros días de mi vida de los que tengo un buen recuerdo. Hasta que me casé, fui siempre un estudiante mas bien mediocre. Durante todo el bachillerato tuve semanalmente unas notas terribles, a pesar de que al final, generalmente aprobaba. Pero volvamos de nuevo al tema del aprobado de Preu.
Estábamos en Luanco, y Juan Ferrari , por cierto ¿Qué habrá sido de Juan Ferrari?, se había comprometido a mandarme allí las notas. Recuerdo que llegué a casa, y vi que había un telegrama clavado en la llave de la puerta.
APROBADO TODO. ENHORABUENA
Aprobar el Preu significaba decir por fin adiós a los Padres Marianistas, a las notas semanales de colores, a mis complejos, y empezar una nueva vida... Aprobar en Junio el Preu me dio tanta moral que me creí capaz de todo y me metí en la aventura de hacer Industriales.
Pero esa ya es otra Historia.
Normalmente, la gente recuerda la infancia como una época feliz. En mi caso, antes de sentarme a escribir, estuve unos días tratando de recordar algún momento agradable de mi niñez.
Pasaron por mi mente escenas del patio del colegio. Un patio de arena compactada, con porterías para jugar al fútbol. Cuatrocientos chavales, en pantalones cortos, pegándose unos a otros, con la excusa de jugar a la pelota, o sin ningún tipo de excusa. Recordando la escena con mas detalle, me di cuenta que, en realidad, lo que había eran trescientos noventa chavales que forraban a balonazos y patadas a los otros por el placer de forrar. Por eso, algunos niños preferían mantenerse apartados, jugando solos.
Recordé también las idas y venidas al colegio. Por la mañana, con mi madre que hacía el trayecto en cuatro o cinco minutos a paso normal, mientras yo iba colgando de su brazo a galope. Por la tarde, el mismo trayecto nos llevaba tres cuartos de hora. Íbamos por la calle jugando a TULA, subiéndonos en los bancos de piedra de Goya, que hacían el papel de barrera.
También me acuerdo de los días de lluvia. Dábamos una patada rápida al tronco de los árboles, para hacer que los otros se empapasen con el agua retenida por las hojas. Pero para ser franco, me acuerdo de verme muchas mas veces empapado que empapando.
La vida familiar... No es que nos llevásemos mal. Mis hermanos y yo nos ignorábamos mutuamente. Yo a mis cosas y tu a las tuyas. No recuerdo grandes peleas entre nosotros, pero tampoco recuerdo ninguna escena que demostrase que en el fondo nos necesitásemos.
Me encuentro muy compenetrado con el humor de Woody Allen cuando se refiere a su niñez. Sus recuerdos son los de un niño al que continuamente le pisan las gafas. Sin llevar gafas tengo recuerdos parecidos. Por ejemplo: un día mi madre me llevó al médico. Este, después de oscultarme dijo:
-Este niño tiene muy mala cara.
-Es que llegué el último al reparto, - contesté yo con resignación.
Me refería a una broma de mis hermanos quienes decían que yo era el mas feo de la familia por ser el mas pequeño y por lo tanto, ser el último en elegir la careta.
Comparando la situación con la de mis hijos, pienso que éstos conviven mas y por lo tanto tienen mas enfrentamientos que teníamos nosotros. En parte es lógico. Para empezar, desde pequeños han tenido que hacerse el desayuno, recoger la mesa... Nosotros no teníamos esos problemas. Además, en nuestro caso, cuando los mayores se independizaron, cada uno tuvo su propio cuarto. Yo, en el cuarto "de jugar" era el rey. Si quería forrar las paredes con fotos de pesca submarina y oír música de los Rolling, los demás no tenían que soportar mis gustos. Paloma en la rotonda tenía algo menos de libertad en lo que a decoración se refiere, pero no creo que eso la traumase demasiado. Javier podía tener sus cuadros sin terminar, los tubos de óleo encima de la mesa y dormir oliendo a aguarrás en el suyo, sin que a los demás nos afectase.
Escenas trágicas... cada Viernes. El Viernes era el día de las notas. Notas de colores. Oro para el primero de la clase. Rojo bien, ningún suspenso. Azules bronca. Verdes la catástrofe. Negras no recuerdo haberlas tenido nunca.
Javier y yo nos sentíamos muy compenetrados cada Viernes. La situación era kafkiana. Verdes. Te la cargas. Llegábamos los dos a mediodía cabizbajos temiendo el encuentro con la justicia. Pero lo peor no era eso, sino saber que, para la próxima, la cosa ya estaba decidida. Ayer mismo el Apache te había sacado a la pizarra y... a no ser que te sacase otra vez antes del Martes... Dios, ¡Las próximas notas iban a ser aún peores!
Una vez me hicieron escribir cuatrocientas veces la espléndida frase de "Soy un vago y no hago nada en clase". La misiva debería ir firmada además por mi madre.
Pronto aprendí que era más rápido escribir por columnas Soy Soy Soy Soy... un un un un... vago vago vago vago... que por filas. Aprendí también que con un poco de práctica se podría firmar Mª Josefa Alonso o, lo que era más fácil Vda. de Arias. Mi madre escribía a pluma, con una maravillosa letra inglesa puntiaguda. Garabateaba Vda. de Arias con soltura alargando las puntas y enmarcando la firma con dos rápidas elipses una dentro de la otra. Era una firma que no se podía hacer despacio. En la versión original, la pluma dejaba una marca delgadísima de tinta allí donde el trazo permitía acelerar al máximo, mientras que los trazos cortos, más lentos, la marca de tinta era más gruesa. Pero después de escribir cuatrocientas veces "Soy un vago y no hago nada en clase" me sentía animado a dibujar otras cuatrocientas veces "Vda. de Arias" seguido de dos elipses hasta que la diferencia entre la copia y el original fuese insignificante.
De mi madre tengo unos recuerdos muy confusos. Pese a respetarla como se respetaba a los mayores en esa generación, siempre estuve en desacuerdo con ella. Su profunda fe religiosa se enfrentó con mi profundo agnosticismo. Con todo, su religiosidad dejó en mí su huella. De las decenas de padres que coincidieron conmigo las primeras comuniones de mis tres hijos, siempre fui el único en mostrar suficiente respeto por el Sacramento y por la Fe religiosa en general, como para no ir a comulgar. Otros simplemente "pasaron" del tema y prefirieron recibir las hostias antes que montar el espectáculo.
Mi padre murió cuando yo nací, y pienso que mi madre reaccionó asumiendo el papel de Cabeza de Familia, por encima del de Madre Protectora.
Si se equivocó o no en esta decisión, nunca podremos saberlo, a no ser que se invente la moviola para las vidas. Hace unos años le dije en broma que no me había besado nunca hasta que aprobé Preu, pero ella lo negó y me dijo que recordaba muy bién que también me había besado el día de mi Primera Comunión.
Hablaba un francés casi sin acento asturiano muy rico en vocabulario, sin haber salido de España más que en su viaje de bodas. Llevaba las cuentas de la casa anotando en cuadernos cada uno de los gastos y el balance de la caja. Sumaba ristras interminables de números a la velocidad con la que sus ojos descendían por las columnas de las unidades, decenas, centenas, con solo una pausa al final de cada columna para anotar el resultado. Nunca he visto un método tan eficiente.
El día que aprobé el Preu es uno de los primeros días de mi vida de los que tengo un buen recuerdo. Hasta que me casé, fui siempre un estudiante mas bien mediocre. Durante todo el bachillerato tuve semanalmente unas notas terribles, a pesar de que al final, generalmente aprobaba. Pero volvamos de nuevo al tema del aprobado de Preu.
Estábamos en Luanco, y Juan Ferrari , por cierto ¿Qué habrá sido de Juan Ferrari?, se había comprometido a mandarme allí las notas. Recuerdo que llegué a casa, y vi que había un telegrama clavado en la llave de la puerta.
APROBADO TODO. ENHORABUENA
Aprobar el Preu significaba decir por fin adiós a los Padres Marianistas, a las notas semanales de colores, a mis complejos, y empezar una nueva vida... Aprobar en Junio el Preu me dio tanta moral que me creí capaz de todo y me metí en la aventura de hacer Industriales.
Pero esa ya es otra Historia.
P5 Bailando con un jersey de angorina
Bailando con un jersey de ANGORINA
Mis primeros escarceos con el sexo débil se produjeron en Luanco. Nuestra pandilla fue bastante precoz en convertirse en heterosexual. A los trece años, Gaspar, El Chuchi, Luis, Alex Rafa y yo, ya salíamos con Juana, Cristina, Pimpa... Entre los recuerdos de esa época, me viene a la memoria una escena en la que, durante una chocolatada, Rafa se abalanzó sobre una niña, supongo que sería Pimpa. Casi inmediatamente, otra de las niñas, probablemente su prima, le atizó en la cabeza con una sartén.
Las chocolatadas constituían la forma habitual de pasar la tarde. Después de comer, robábamos de la casa de alguno una perola, cogíamos chocolate, pan, mantequilla y leche y nos marchábamos a un prado para preparar al fuego un chocolate. Generalmente resultaba aguado y con todo el cacao pegado en el fondo de la perola, pero con un sabor a humo y a leña indescriptible. Después de tomarlo, a los chicos se nos subía la libido, y tanteabamos a las mocitas hasta encontrar su límite. Este era muy reducido si no eras la pareja oficial. Se limitaba a un contacto mano contra mano jugando al telegrama, algún besito en la mejilla cuando jugabas a las prendas, aunque normalmente la prenda era: -Tienes que dar un beso al chico que mas te guste- o viceversa. De esta forma descubríamos quién iba detrás de quién. Si eras el novio oficial, se te permitía hacer manitas ligeramente apartados del resto del grupo, algún beso mas duradero que el instantáneo e infinitesimal que se daba durante el juego de las prendas, o revolcones por la hierba. Cuando hablo de revolcón, no me refiero a la palabra en su sentido figurado, sino en el sentido literal. Un revolcón consistía en abrazarse a una chica, los dos tumbados en la falda de un monte tapizado de hierba sin segar, y dejarse caer por la pendiente rodando uno sobre el otro. Cuando se aterrizaba al final de la pendiente, después de diez o quince vueltas, el mareo te impedía ponerte de pie.
Otro de los planes para las tardes de Luanco era ir a la cabecera del puerto, "El Gallo", a bañarnos. Cuando la marea estaba alta nos tirábamos desde lo alto del muelle. Generalmente caíamos de "chapla", abrasándonos la tripa. La chicas miraban desde arriba y hacían que nos envalentonásemos tirándonos de sitios que jamás habíamos intentado. Cada chico tenía su especialidad. Las mas celebradas eran las bombas, especialmente cuando se hacían en grupo. También las clásicas, como el ángel, la carpa... además de variaciones sobre estos temas como "el ángel fostiado" entre otras.
"El Gallo" podía resultar peligroso. Uno de los entretenimientos consistía no en tirarse al agua, sino en tirar al agua a los demás. Siempre que ibas subiendo por la escalerilla de piedra corrías el riesgo de que algún gracioso te empujara. Arriba tampoco podías respirar tranquilo. Cada poco, cuando estabas casi helado, disfrutando del pálido sol del Cantábrico, sentías unas garras que te cogían por los brazos y ¡Ras!, al agua de nuevo. Resistirse era peor. Se corría entonces el riesgo de caer, no en el agua, sino contra la escollera. Casi todos los chicos estábamos marcados de heridas producidas por la base del muro del muelle.
Recientemente estuve con uno de mis hijos por Luanco, y paseamos por "El Gallo". Me encantó ver que nada había cambiado. Los mismos chicos haciéndose los valientes frente a las chicas tirándose de lo mas alto, las mismas expresiones al caer al agua... Me quité los pantalones y me tiré de cabeza desde arriba, cayendo de plancha. Subí las escaleras con la tripa enrojecida, pero feliz.
Hablando de las chicas de la pandilla, también me acuerdo de la francesita de Juan Ramón. Las francesas, y en general las extranjeras tenían fama de ser mas abiertas que las otras chicas. En nuestro grupo tuvimos varias, a pesar que Asturias no era precisamente una zona turística. Juan Ramón se jactaba de haber ido a la habitación del hotel de Jacqueline, y nos contaba con pelos y señales el "lote".
Además de jugar al "telegrama" y otras juegos igualmente pecaminosos, por las tardes íbamos a bailar a la terraza que había detrás de la casa de Rafa. En la pandilla hubo dos Dominiques. Gaspar todavía se acuerda de estar bailando con Dominique la Larga. Como nos sacaba algo mas que la cabeza, la nariz nos quedaba a la altura del pecho. De los pechines, diríamos entonces. La madre de Rafa iba a vernos de vez en cuando, y hasta organizaba concursos de Twist.
En esos contactos se perfilaron los primeros amores. A Gaspar siempre le gustaron las extranjeras. Salió con una holandesa que se llamaba Lote. Sólo el nombre ya nos ponía burrísimos. Casi todos los de la pandilla nos enamoramos de Juana Garzarán; al siguiente año de Lola... "La otra noche, bailando estaba con Lola..." Al siguiente de Paloma Gardoqui.
Paloma era una chica bastante normal. No era rubia como Juana, ni tenía los ojos verdes como Lola, ni siquiera era extranjera, pero debía tener un encanto especial. Chuchi y yo nos enamoramos perdidamente. Tan perdidamente que el anagrama P.G. apareció escrito todos los días en todas las pizarras de la academia donde di clase. Mi amor duró varios años, a pesar de no ser correspondido.
Pero no quiero acordarme de las calabazas que recibí, sino de las maravillosas sensaciones que experimenté cuando salía con ella.
Para entonces, la veía no solo en Luanco, sino también en Madrid. Paloma era una de las pocas madrileñas de la pandilla.
El plan solía ser quedar en la puerta de un cine, cada uno pagaba su entrada, y luego, Paloma G., su amiga Paloma H., Rafa y yo nos íbamos a una casa a bailar. Unos días en mi casa, otros en la de Rafa, y al menos uno que yo me acuerde en un chalet que tenían los padres de Paloma H. en la zona de Ciudad Lineal.
Las dos Palomas iban vestidas con el mismo tipo de ropa. No puedo acordarme ahora si ya llevaban medias o zapatos Gorila con calcetines de cuadros. Pero lo que no quiero que se me olvide nunca es la sensación de estar bailando con la niña de tus sueños, que lleva puesto un jersey de angorina.
Han pasado ya casi treinta años, pero me acuerdo de la escena como si hubiera sido ayer. Estábamos en casa de Rafa. El tocadiscos PHILIPS estéreo reproducía una de las canciones del Rubber Soul, ¡Los Beatles en estéreo!, debía ser "In my life" u otro de los menos conocidos. Es seguro que no eran "Michael" o "Girl", porque si fuese así, me acordaría. La letra era lo de menos, no entendíamos nada, pero el tono de los Beatles nos hacía ponernos tiernos. La música nos rodeaba, tenía mis manos en su cintura, y... " Mis manos en tu cintu-ura, y mírame con dulzor... porque tendrás la aventura..." ¡Ya estoy desvariando otra vez!
Mis primeros escarceos con el sexo débil se produjeron en Luanco. Nuestra pandilla fue bastante precoz en convertirse en heterosexual. A los trece años, Gaspar, El Chuchi, Luis, Alex Rafa y yo, ya salíamos con Juana, Cristina, Pimpa... Entre los recuerdos de esa época, me viene a la memoria una escena en la que, durante una chocolatada, Rafa se abalanzó sobre una niña, supongo que sería Pimpa. Casi inmediatamente, otra de las niñas, probablemente su prima, le atizó en la cabeza con una sartén.
Las chocolatadas constituían la forma habitual de pasar la tarde. Después de comer, robábamos de la casa de alguno una perola, cogíamos chocolate, pan, mantequilla y leche y nos marchábamos a un prado para preparar al fuego un chocolate. Generalmente resultaba aguado y con todo el cacao pegado en el fondo de la perola, pero con un sabor a humo y a leña indescriptible. Después de tomarlo, a los chicos se nos subía la libido, y tanteabamos a las mocitas hasta encontrar su límite. Este era muy reducido si no eras la pareja oficial. Se limitaba a un contacto mano contra mano jugando al telegrama, algún besito en la mejilla cuando jugabas a las prendas, aunque normalmente la prenda era: -Tienes que dar un beso al chico que mas te guste- o viceversa. De esta forma descubríamos quién iba detrás de quién. Si eras el novio oficial, se te permitía hacer manitas ligeramente apartados del resto del grupo, algún beso mas duradero que el instantáneo e infinitesimal que se daba durante el juego de las prendas, o revolcones por la hierba. Cuando hablo de revolcón, no me refiero a la palabra en su sentido figurado, sino en el sentido literal. Un revolcón consistía en abrazarse a una chica, los dos tumbados en la falda de un monte tapizado de hierba sin segar, y dejarse caer por la pendiente rodando uno sobre el otro. Cuando se aterrizaba al final de la pendiente, después de diez o quince vueltas, el mareo te impedía ponerte de pie.
Otro de los planes para las tardes de Luanco era ir a la cabecera del puerto, "El Gallo", a bañarnos. Cuando la marea estaba alta nos tirábamos desde lo alto del muelle. Generalmente caíamos de "chapla", abrasándonos la tripa. La chicas miraban desde arriba y hacían que nos envalentonásemos tirándonos de sitios que jamás habíamos intentado. Cada chico tenía su especialidad. Las mas celebradas eran las bombas, especialmente cuando se hacían en grupo. También las clásicas, como el ángel, la carpa... además de variaciones sobre estos temas como "el ángel fostiado" entre otras.
"El Gallo" podía resultar peligroso. Uno de los entretenimientos consistía no en tirarse al agua, sino en tirar al agua a los demás. Siempre que ibas subiendo por la escalerilla de piedra corrías el riesgo de que algún gracioso te empujara. Arriba tampoco podías respirar tranquilo. Cada poco, cuando estabas casi helado, disfrutando del pálido sol del Cantábrico, sentías unas garras que te cogían por los brazos y ¡Ras!, al agua de nuevo. Resistirse era peor. Se corría entonces el riesgo de caer, no en el agua, sino contra la escollera. Casi todos los chicos estábamos marcados de heridas producidas por la base del muro del muelle.
Recientemente estuve con uno de mis hijos por Luanco, y paseamos por "El Gallo". Me encantó ver que nada había cambiado. Los mismos chicos haciéndose los valientes frente a las chicas tirándose de lo mas alto, las mismas expresiones al caer al agua... Me quité los pantalones y me tiré de cabeza desde arriba, cayendo de plancha. Subí las escaleras con la tripa enrojecida, pero feliz.
Hablando de las chicas de la pandilla, también me acuerdo de la francesita de Juan Ramón. Las francesas, y en general las extranjeras tenían fama de ser mas abiertas que las otras chicas. En nuestro grupo tuvimos varias, a pesar que Asturias no era precisamente una zona turística. Juan Ramón se jactaba de haber ido a la habitación del hotel de Jacqueline, y nos contaba con pelos y señales el "lote".
Además de jugar al "telegrama" y otras juegos igualmente pecaminosos, por las tardes íbamos a bailar a la terraza que había detrás de la casa de Rafa. En la pandilla hubo dos Dominiques. Gaspar todavía se acuerda de estar bailando con Dominique la Larga. Como nos sacaba algo mas que la cabeza, la nariz nos quedaba a la altura del pecho. De los pechines, diríamos entonces. La madre de Rafa iba a vernos de vez en cuando, y hasta organizaba concursos de Twist.
En esos contactos se perfilaron los primeros amores. A Gaspar siempre le gustaron las extranjeras. Salió con una holandesa que se llamaba Lote. Sólo el nombre ya nos ponía burrísimos. Casi todos los de la pandilla nos enamoramos de Juana Garzarán; al siguiente año de Lola... "La otra noche, bailando estaba con Lola..." Al siguiente de Paloma Gardoqui.
Paloma era una chica bastante normal. No era rubia como Juana, ni tenía los ojos verdes como Lola, ni siquiera era extranjera, pero debía tener un encanto especial. Chuchi y yo nos enamoramos perdidamente. Tan perdidamente que el anagrama P.G. apareció escrito todos los días en todas las pizarras de la academia donde di clase. Mi amor duró varios años, a pesar de no ser correspondido.
Pero no quiero acordarme de las calabazas que recibí, sino de las maravillosas sensaciones que experimenté cuando salía con ella.
Para entonces, la veía no solo en Luanco, sino también en Madrid. Paloma era una de las pocas madrileñas de la pandilla.
El plan solía ser quedar en la puerta de un cine, cada uno pagaba su entrada, y luego, Paloma G., su amiga Paloma H., Rafa y yo nos íbamos a una casa a bailar. Unos días en mi casa, otros en la de Rafa, y al menos uno que yo me acuerde en un chalet que tenían los padres de Paloma H. en la zona de Ciudad Lineal.
Las dos Palomas iban vestidas con el mismo tipo de ropa. No puedo acordarme ahora si ya llevaban medias o zapatos Gorila con calcetines de cuadros. Pero lo que no quiero que se me olvide nunca es la sensación de estar bailando con la niña de tus sueños, que lleva puesto un jersey de angorina.
Han pasado ya casi treinta años, pero me acuerdo de la escena como si hubiera sido ayer. Estábamos en casa de Rafa. El tocadiscos PHILIPS estéreo reproducía una de las canciones del Rubber Soul, ¡Los Beatles en estéreo!, debía ser "In my life" u otro de los menos conocidos. Es seguro que no eran "Michael" o "Girl", porque si fuese así, me acordaría. La letra era lo de menos, no entendíamos nada, pero el tono de los Beatles nos hacía ponernos tiernos. La música nos rodeaba, tenía mis manos en su cintura, y... " Mis manos en tu cintu-ura, y mírame con dulzor... porque tendrás la aventura..." ¡Ya estoy desvariando otra vez!
P6 La Música
La música POP
Nadie, que no haya nacido alrededor de 1950, podrá entender lo que la música representó para nuestra generación. Cuando tenía quince años, todo lo que se oía por la radio eran seriales como "Ama Rosa", música de cuplé o tangos.
A nosotros nos gustaban Los Beatles, los Kings y los Rolling. Además, los hacía aún mas atractivos el hecho de que a nuestros padres y hermanos mayores les pareciesen absolutamente repugnantes.- Mira que pintas- decían. -Parecen Maricones con esos pelos.-
El pelo era una obsesión. Era importantísimo llevarlo tan largo como el resto de los amigos, demostrar que a ti te dejaban, que tu padre no te humillaba haciéndotelo cortar. Era todo un símbolo de la lucha generacional.
Que me perdone mi hermano Javier, que mas tarde se las dio de muy moderno, pero cuando hablo de Generación me refiero a una perfectamente definida, a la que él no tuvo el placer de pertenecer. Nosotros fuimos los primeros en conocer que un tocadiscos podía ser una herramienta de provocación. Disfrutamos de un tipo de música con la total oposición del resto de la familia. Un hecho significativo: cuando mis hijos tenían catorce o quince años, les puse a todo volumen MY GENERATION de los WHO. - ¡Apaga ese ruido!,¡Estoy estudiando!- dijeron, y me sentí desconcertado. Las mismas palabras la había empleado 30 años antes Javier, que sólo era cuatro mayor que yo. Definitivamente mi generación era la generación de MY GENERATION.
Además de gustarnos la música como medio de diferenciarnos, nos gustaba la música en sí. Había un programa en la radio, en el que al concursante le ponían un disco, y le pedían que identificase la canción y el autor en el menor plazo de tiempo posible. Los expertos, adivinaban ambas cosas en la primera décima de segundo. El concurso sonaba algo así como así:
Tunnnn,
-¡ALTO!, ¡Day Tripper, de Los Beatles!
-¡Correcto!
-Tun tin,
-¡ALTO!, ¡Turn, Turn, Turn, de los Birds!
-¡Correcto!
Y así sucesivamente. Tenía un amigo, que se llamaba Olavide, que era un verdadero especialista. Dormía con la radio de pilas bajo la almohada, oyendo a Ángel Alvarez en el programa "Vuelo 605", para enterarse de las últimas novedades. Aunque nunca llegó a participar, acertaba las canciones antes que la mayoría de los concursantes.
A otros, no sólo nos gustaba oír música, sino también tocarla. Aprendí a tocar un poco la guitarra, al mismo tiempo que todos los de mi pandilla, en el muelle de Luanco.
Por las noches, salíamos a beber y a cantar al muelle. El sitio tenía mucha lógica, pues podíamos berrear si molestar a nadie. Las casas mas próximas estaban a unos trescientos metros.
Nos sentábamos cerca de los astilleros, y cantábamos habaneras, asturianadas y cosas por el estilo. Se cantaba en serio, tratando de hacer distintas voces. Alguno, Cesar Pola por ejemplo, tocaba la guitarra de verdad, haciendo acordes de samba que nos sonaban a música celestial.
También me acuerdo de Marili y su hermana, que cantaban a dos voces y hacían que el resto nos callásemos. Probablemente si alguien las hubiese grabado, el resultado sería decepcionante, pero por la noche, con el ruido del mar de fondo, con la luna reflejándose en el agua y con unos vasos de vino encima, el efecto era indescriptible.
La pandilla tenía su propio repertorio de canciones. Algunas muy corrientes, como "Debaxu del molin..", pero otras únicas, como el "Oh Yilegueeee", que gritaba Toñin con las venas del cuello a punto de reventar, y que repetíamos todos como en una letanía. Toño juraba que era una canción de Nina & Frederik, pero conociendo otras canciones de Nina & Fraderik, a los demás nos parecía mas que extraño.
En el 67, creamos nuestro propio grupo. Se llamaba "Los Herederos de la Viuda de Valeriano García", lo que para la época era mas que innovador. En ese momento, todos los conjuntos se llamaban "Los Algos", o como mucho "The Something". Yo tocaba la batería, a pesar de que Rafa era mucho mejor. Pero él también era mucho mejor como vocalista. En la guitarra de punteo estaba Luis, y a los bajos y acompañamiento Pachucho.
Ensayábamos en mi casa, con guitarras españolas, a las que adaptábamos unas "pastillas" para enchufar en la parte de atrás del pick-up y una "batería" fabricada artesanalmente con unas panderetas y un chaxton de segunda mano. Me acuerdo de repetir cientos de veces los mismos acordes bajo la dirección de Rafa, que era un perfeccionista. Nos echaba unas broncas de miedo, sobre todo al pobre Luis, cuando a éste se le escapaba algún punteo demasiado recargado, del tipo que hacen los de la Tuna. Pero cuando a la vez ciento una nos salía bien, sentíamos un placer excepcional. Me puedo imaginar muy bien la sensación que deben sentir los componentes de una orquesta de cámara, cuando todo suene perfecto.
Además de tocar en casa, tocamos un par de veces en festivales organizados por "Los Monarcas". Los Monarcas era un grupo formado por unos de mi clase. Se habían gastado una pasta en instrumentos, y para pagar los plazos, organizaban actuaciones "benéficas" en salas de actos de colegios de niñas, después de convencer con mucho esfuerzo a la Madre Directora.
Nuestro repertorio estaba compuesto por "Gloria" de los Shadows of the Night, y "Susana" de los Birds. Rafa cantaba en Inglés, y nosotros le coreábamos, sin que ninguno tuviese ni puñetera idea de lo que decíamos. Me imagino que cualquier parecido con la letra original sería pura coincidencia. Le echábamos una cara tremenda, pero las actuaciones eran apoteósicas. Acostumbrados a las guitarras españolas y las panderetas, tocábamos fortísimo en los instrumentos de verdad. Según los críticos de la época, Olavide, Juan Ferrari... sonábamos bien y dábamos impresión de mucha seguridad.
Años mas tarde, después de conocer a Sally, también probamos a cantar Folk en con Julia y Miguelito. Aunque era otra cosa, mucho menos en serio, disfrutamos también de lo lindo.
Cuando José cumplió 14 años, en Atlanta, le compré una guitarra eléctrica. El no la había pedido, y supongo que se habrá quedado mas que perplejo. Enseñarle los acordes y verle hacer los primeros pinitos imitando a Guns and Roses ha constituido uno de los momentos entrañables que hemos compartido.
Me sorprendió mucho comprobar que el fenómeno de la música POP como aglutinante no era sólo Español. Películas como Quadrofínia, muestran escenas de la Inglaterra de la época, que podrían haberse grabado en Madrid, con la excepción de que aquí no había Moods ni Rockers. La elección era que te gustase la música de los Beatles, despectivamente ser un "ye-ye", o que te gustase Raphael y los folclóricos.
Hoy, la música de los sesenta es un elemento de consumo masivo. Muchos de mi generación disfrutan, disfrutamos, oyendo a los Surf cantar "Tu serás mi Babe" en grabaciones en compact disk, en las que se oyen cosas que entonces no oíamos, y sobre todo, se elimina el "Fritzzz" que oíamos entonces. Además, como aprendimos a hablar en inglés, pudimos disfrutar de las letras, aunque en muchos casos, hemos descubierto que éstas no eran ni la mitad de buenas de lo que pensábamos. Yo creo que ya intuíamos que a los Beatles sólo les interesaba coger la mano de su chica y que ella les quisiese para siempre, pero no acabo de entender cómo nuestros ídolos, B.Dylan, J.Baez, Donovan... con esas letras pudieron ser considerados "de protesta" en Estados Unidos, y tener tanta influencia, apoyando a los movimientos pacifistas, como para ganar, perdiendo, la guerra del Vietnam.
Nadie, que no haya nacido alrededor de 1950, podrá entender lo que la música representó para nuestra generación. Cuando tenía quince años, todo lo que se oía por la radio eran seriales como "Ama Rosa", música de cuplé o tangos.
A nosotros nos gustaban Los Beatles, los Kings y los Rolling. Además, los hacía aún mas atractivos el hecho de que a nuestros padres y hermanos mayores les pareciesen absolutamente repugnantes.- Mira que pintas- decían. -Parecen Maricones con esos pelos.-
El pelo era una obsesión. Era importantísimo llevarlo tan largo como el resto de los amigos, demostrar que a ti te dejaban, que tu padre no te humillaba haciéndotelo cortar. Era todo un símbolo de la lucha generacional.
Que me perdone mi hermano Javier, que mas tarde se las dio de muy moderno, pero cuando hablo de Generación me refiero a una perfectamente definida, a la que él no tuvo el placer de pertenecer. Nosotros fuimos los primeros en conocer que un tocadiscos podía ser una herramienta de provocación. Disfrutamos de un tipo de música con la total oposición del resto de la familia. Un hecho significativo: cuando mis hijos tenían catorce o quince años, les puse a todo volumen MY GENERATION de los WHO. - ¡Apaga ese ruido!,¡Estoy estudiando!- dijeron, y me sentí desconcertado. Las mismas palabras la había empleado 30 años antes Javier, que sólo era cuatro mayor que yo. Definitivamente mi generación era la generación de MY GENERATION.
Además de gustarnos la música como medio de diferenciarnos, nos gustaba la música en sí. Había un programa en la radio, en el que al concursante le ponían un disco, y le pedían que identificase la canción y el autor en el menor plazo de tiempo posible. Los expertos, adivinaban ambas cosas en la primera décima de segundo. El concurso sonaba algo así como así:
Tunnnn,
-¡ALTO!, ¡Day Tripper, de Los Beatles!
-¡Correcto!
-Tun tin,
-¡ALTO!, ¡Turn, Turn, Turn, de los Birds!
-¡Correcto!
Y así sucesivamente. Tenía un amigo, que se llamaba Olavide, que era un verdadero especialista. Dormía con la radio de pilas bajo la almohada, oyendo a Ángel Alvarez en el programa "Vuelo 605", para enterarse de las últimas novedades. Aunque nunca llegó a participar, acertaba las canciones antes que la mayoría de los concursantes.
A otros, no sólo nos gustaba oír música, sino también tocarla. Aprendí a tocar un poco la guitarra, al mismo tiempo que todos los de mi pandilla, en el muelle de Luanco.
Por las noches, salíamos a beber y a cantar al muelle. El sitio tenía mucha lógica, pues podíamos berrear si molestar a nadie. Las casas mas próximas estaban a unos trescientos metros.
Nos sentábamos cerca de los astilleros, y cantábamos habaneras, asturianadas y cosas por el estilo. Se cantaba en serio, tratando de hacer distintas voces. Alguno, Cesar Pola por ejemplo, tocaba la guitarra de verdad, haciendo acordes de samba que nos sonaban a música celestial.
También me acuerdo de Marili y su hermana, que cantaban a dos voces y hacían que el resto nos callásemos. Probablemente si alguien las hubiese grabado, el resultado sería decepcionante, pero por la noche, con el ruido del mar de fondo, con la luna reflejándose en el agua y con unos vasos de vino encima, el efecto era indescriptible.
La pandilla tenía su propio repertorio de canciones. Algunas muy corrientes, como "Debaxu del molin..", pero otras únicas, como el "Oh Yilegueeee", que gritaba Toñin con las venas del cuello a punto de reventar, y que repetíamos todos como en una letanía. Toño juraba que era una canción de Nina & Frederik, pero conociendo otras canciones de Nina & Fraderik, a los demás nos parecía mas que extraño.
En el 67, creamos nuestro propio grupo. Se llamaba "Los Herederos de la Viuda de Valeriano García", lo que para la época era mas que innovador. En ese momento, todos los conjuntos se llamaban "Los Algos", o como mucho "The Something". Yo tocaba la batería, a pesar de que Rafa era mucho mejor. Pero él también era mucho mejor como vocalista. En la guitarra de punteo estaba Luis, y a los bajos y acompañamiento Pachucho.
Ensayábamos en mi casa, con guitarras españolas, a las que adaptábamos unas "pastillas" para enchufar en la parte de atrás del pick-up y una "batería" fabricada artesanalmente con unas panderetas y un chaxton de segunda mano. Me acuerdo de repetir cientos de veces los mismos acordes bajo la dirección de Rafa, que era un perfeccionista. Nos echaba unas broncas de miedo, sobre todo al pobre Luis, cuando a éste se le escapaba algún punteo demasiado recargado, del tipo que hacen los de la Tuna. Pero cuando a la vez ciento una nos salía bien, sentíamos un placer excepcional. Me puedo imaginar muy bien la sensación que deben sentir los componentes de una orquesta de cámara, cuando todo suene perfecto.
Además de tocar en casa, tocamos un par de veces en festivales organizados por "Los Monarcas". Los Monarcas era un grupo formado por unos de mi clase. Se habían gastado una pasta en instrumentos, y para pagar los plazos, organizaban actuaciones "benéficas" en salas de actos de colegios de niñas, después de convencer con mucho esfuerzo a la Madre Directora.
Nuestro repertorio estaba compuesto por "Gloria" de los Shadows of the Night, y "Susana" de los Birds. Rafa cantaba en Inglés, y nosotros le coreábamos, sin que ninguno tuviese ni puñetera idea de lo que decíamos. Me imagino que cualquier parecido con la letra original sería pura coincidencia. Le echábamos una cara tremenda, pero las actuaciones eran apoteósicas. Acostumbrados a las guitarras españolas y las panderetas, tocábamos fortísimo en los instrumentos de verdad. Según los críticos de la época, Olavide, Juan Ferrari... sonábamos bien y dábamos impresión de mucha seguridad.
Años mas tarde, después de conocer a Sally, también probamos a cantar Folk en con Julia y Miguelito. Aunque era otra cosa, mucho menos en serio, disfrutamos también de lo lindo.
Cuando José cumplió 14 años, en Atlanta, le compré una guitarra eléctrica. El no la había pedido, y supongo que se habrá quedado mas que perplejo. Enseñarle los acordes y verle hacer los primeros pinitos imitando a Guns and Roses ha constituido uno de los momentos entrañables que hemos compartido.
Me sorprendió mucho comprobar que el fenómeno de la música POP como aglutinante no era sólo Español. Películas como Quadrofínia, muestran escenas de la Inglaterra de la época, que podrían haberse grabado en Madrid, con la excepción de que aquí no había Moods ni Rockers. La elección era que te gustase la música de los Beatles, despectivamente ser un "ye-ye", o que te gustase Raphael y los folclóricos.
Hoy, la música de los sesenta es un elemento de consumo masivo. Muchos de mi generación disfrutan, disfrutamos, oyendo a los Surf cantar "Tu serás mi Babe" en grabaciones en compact disk, en las que se oyen cosas que entonces no oíamos, y sobre todo, se elimina el "Fritzzz" que oíamos entonces. Además, como aprendimos a hablar en inglés, pudimos disfrutar de las letras, aunque en muchos casos, hemos descubierto que éstas no eran ni la mitad de buenas de lo que pensábamos. Yo creo que ya intuíamos que a los Beatles sólo les interesaba coger la mano de su chica y que ella les quisiese para siempre, pero no acabo de entender cómo nuestros ídolos, B.Dylan, J.Baez, Donovan... con esas letras pudieron ser considerados "de protesta" en Estados Unidos, y tener tanta influencia, apoyando a los movimientos pacifistas, como para ganar, perdiendo, la guerra del Vietnam.
P7 Vicenta
Vicenta
Entre los personajes de mi niñez, existe uno especialmente entrañable: Vicenta
Vicenta era la cocinera de mi casa. Eran otros tiempos. Lo que voy a contar sonará muy elitista. En casa había permanentemente dos personas de servicio. Una era la cocinera, siempre Vicenta, y la otra, generalmente mas joven que se encargaba de la limpieza... Además, para ayudar, solía haber una asistenta, y una o dos veces al mes venía una costurera.
De las chicas de servicio no guardo muchos recuerdos. Generalmente estaban en casa por tres o cuatro años, encontraban novio, se casaban, y se iban. Las había más o menos atractivas. Recierdo una escena en la que uno de mis amigos coqueteó con una de ellas. Empezaron a medirse con una cinta métrica... pero nos habían marcado a fuego un respeto hacia ellas que perduró por encima de nuestras juveniles pasiones.
Vicenta en cambio entró a trabajar en casa de mis abuelos antes de que mi madre se casase y se jubiló poco antes de morir. Nadie sabía su edad real. De hecho durante muchos años careció de ningún tipo de documentación. Nos contaba unas historias increíbles. Su viaje a Oviedo, desde un pueblo de León, lo había hecho en tren. Contaba como se había puesto a gritar, al ver por la ventanilla que los árboles iban andando hacia atrás. También contaba historias de la revolución de Octubre, que pasó en casa de mis abuelos. Su compañera de habitación era Roja y la decía que sus compañeros entrarían en la casa y les matarían a todos. De hecho sucedió. Los mineros ocuparon Oviedo dinamitando algunas de las casas. Sacaban a los hombres para fusilarlos. A mi abuelo lo sacaron y lo llevaron a una de las casas del extrarradio para decidir sobre si se le fusilaba o no. Tuvo la enorme suerte de encontrar entre los que le juzgaban a un antiguo alumno de la época que fue profesor en la escuela de picadores de Mieres, que le libró de ser pasado por las armas. Pero sus historias mas increíbles se referían a pastores de su pueblo, arriesgando su vida por salvar a sus ovejas durante las riadas. De estas historias nunca supimos qué parte era verdad y qué parte leyenda.
Ser cocinera en aquel tiempo era un trabajo duro. La cocina de mi casa era de carbón. Para tener agua caliente por la mañana, alguien, la cocinera, tenía que encender la cocina a primera hora. Además, las comidas no eran como las de hoy. Receta: patatas rellenas. Se pelan unas patatas y se hierven. Con un instrumento especial, se las perfora, y se las introduce una especie de hamburguesa en el interior. Se rebozan en huevo y harina, y se fríen. Después, junto con cebollas tiernas y tomates, se las mete al horno. Téngalas preparadas para servir justo a las dos y media. No antes, porque quedan demasiado hechas, y secas, ni después, porque a las tres los niños tienen que irse al colegio.
Dos o tres veces por semana, para cenar, croquetas. Unas croquetas increíbles, casi líquidas por dentro, pero duritas por fuera. En casa vivíamos mi madre, seis hijos, Vicenta, mas la otra chica de servicio... Nueve personas. Consideremos que cada noche se hacían cuarenta y cinco croquetas de cinco centímetros de largo. Si colocáramos una a continuación de otra, las croquetas de Vicenta durante su dilatada carrera profesional, tendremos, 5 cm por 45 croquetas, por 2 veces por semana, por 52 semanas y por 45 años... casi diez Kilómetros de croquetas. Este reciente cálculo echa por tierra otra de las leyendas de mi casa, según la cual, el número de croquetas de Vicenta llegarían desde Madrid a Luanco (450 Km).
Humanamente, Vicenta era increíblemente cariñosa. Asumió el necesario papel de madre, a veces incluso empalagosa, que la real nos había negado. Nos quería a todos como a sus propios hijos. Discutía con su hermana sobre lo buenos y listos que éramos nosotros dejando muy por debajo en sus preferencias a sus propios sobrinos. Josefina incluida.
Una vez, estaba yo merendando en la cocina, cuando abrió la puerta de un armario, y me cayó la tapa de una pota de fundición en la cabeza. Era una tapa como de 25 cm de diámetro, y pesaba casi un Kilo. Me abrió una brecha profunda y sangraba como un cerdo. A Vicenta casi le dio un ataque. Vertió un frasco entero de mercurocromo en la cabeza, entre sollozos y gritos de ¡ Ay Dios mío!, ¡ Ay Dios mío!, hasta que se la ocurrió llamar por teléfono a Fidel, el padre de Rafa. Este me llevó a la casa de socorro, donde tuvo algunos problemas para explicar que él era solo un vecino, un amigo de mi madre, viuda y que el profundo corte en la cabeza no se había producido por un hacha, sino que había sufrido un accidente con una perola de hierro fundido. Los médicos de la casa de socorro le miraban con cierto aire de sospecha.
Como mi madre, tenía sus preferencias. Tinín y Javierin eran sus predilectos. Pero nos quería a todos. Entre sus brazos nos protegíamos cuando veníamos con 5 suspensos. Gracias a ella Paloma se salvó de una paliza cuando un hombre enfurecido subió al piso para denunciar que una niña le habían tirado el contenido de un tintero desde el balcón sobre su apreciado sombrero de fieltro. Con gran aplomo, Vicenta se enfrentó al energúmeno, le cogió el sombrero y lo metió en un gran barreño lleno de leche. De todos es sabido que la leche quita las manchas de tinta.
Vicenta también sacó de casa a Rafa un dia que me mantenía acorralado bajo un sofá, tras una discusión menor. Sabía siempre a quien defender con uñas y dientes y no dudaba que nosotros éramos siempre inocentes.
Cuando murió yo ya estaba casado. Me enteré e iba hacia el cementerio cuando un coche se llevó mi moto por delante. Me rompí la muñeca y no pude ir al entierro. Supongo que su familia sanguínea habrá pensado... tanto como le quería y no viene ni a despedirla.
Entre los personajes de mi niñez, existe uno especialmente entrañable: Vicenta
Vicenta era la cocinera de mi casa. Eran otros tiempos. Lo que voy a contar sonará muy elitista. En casa había permanentemente dos personas de servicio. Una era la cocinera, siempre Vicenta, y la otra, generalmente mas joven que se encargaba de la limpieza... Además, para ayudar, solía haber una asistenta, y una o dos veces al mes venía una costurera.
De las chicas de servicio no guardo muchos recuerdos. Generalmente estaban en casa por tres o cuatro años, encontraban novio, se casaban, y se iban. Las había más o menos atractivas. Recierdo una escena en la que uno de mis amigos coqueteó con una de ellas. Empezaron a medirse con una cinta métrica... pero nos habían marcado a fuego un respeto hacia ellas que perduró por encima de nuestras juveniles pasiones.
Vicenta en cambio entró a trabajar en casa de mis abuelos antes de que mi madre se casase y se jubiló poco antes de morir. Nadie sabía su edad real. De hecho durante muchos años careció de ningún tipo de documentación. Nos contaba unas historias increíbles. Su viaje a Oviedo, desde un pueblo de León, lo había hecho en tren. Contaba como se había puesto a gritar, al ver por la ventanilla que los árboles iban andando hacia atrás. También contaba historias de la revolución de Octubre, que pasó en casa de mis abuelos. Su compañera de habitación era Roja y la decía que sus compañeros entrarían en la casa y les matarían a todos. De hecho sucedió. Los mineros ocuparon Oviedo dinamitando algunas de las casas. Sacaban a los hombres para fusilarlos. A mi abuelo lo sacaron y lo llevaron a una de las casas del extrarradio para decidir sobre si se le fusilaba o no. Tuvo la enorme suerte de encontrar entre los que le juzgaban a un antiguo alumno de la época que fue profesor en la escuela de picadores de Mieres, que le libró de ser pasado por las armas. Pero sus historias mas increíbles se referían a pastores de su pueblo, arriesgando su vida por salvar a sus ovejas durante las riadas. De estas historias nunca supimos qué parte era verdad y qué parte leyenda.
Ser cocinera en aquel tiempo era un trabajo duro. La cocina de mi casa era de carbón. Para tener agua caliente por la mañana, alguien, la cocinera, tenía que encender la cocina a primera hora. Además, las comidas no eran como las de hoy. Receta: patatas rellenas. Se pelan unas patatas y se hierven. Con un instrumento especial, se las perfora, y se las introduce una especie de hamburguesa en el interior. Se rebozan en huevo y harina, y se fríen. Después, junto con cebollas tiernas y tomates, se las mete al horno. Téngalas preparadas para servir justo a las dos y media. No antes, porque quedan demasiado hechas, y secas, ni después, porque a las tres los niños tienen que irse al colegio.
Dos o tres veces por semana, para cenar, croquetas. Unas croquetas increíbles, casi líquidas por dentro, pero duritas por fuera. En casa vivíamos mi madre, seis hijos, Vicenta, mas la otra chica de servicio... Nueve personas. Consideremos que cada noche se hacían cuarenta y cinco croquetas de cinco centímetros de largo. Si colocáramos una a continuación de otra, las croquetas de Vicenta durante su dilatada carrera profesional, tendremos, 5 cm por 45 croquetas, por 2 veces por semana, por 52 semanas y por 45 años... casi diez Kilómetros de croquetas. Este reciente cálculo echa por tierra otra de las leyendas de mi casa, según la cual, el número de croquetas de Vicenta llegarían desde Madrid a Luanco (450 Km).
Humanamente, Vicenta era increíblemente cariñosa. Asumió el necesario papel de madre, a veces incluso empalagosa, que la real nos había negado. Nos quería a todos como a sus propios hijos. Discutía con su hermana sobre lo buenos y listos que éramos nosotros dejando muy por debajo en sus preferencias a sus propios sobrinos. Josefina incluida.
Una vez, estaba yo merendando en la cocina, cuando abrió la puerta de un armario, y me cayó la tapa de una pota de fundición en la cabeza. Era una tapa como de 25 cm de diámetro, y pesaba casi un Kilo. Me abrió una brecha profunda y sangraba como un cerdo. A Vicenta casi le dio un ataque. Vertió un frasco entero de mercurocromo en la cabeza, entre sollozos y gritos de ¡ Ay Dios mío!, ¡ Ay Dios mío!, hasta que se la ocurrió llamar por teléfono a Fidel, el padre de Rafa. Este me llevó a la casa de socorro, donde tuvo algunos problemas para explicar que él era solo un vecino, un amigo de mi madre, viuda y que el profundo corte en la cabeza no se había producido por un hacha, sino que había sufrido un accidente con una perola de hierro fundido. Los médicos de la casa de socorro le miraban con cierto aire de sospecha.
Como mi madre, tenía sus preferencias. Tinín y Javierin eran sus predilectos. Pero nos quería a todos. Entre sus brazos nos protegíamos cuando veníamos con 5 suspensos. Gracias a ella Paloma se salvó de una paliza cuando un hombre enfurecido subió al piso para denunciar que una niña le habían tirado el contenido de un tintero desde el balcón sobre su apreciado sombrero de fieltro. Con gran aplomo, Vicenta se enfrentó al energúmeno, le cogió el sombrero y lo metió en un gran barreño lleno de leche. De todos es sabido que la leche quita las manchas de tinta.
Vicenta también sacó de casa a Rafa un dia que me mantenía acorralado bajo un sofá, tras una discusión menor. Sabía siempre a quien defender con uñas y dientes y no dudaba que nosotros éramos siempre inocentes.
Cuando murió yo ya estaba casado. Me enteré e iba hacia el cementerio cuando un coche se llevó mi moto por delante. Me rompí la muñeca y no pude ir al entierro. Supongo que su familia sanguínea habrá pensado... tanto como le quería y no viene ni a despedirla.
P8 La Novia de Oviedo
La novia de Oviedo
Mi primera novia, en el sentido de ligue recíproco, fue Ana.
Ana era hermana de dos de mis amigos de Luanco. Ramón y Rafa Ceñal.
Ramón hacía pesca submarina conmigo. Bueno, para ser realista tengo que decir que hacer pesca submarina no describe exactamente lo que hacíamos. Nos bañábamos con unas gafas, tubo y un fusil de pesca submarina, y apuntábamos con poco éxito a los muiles (mujoles) y las mandiatas (maragotas). Cuando salíamos del agua, con los labios morados del frío, decíamos haber visto unos peces -así- e indicábamos con las manos un tamaño que oscilaba desde los quince a los cuarenta y cinco centímetros, debido a que no podíamos parar el temblor de los brazos. No es que pescásemos mucho, mas bien nada, pero sentíamos una atracción fortísima por el mar, por bucear.
He tratado sin éxito contagiar esta afición a muchos, Sally y los niños entre otros, pero nunca he podido compartir con nadie, sexo aparte, una pasión tan intensamente. Cada vez que el agua estaba clara en Luanco, cosa no demasiado frecuente, aparecía a las nueve de la mañana en casa de Ramón para sacarlo de la cama. Nuestra locura nos llevó a hacernos carnets del G.A.P.I.S., y a ahorrar todo el dinero que nos daban para comprar equipo. Cuando por fin conseguimos tener botellas, Ramón tuvo una experiencia desagradable. Algo relacionado con los tímpanos y un poco con el canguis. A partir de entonces, no es que dejásemos de ser amigos, pero ya nunca fue lo mismo.
Rafa Ceñal era bastante mayor, o lo parecía. Era el típico hermano primogénito de una familia mas que numerosa. Odioso, responsable, siempre vigilante de las escapadas de sus hermanos, especialmente de las escapadas de Ana.
Yo pienso que a pesar de que su frase era "a Papá vas", los hermanos Ceñal temían mucho mas a Rafa que a sus padres. Ramón padre parecía un hombre comprensivo y amable de trato. La madre de Ana, Terera, era una mujer joven y atractiva a pesar de los mil hijos. A Rafa en cambio lo único que le gustaba era ir por la noche a mariscar. Recuerdo haber salido con él muchas noches, para aplacar sus iras, o para comprar su silencio.
Ana fue el típico ligue de Verano, a pesar de que nuestro noviazgo duró mas de un Verano. De sus manos sentí las primeras caricias. Pero al decir caricias no hay que olvidar que estoy hablando de la España de 1966, y de dos críos de dieciséis años.
Íbamos al cine a hacer manitas, placer hoy en día seguramente desconocido, con la emoción adicional de tener a Rafa Ceñal atento a todos nuestros movimientos. Concretamente me acuerdo de estar en el cine comiendo pipas, las pipas eran obligadas en el cine de Luanco, y que Ana me echó la bronca por coger la bolsa con una mano, e intentar abrirla con la boca. El gesto podía hacer que su hermano Rafa notase que estábamos tocándonos.
Ana no era muy guapa, y tenía el pelo rizado. Además se lo lavaba con vinagre, lo que a mí me molestaba muchísimo cuando estaba bailando con ella. Pero tampoco estaba mal. Un día nos sorprendió ganando a correr a todos los de la pandilla, chicos y chicas, y sacándonos un buen trecho. Si hubiese nacido 25 años mas tarde estaría clasificada para los Mundiales de Atlanta.
Desde el punto de vista psicológico, ni siquiera Ana podrá imaginarse el bien que me hizo. Al fin, una chica me quería, a pesar de mis muchos defectos. Pero en el fondo, yo sabía que si P.G. me hubiese hecho la mas mínima señal, yo lo habría dejado todo, Anita incluida, y hubiese acudido a ella como en la canción de Carol King.
Recuerdo que pasamos un Invierno carteándonos casi todas las semanas. Me encantaría poder leer hoy esas cartas.
Una cosa rara, el carteo se producía a tres bandas. No entiendo porqué yo escribía a Isabel Pola por lo menos tanto como a Ana. Isabel era una amiga de la pandilla que salía entonces con otro, pero yo diría que sentía mucho aprecio por mi. Con la forma de hablar de aquel tiempo hubiese dicho "que le gustaba".
Todo el asunto de Ana se vino al traste por culpa de Gaspar.
Ana era para Gaspar como una hermana. Desde pequeño Gaspar había sido íntimo de Ramón, y andaba por la casa de los Ceñal como por su casa. En algún momento de debilidad, probablemente debilidad provocada por la sidra, debí contarle que a mi me seguía gustando P.G., y él, ni corto ni perezoso, se lo soltó todo a la que era entonces mi novia oficial.
Era Semana Santa. Como todos los años en aquella época, tan pronto como me dieron las vacaciones, me fui a Oviedo. Fui a buscar a Ana. Subí a su casa, pero ella no quiso ni salir a verme. Me informó de la situación una de sus hermanas. Una etapa importante de mi vida se había acabado. De nuevo estaba sin novia.
Mi primera novia, en el sentido de ligue recíproco, fue Ana.
Ana era hermana de dos de mis amigos de Luanco. Ramón y Rafa Ceñal.
Ramón hacía pesca submarina conmigo. Bueno, para ser realista tengo que decir que hacer pesca submarina no describe exactamente lo que hacíamos. Nos bañábamos con unas gafas, tubo y un fusil de pesca submarina, y apuntábamos con poco éxito a los muiles (mujoles) y las mandiatas (maragotas). Cuando salíamos del agua, con los labios morados del frío, decíamos haber visto unos peces -así- e indicábamos con las manos un tamaño que oscilaba desde los quince a los cuarenta y cinco centímetros, debido a que no podíamos parar el temblor de los brazos. No es que pescásemos mucho, mas bien nada, pero sentíamos una atracción fortísima por el mar, por bucear.
He tratado sin éxito contagiar esta afición a muchos, Sally y los niños entre otros, pero nunca he podido compartir con nadie, sexo aparte, una pasión tan intensamente. Cada vez que el agua estaba clara en Luanco, cosa no demasiado frecuente, aparecía a las nueve de la mañana en casa de Ramón para sacarlo de la cama. Nuestra locura nos llevó a hacernos carnets del G.A.P.I.S., y a ahorrar todo el dinero que nos daban para comprar equipo. Cuando por fin conseguimos tener botellas, Ramón tuvo una experiencia desagradable. Algo relacionado con los tímpanos y un poco con el canguis. A partir de entonces, no es que dejásemos de ser amigos, pero ya nunca fue lo mismo.
Rafa Ceñal era bastante mayor, o lo parecía. Era el típico hermano primogénito de una familia mas que numerosa. Odioso, responsable, siempre vigilante de las escapadas de sus hermanos, especialmente de las escapadas de Ana.
Yo pienso que a pesar de que su frase era "a Papá vas", los hermanos Ceñal temían mucho mas a Rafa que a sus padres. Ramón padre parecía un hombre comprensivo y amable de trato. La madre de Ana, Terera, era una mujer joven y atractiva a pesar de los mil hijos. A Rafa en cambio lo único que le gustaba era ir por la noche a mariscar. Recuerdo haber salido con él muchas noches, para aplacar sus iras, o para comprar su silencio.
Ana fue el típico ligue de Verano, a pesar de que nuestro noviazgo duró mas de un Verano. De sus manos sentí las primeras caricias. Pero al decir caricias no hay que olvidar que estoy hablando de la España de 1966, y de dos críos de dieciséis años.
Íbamos al cine a hacer manitas, placer hoy en día seguramente desconocido, con la emoción adicional de tener a Rafa Ceñal atento a todos nuestros movimientos. Concretamente me acuerdo de estar en el cine comiendo pipas, las pipas eran obligadas en el cine de Luanco, y que Ana me echó la bronca por coger la bolsa con una mano, e intentar abrirla con la boca. El gesto podía hacer que su hermano Rafa notase que estábamos tocándonos.
Ana no era muy guapa, y tenía el pelo rizado. Además se lo lavaba con vinagre, lo que a mí me molestaba muchísimo cuando estaba bailando con ella. Pero tampoco estaba mal. Un día nos sorprendió ganando a correr a todos los de la pandilla, chicos y chicas, y sacándonos un buen trecho. Si hubiese nacido 25 años mas tarde estaría clasificada para los Mundiales de Atlanta.
Desde el punto de vista psicológico, ni siquiera Ana podrá imaginarse el bien que me hizo. Al fin, una chica me quería, a pesar de mis muchos defectos. Pero en el fondo, yo sabía que si P.G. me hubiese hecho la mas mínima señal, yo lo habría dejado todo, Anita incluida, y hubiese acudido a ella como en la canción de Carol King.
Recuerdo que pasamos un Invierno carteándonos casi todas las semanas. Me encantaría poder leer hoy esas cartas.
Una cosa rara, el carteo se producía a tres bandas. No entiendo porqué yo escribía a Isabel Pola por lo menos tanto como a Ana. Isabel era una amiga de la pandilla que salía entonces con otro, pero yo diría que sentía mucho aprecio por mi. Con la forma de hablar de aquel tiempo hubiese dicho "que le gustaba".
Todo el asunto de Ana se vino al traste por culpa de Gaspar.
Ana era para Gaspar como una hermana. Desde pequeño Gaspar había sido íntimo de Ramón, y andaba por la casa de los Ceñal como por su casa. En algún momento de debilidad, probablemente debilidad provocada por la sidra, debí contarle que a mi me seguía gustando P.G., y él, ni corto ni perezoso, se lo soltó todo a la que era entonces mi novia oficial.
Era Semana Santa. Como todos los años en aquella época, tan pronto como me dieron las vacaciones, me fui a Oviedo. Fui a buscar a Ana. Subí a su casa, pero ella no quiso ni salir a verme. Me informó de la situación una de sus hermanas. Una etapa importante de mi vida se había acabado. De nuevo estaba sin novia.
P9 Sally
Aparece Sally en mi vida.
Mi situación de soltero y sin compromiso duró poco tiempo. En la primavera del 68 conocí a Sally.
Habíamos organizado un guateque en mi casa, y nos habían fallado dos o tres chicas. Estábamos en la terraza de Galatea, en el Boulevard de General Mola. El sitio todavía existe. Es una cervecería que se había especializado en perritos calientes. Los perritos en aquella época eran una novedad. Además, no sé de dónde sacaban entonces los bollitos de pan. El Bimbo no existía. En Galatea tenían un aparato, como con seis pinchos eléctricos, donde calentaban el pan. Después sacaban una salchicha de un recipiente con vapor, y la introducían en una mostaza ligera. Al introducir la salchicha en el agujero caliente producido por el pincho, la mostaza rebosaba por el pan, y desprendía un olor muy característico. Eran los mejores perritos que he tomado en mi vida. Veinticinco años mas tarde volví a Galatea. Por supuesto pedí perritos y cerveza. Los perritos me parecieron mucho peores de lo que recordaba, con una salchicha seca de color pardusco. Lo único que me gustó fue reconocer a uno de los camareros. No pude contenerme, y le pregunté si llevaba 25 años trabajando en el local, o la persona que yo había conocido era su padre. Debió gustarle mas el cumplido que la propina, y me confirmó sonriente que no era su padre.
Si la cervecería todavía da perritos, en cambio, el Boulevard hace ya muchos años que se lo tragó el tráfico. Además ahora la calle ya no se llama General Mola, sino Príncipe de Vergara. No somos nadie.
Sally estaba con María en una mesita no muy lejos de la nuestra. Las dos iban vestidas igual, con una falda escocesa a cuadros amarillos y negros, un jersey también negro y medias oscuras, a juego con el jersey. Aquel día también a ellas las había fallado el plan, de forma que no fue difícil convencerlas.
En casa la estuve sacando a bailar mas veces de lo normal, para demostrar que me interesaba. Sally dice que estuve toda la tarde pesadísimo poniendo una y otra vez el disco de Mis gaviotas de J.M. Serrat.
Quedamos para volvernos a ver en Colón. Yo ya no me acordaba, pero hace años Sally me contó que cuando llegó a la puerta del Carlos III, yo estaba allí plantado, haciendo girar de la cadena un reloj de bolsillo que tenía, para demostrar que estaba harto de esperar. Ese día, la llevé andando desde Colón hasta la Plaza de Castilla sin parar ni a tomar una Coca-Cola. Por el camino, la conté mi vida: mis aventuras por el fondo de los mares, las historias de mi amigo Rafa y sus exposiciones de pintura abstracta, mis amigos borrachos de Luanco, las actuaciones de mi grupo (¿Debo decir conjunto?) de Rock and Roll, mis anteriores amores, Paloma... A pesar del tercer grado al que la sometí, aceptó salir conmigo una vez mas.
Al tercer día de salir con ella , me declaré. Fue en una de las mesitas que hay cerca de la Escuela de Industriales. Como no acababa de convencerse la tuve que demostrar que era imposible que no me quisiese. Platón y Aristóteles se hubiesen quedado boquiabiertos con mi razonamiento. Pero a ella la valió de sobra. A partir de ese día, allá por Mayo del 68, éramos novios.
El noviazgo
Durante los siguientes seis años, salimos juntos. Al principio, sin consentimiento de mis futuros suegros, que no dejaban que la niña saliese con chicos. Cada vez que nos veíamos, Sally tenía que inventar un plan complicadísimo involucrando a María y a Julia. Oficialmente, cada Sábado se iba al cine con sus amigas. Por suerte, Hortensia y Pepe no eran asiduos al cine, de forma que no era problema inventarse el argumento de las películas.
Nuestras primeras discusiones se produjeron por mi exigencia de besar y ser besado. Así como no guardo las cartas de Ana, tanto Sally, como yo guardamos todas las que nos mandamos en aquella época. Lo que sigue es una trascripción fidedigna, eliminando algunas faltas de ortografía, de una carta de Sally, a las pocos meses de conocernos.
Madrid 1-6-68
Querido Santiago:
No te puedes imaginar lo que me ha costado escribirte, pero ahora me ha pillado un momento de melancolía, tristeza y aburrimiento, y claro, ha sucedido lo que me esperaba, (no he podido mas y he cogido el papel).
Sinceramente me sentó fatal lo que tu ya sabes, pero bueno, a lo hecho pecho, y ya está olvidado. Si quieres que te diga la verdad, lo que peor me sentó de todo fue que al final dijeras que ya no importaba nada (según me dijo María). Ya me explicarás porqué dijiste eso, si contestas, claro, que ya empiezo a dudarlo.
Estoy hecha un asco, no me apetece salir, ayer fue Domingo y me lo pasé en casa, sólo salí a Misa, y eso que me llamaron para ir a un guateque que no estaba nada mal, pero hijo mío, me has dejado desmoralizada por completo. María dice que nunca me ha visto tan rara (acostumbrada a que esté con ella todo el día de broma y ahora no me río por nada, y si me río es de desesperación y asco.)
Lo que mas me choca es que nos enfademos por una tontería como esa, bueno, que tampoco es una tontería pensándolo bien.
También pienso que te pones un poco pesado, siempre con lo mismo, ¿No te parece?
Claro que yo ya sé lo que estarás pensando, (si tú me dieses una razón para que no, etc... no me pondría tan pesado), yo ya te he dado para mí una razón; además me pone mala que por teléfono me preguntes que qué voy a hacer cuando te vea, parece que sólo piensas en eso, porque mas o menos, me diste a entender que si yo no cedía, no hacía falta que nos viésemos, y eso, la verdad, me sentó como un tiro. Yo no te dije que sí, pero no se si recordarás que tampoco te dije que no. A lo mejor, si te hubiera visto, te hubiera comido a besos pero después de ver que me lo preguntabas tanto te mandé a la porra (estás obsesionado por lo que veo no piensas mas que en ello).
Veo muy bien lo que dijiste de que dos chicos, después de haberse estado escribiendo durante el verano etc, al verse se den un beso, lo apruebo, pero no en medio de la "Rue", a plena luz del sol y en el Carlos III. Tu claro dirás, a mí la gente me importa poco, pero yo pienso que con la gente no hay que vivir, pero sí convivir, y mas yo que tú, por el simple hecho de que soy una chica y tú un chico, ¿No te parece Santiago?
Estoy pensando que a lo mejor ya me has mandado a la porra, todo puede pasar.
Me sentó muy mal que dijeras que te habías decepcionado, pues no tenías porqué decirlo porque todavía no sabías si yo hubiera cedido o no. Con esto yo no te digo que hubiera cedido a lo que tú me pides, porque como ya te he dicho, no sé lo que hubiera hecho al verte, ya sabes que soy muy corta. Tú dirás, no consiste en ser corta, sino en querer o no querer. Eso será según tú, porque yo no pienso así.
Como ya te dije creo que si tú hubieras empezado de otra manera, las cosas habrían sido de otra manera. Para mi, tu haces las cosas muy exageradas, (no se si lo entenderás).
Bueno, Santiago, si te molestó lo del teléfono lo siento, me puse que no había por donde cogerme, y me prometí a mi misma que ni por lo mas remoto te escribiría, y ya ves como cumplo lo que digo.
Me despido de ti con la esperanza que me escribas pronto.
Sally
La carta, a pesar de estar escrita por una niña de 16 años recién cumplidos, es propia del pérfido Maquiaveo. ¿Dará nuestra heroína un enorme beso en la boca a su novio cuando le vea la próxima vez?, ¿Cederá en todo lo que la pide?, ¿Volverán a verse los jóvenes amantes?...
Besitos aparte, nuestras primeros jadeos se produjeron contra el muro del Palacio de Justicia. Ahora cuando lo pienso me sorprende, pues ese sitio estaba vigilado por los temidos Grises. En otra zona del mismo edificio, no muy lejos de donde nosotros nos estrujábamos como si el otro fuese un tubo vacío de pasta de dientes, estaban los tristemente famosos Tribunales de Orden Público. Allí era donde procesaban a los acusados de delitos sociales, los "Rojos", y donde les caían tres años de cárcel por poseer una máquina ilegal de fotocopiar octavillas.
También nos veíamos en cafeterías. Me acuerdo especialmente de una, cerca de los nuevos Ministerios. La llamábamos La Pecera, aunque probablemente no se llamase así. Tenía dos pisos. Nos pasábamos horas y horas besándonos en el de arriba, en unos sofás comodísimos. Pedíamos un café, una Coca-Cola y un vaso de agua, y aguantábamos las miradas de odio de los camareros sin prestarles la menor atención. Por lo que recuerdo, casi todos los clientes de la cafetería eran como nosotros. Supongo que el local habrá quebrado.
Mas tarde, fui reconocido como novio oficial de "la niña", y esto me daba derecho a entrar en su casa. Incluso un año, mis suegros la dejaron venirse conmigo, un fin de semana a la casa de Luanco con mi familia, lo que causó cierto asombro entre mis parientes de Oviedo.
Sally dice que nuestro noviazgo no fue normal porque no nos veíamos los días de diario. De hecho, durante un año, tuve que ir todas las tardes a dar clases de Química a María, que vivía a unos metros de casa de Sally, y no solía acercarme después. Uno de esos días, viniendo de tomar unos vinos con los amigotes de la Escuela, perdí los apuntes que llevaba en el trasportín de la moto. Me volví y vi La Castellana repleta de folios con mi letra y los dibujos que hacía en la clase del "sopas". Me pasé una media hora recogiéndolos del suelo, algunos con las marcas de las ruedas de los coches.
Tampoco nos veíamos la mayor parte de los Domingos por la mañana. Yo los dedicaba a buscar piezas entre la chatarra del Rastro.
Yo sin embargo considero que fue una época relativamente feliz. Siempre fui fiel a Sally. No puedo estar seguro de que ella me fuese igualmente fiel, pero puedo decir que nunca tuvimos un problema de celos.
Recorrimos el camino del sexo. Primero con mucha prudencia, avanzando despacio, conquistando cada centímetro de terreno, cada temor al infierno, cada rugosidad de la piel.
No todo fue bello y perfecto, pero puedo decir que el largo período de noviazgo cumplió su cometido: nos hizo conocernos a fondo. Cuando nos casamos nadie podrá decir que lo hicimos engañados.
Mi situación de soltero y sin compromiso duró poco tiempo. En la primavera del 68 conocí a Sally.
Habíamos organizado un guateque en mi casa, y nos habían fallado dos o tres chicas. Estábamos en la terraza de Galatea, en el Boulevard de General Mola. El sitio todavía existe. Es una cervecería que se había especializado en perritos calientes. Los perritos en aquella época eran una novedad. Además, no sé de dónde sacaban entonces los bollitos de pan. El Bimbo no existía. En Galatea tenían un aparato, como con seis pinchos eléctricos, donde calentaban el pan. Después sacaban una salchicha de un recipiente con vapor, y la introducían en una mostaza ligera. Al introducir la salchicha en el agujero caliente producido por el pincho, la mostaza rebosaba por el pan, y desprendía un olor muy característico. Eran los mejores perritos que he tomado en mi vida. Veinticinco años mas tarde volví a Galatea. Por supuesto pedí perritos y cerveza. Los perritos me parecieron mucho peores de lo que recordaba, con una salchicha seca de color pardusco. Lo único que me gustó fue reconocer a uno de los camareros. No pude contenerme, y le pregunté si llevaba 25 años trabajando en el local, o la persona que yo había conocido era su padre. Debió gustarle mas el cumplido que la propina, y me confirmó sonriente que no era su padre.
Si la cervecería todavía da perritos, en cambio, el Boulevard hace ya muchos años que se lo tragó el tráfico. Además ahora la calle ya no se llama General Mola, sino Príncipe de Vergara. No somos nadie.
Sally estaba con María en una mesita no muy lejos de la nuestra. Las dos iban vestidas igual, con una falda escocesa a cuadros amarillos y negros, un jersey también negro y medias oscuras, a juego con el jersey. Aquel día también a ellas las había fallado el plan, de forma que no fue difícil convencerlas.
En casa la estuve sacando a bailar mas veces de lo normal, para demostrar que me interesaba. Sally dice que estuve toda la tarde pesadísimo poniendo una y otra vez el disco de Mis gaviotas de J.M. Serrat.
Quedamos para volvernos a ver en Colón. Yo ya no me acordaba, pero hace años Sally me contó que cuando llegó a la puerta del Carlos III, yo estaba allí plantado, haciendo girar de la cadena un reloj de bolsillo que tenía, para demostrar que estaba harto de esperar. Ese día, la llevé andando desde Colón hasta la Plaza de Castilla sin parar ni a tomar una Coca-Cola. Por el camino, la conté mi vida: mis aventuras por el fondo de los mares, las historias de mi amigo Rafa y sus exposiciones de pintura abstracta, mis amigos borrachos de Luanco, las actuaciones de mi grupo (¿Debo decir conjunto?) de Rock and Roll, mis anteriores amores, Paloma... A pesar del tercer grado al que la sometí, aceptó salir conmigo una vez mas.
Al tercer día de salir con ella , me declaré. Fue en una de las mesitas que hay cerca de la Escuela de Industriales. Como no acababa de convencerse la tuve que demostrar que era imposible que no me quisiese. Platón y Aristóteles se hubiesen quedado boquiabiertos con mi razonamiento. Pero a ella la valió de sobra. A partir de ese día, allá por Mayo del 68, éramos novios.
El noviazgo
Durante los siguientes seis años, salimos juntos. Al principio, sin consentimiento de mis futuros suegros, que no dejaban que la niña saliese con chicos. Cada vez que nos veíamos, Sally tenía que inventar un plan complicadísimo involucrando a María y a Julia. Oficialmente, cada Sábado se iba al cine con sus amigas. Por suerte, Hortensia y Pepe no eran asiduos al cine, de forma que no era problema inventarse el argumento de las películas.
Nuestras primeras discusiones se produjeron por mi exigencia de besar y ser besado. Así como no guardo las cartas de Ana, tanto Sally, como yo guardamos todas las que nos mandamos en aquella época. Lo que sigue es una trascripción fidedigna, eliminando algunas faltas de ortografía, de una carta de Sally, a las pocos meses de conocernos.
Madrid 1-6-68
Querido Santiago:
No te puedes imaginar lo que me ha costado escribirte, pero ahora me ha pillado un momento de melancolía, tristeza y aburrimiento, y claro, ha sucedido lo que me esperaba, (no he podido mas y he cogido el papel).
Sinceramente me sentó fatal lo que tu ya sabes, pero bueno, a lo hecho pecho, y ya está olvidado. Si quieres que te diga la verdad, lo que peor me sentó de todo fue que al final dijeras que ya no importaba nada (según me dijo María). Ya me explicarás porqué dijiste eso, si contestas, claro, que ya empiezo a dudarlo.
Estoy hecha un asco, no me apetece salir, ayer fue Domingo y me lo pasé en casa, sólo salí a Misa, y eso que me llamaron para ir a un guateque que no estaba nada mal, pero hijo mío, me has dejado desmoralizada por completo. María dice que nunca me ha visto tan rara (acostumbrada a que esté con ella todo el día de broma y ahora no me río por nada, y si me río es de desesperación y asco.)
Lo que mas me choca es que nos enfademos por una tontería como esa, bueno, que tampoco es una tontería pensándolo bien.
También pienso que te pones un poco pesado, siempre con lo mismo, ¿No te parece?
Claro que yo ya sé lo que estarás pensando, (si tú me dieses una razón para que no, etc... no me pondría tan pesado), yo ya te he dado para mí una razón; además me pone mala que por teléfono me preguntes que qué voy a hacer cuando te vea, parece que sólo piensas en eso, porque mas o menos, me diste a entender que si yo no cedía, no hacía falta que nos viésemos, y eso, la verdad, me sentó como un tiro. Yo no te dije que sí, pero no se si recordarás que tampoco te dije que no. A lo mejor, si te hubiera visto, te hubiera comido a besos pero después de ver que me lo preguntabas tanto te mandé a la porra (estás obsesionado por lo que veo no piensas mas que en ello).
Veo muy bien lo que dijiste de que dos chicos, después de haberse estado escribiendo durante el verano etc, al verse se den un beso, lo apruebo, pero no en medio de la "Rue", a plena luz del sol y en el Carlos III. Tu claro dirás, a mí la gente me importa poco, pero yo pienso que con la gente no hay que vivir, pero sí convivir, y mas yo que tú, por el simple hecho de que soy una chica y tú un chico, ¿No te parece Santiago?
Estoy pensando que a lo mejor ya me has mandado a la porra, todo puede pasar.
Me sentó muy mal que dijeras que te habías decepcionado, pues no tenías porqué decirlo porque todavía no sabías si yo hubiera cedido o no. Con esto yo no te digo que hubiera cedido a lo que tú me pides, porque como ya te he dicho, no sé lo que hubiera hecho al verte, ya sabes que soy muy corta. Tú dirás, no consiste en ser corta, sino en querer o no querer. Eso será según tú, porque yo no pienso así.
Como ya te dije creo que si tú hubieras empezado de otra manera, las cosas habrían sido de otra manera. Para mi, tu haces las cosas muy exageradas, (no se si lo entenderás).
Bueno, Santiago, si te molestó lo del teléfono lo siento, me puse que no había por donde cogerme, y me prometí a mi misma que ni por lo mas remoto te escribiría, y ya ves como cumplo lo que digo.
Me despido de ti con la esperanza que me escribas pronto.
Sally
La carta, a pesar de estar escrita por una niña de 16 años recién cumplidos, es propia del pérfido Maquiaveo. ¿Dará nuestra heroína un enorme beso en la boca a su novio cuando le vea la próxima vez?, ¿Cederá en todo lo que la pide?, ¿Volverán a verse los jóvenes amantes?...
Besitos aparte, nuestras primeros jadeos se produjeron contra el muro del Palacio de Justicia. Ahora cuando lo pienso me sorprende, pues ese sitio estaba vigilado por los temidos Grises. En otra zona del mismo edificio, no muy lejos de donde nosotros nos estrujábamos como si el otro fuese un tubo vacío de pasta de dientes, estaban los tristemente famosos Tribunales de Orden Público. Allí era donde procesaban a los acusados de delitos sociales, los "Rojos", y donde les caían tres años de cárcel por poseer una máquina ilegal de fotocopiar octavillas.
También nos veíamos en cafeterías. Me acuerdo especialmente de una, cerca de los nuevos Ministerios. La llamábamos La Pecera, aunque probablemente no se llamase así. Tenía dos pisos. Nos pasábamos horas y horas besándonos en el de arriba, en unos sofás comodísimos. Pedíamos un café, una Coca-Cola y un vaso de agua, y aguantábamos las miradas de odio de los camareros sin prestarles la menor atención. Por lo que recuerdo, casi todos los clientes de la cafetería eran como nosotros. Supongo que el local habrá quebrado.
Mas tarde, fui reconocido como novio oficial de "la niña", y esto me daba derecho a entrar en su casa. Incluso un año, mis suegros la dejaron venirse conmigo, un fin de semana a la casa de Luanco con mi familia, lo que causó cierto asombro entre mis parientes de Oviedo.
Sally dice que nuestro noviazgo no fue normal porque no nos veíamos los días de diario. De hecho, durante un año, tuve que ir todas las tardes a dar clases de Química a María, que vivía a unos metros de casa de Sally, y no solía acercarme después. Uno de esos días, viniendo de tomar unos vinos con los amigotes de la Escuela, perdí los apuntes que llevaba en el trasportín de la moto. Me volví y vi La Castellana repleta de folios con mi letra y los dibujos que hacía en la clase del "sopas". Me pasé una media hora recogiéndolos del suelo, algunos con las marcas de las ruedas de los coches.
Tampoco nos veíamos la mayor parte de los Domingos por la mañana. Yo los dedicaba a buscar piezas entre la chatarra del Rastro.
Yo sin embargo considero que fue una época relativamente feliz. Siempre fui fiel a Sally. No puedo estar seguro de que ella me fuese igualmente fiel, pero puedo decir que nunca tuvimos un problema de celos.
Recorrimos el camino del sexo. Primero con mucha prudencia, avanzando despacio, conquistando cada centímetro de terreno, cada temor al infierno, cada rugosidad de la piel.
No todo fue bello y perfecto, pero puedo decir que el largo período de noviazgo cumplió su cometido: nos hizo conocernos a fondo. Cuando nos casamos nadie podrá decir que lo hicimos engañados.
P10 Tiempo de Amor
Los amores de los otros
He hablado de un tal Rafa Ceñal, pero aún no he hablado del Rafa mas importante: Rafa Pérez-Mínguez.
Rafa era todo lo que yo quería ser. Un año y dos meses mayor que yo, siempre lo vi como al ser más inteligente del mundo. Además debía ser muy atractivo, y ligaba sin problemas con las que quería. Sus padres eran amigos de los míos, y las dos familias se unieron aún más al faltar mi padre. Éramos vecinos en Madrid, y también tenían una casa en Luanco. Para colmo, aunque a un curso distinto, Rafa también iba al mismo colegio que yo.
Siempre me gustaron las novias de Rafa. Tuvo una que era modelo. Hoy, al compararla con Madonna, a mis hijos les habría parecido muy poquita cosa, pero en los sesentas el arquetipo de la belleza femenina estaba definido por chicas como Audrey Hepburn o Jane Birkin. Ami era pequeña, pelo largo y liso, delgadita... andaba como si no pesase. Rafa me contó que una noche acabó el carrete de un sistema electrónico que habían instalado en La Castellana para fotografiar a los coches que se saltaban los semáforos en rojo. A las tres de la mañana, Ami se puso a dar saltos sobre el cable que habían colocado en el suelo. Me imagino la cara de los policías al día siguiente, al revelar el carrete y encontrarse cien fotos de una niña posando para la cámara, con el pelo largo y sedoso flotando en el aire.
Rafa y yo nos contábamos todas nuestras interioridades. En lo referente a la masturbación no coincidíamos. El decía que no la practicaba habitualmente, pues pensaba que le quitaría fuerzas para el día del estreno.
Aún hoy me parece una historia sensacional la que me contó años mas tarde sobre otra de sus novias, que cuando tenía ganas de hacer el amor, le iba a ver sin bragas. Debe ser una sensación fantástica abrazar a tu novia, levantar la falda con la mano, notar la ausencia de barreras y lo mas importante, saber lo que eso significa... Espero que Rafa no haya olvidado esta anécdota.
Para novia, la de Javier. Javier M. y otros amigos de la Escuela compartían un piso. Como es lógico, el pisito en cuestión era el centro de reunión de un grupo aún mas numeroso. Algunos Sábados nos juntábamos allí seis o siete "locos de las motos".
Hoy en día, la moto es demasiado popular entre los chicos de diecinueve o veinte años, como para constituir un vínculo de unión, pero en aquella época, los "motards" éramos un grupo minoritario. En la Escuela de Industriales aparcábamos solo seis o siete cada día, y eso que cualquiera piensa que una Escuela con ese nombre debería atraer la presencia de ese tipo de personas, forofos de la grasa, los motores...
Tampoco las motos eran las de hoy. Las Japonesas estaban prohibidas en España, las B.M.W. eran tan caras que nadie de nuestra edad soñaba siquiera con tenerlas. Diego consiguió un día una de un tío suyo, y nos fuimos hasta Segovia para probarla. De ese día tengo un buen recuerdo, además de una colección de buenas fotos.
Nosotros nos conformábamos con las Sanglas. La mía era nueva, pero la mayoría habían salido de los desguaces de la policía de tráfico. Se iba a una subasta, se pujaba por cuatro o cinco, y con suerte entre todas se conseguían restaurar dos o tres.
Javier tenía una de esas Sanglas de subasta. La había subido al piso, la había desmontado entera, y tenía las piezas metidas por los armarios. Su idea era hacerse una "Chopper", pero aún no había decidido cómo. Lo único que tenía claro era que el depósito de la Sanglas no era el apropiado, y que debía hacerse uno, mucho mas pequeño, en fibra de vidrio.
El experto en fibra de vidrio era el Pifa. Entre cafés y copas construimos un armazón de madera, que después debería servir como molde para la resina y la fibra. Aurora, la novia de Javier, solía llegar a media tarde, sobre las seis. Aguantaba nuestras conversaciones sobre holguras en rodamientos, cilindros y pistones sin rechistar. Después, a eso de las siete, Javier y ella nos abandonaban y se metían juntos en el cuarto de baño. Unas dos horas mas tarde, salían. Javier limpio, peinado y afeitado. Aurora sonriente, con los mofletes sonrosados, como la Heidi de los dibujos animados japoneses.
Años mas tarde vi a Javier en el aeropuerto. Supe que al final se había casado con Aurora y me alegré mucho por los dos. Supongo que fue imposible para él encontrar una esclava mejor entrenada.
Otro que tenía un éxito terrible con las chicas era Antonio Lago. Cada mes estrenaba novia, que era inteligentísima, guapísima, estaban enamoradísimos y juntos iban a hacer las cosas mas interesantes. La verdad es que algunas de ellas sí que lo eran. Recuerdo con un especial cariño a una, que se llamaba María. Era una chica de un pueblo de Jaén. Estudiaba Magisterio, con la intención de terminar dando clases en algún barrio obrero de Madrid, para tener una forma fácil de introducirse en esa sociedad e influir políticamente sobre los niños, y también sobre sus padres. Al contrario de otras "progres" de la época, de pelo grasiento, María tenía un aspecto muy atractivo. Rubita, pelo sedoso... recordaba a las hadas madrinas de los de los cuentos.
La última vez que vi a María, fue con Antonio en uno de esos días que íbamos al apartamento de mi madre en El Escorial. Iban a casarse, poco mas o menos cuando nosotros. Un par de semanas mas tarde me fui a Inglaterra. A la vuelta, dos meses después, Antonio estaba a punto de casarse, pero no con María, sino con Mariam.
He citado El Escorial, y allí pasamos muchos momentos felices. Íbamos siempre con otra pareja. Según David, el tiempo que transcurría desde que llegábamos hasta que estábamos convenientemente instalados cada pareja en una habitación, no excedía de media hora. Pero yo tengo otros recuerdos. Me acuerdo por ejemplo de un día que subimos hasta la cima del Abantos por la mañana, algo relacionado con un grupo de espeleología, comimos unos bocadillos, y después bajamos el monte corriendo a toda velocidad hacia el pueblo. Agotados, llegamos a la casa, que como siempre, estaba helada. Nos desnudamos, y nos metimos en una de las camas. Recuerdo el cuerpo de Sally encima del mío. Sus brazos alrededor de mi cuello, y los míos alrededor de su cintura. Sus piernas completamente extendidas sobre las mías, su pelo acariciando mis hombros. El calor de un cuerpo pegado al otro, contrastando con el frío helador de las sábanas. Sensaciones de un placer indescriptible.
Historias divertidas de las parejas de aquella época hay tantas que se podría escribir un libro. Era el verano del setenta y dos. David estaba retozando en la cama con Reyes, aprovechando una de las ausencias de sus padres, cuando de pronto llamaron a la puerta...
- ¿Quién será? - pensó Reyes- No es posible que sean mis padres, no deberían volver hasta mañana.
Echándose la bata por encima, se levantó de la cama, y se acercó sigilosamente a la puerta.
- ¿Quién es? -Preguntó con voz temblona.
- Somos del Colegio de huérfanos de San Hermenegildo, -la respondieron del otro lado de la puerta. - Venimos pidiendo una limosna, para que los niños pasen una feliz Navidad.
A Reyes la volvió "la color" a la cara. Respiró profundamente dos o tres veces antes de mandarles a freír puñetas. Solo entonces se acordó de David. - ¿Qué habrá hecho? - pensó- ¿Se habrá suicidado?
David se había encerrado en el cuarto de baño. Estaba en pelota picada, pero tenía los dos zapatos en una mano y con la otra se tapaba sus partes. Necesitó veinte minutos y dos tilas, amorosamente preparadas, para reaccionar y poder por fin hablar.
Otra pareja de la época estaba formada por dos primos carnales. De hecho, las dos familias vivían en la misma casa de la calle Serrano. Acostumbraban a hacerlo en el ático, con la oreja siempre atenta al ruido del viejo ascensor. ¡Clan!, primero. ¡Clan!, segundo. ¡Clan!... ¡Ufff!, esta vez se queda en el tercero.
Cada uno de mis amigos y amigas de entonces cuentan, o me contaron, una historia parecida. Vecinas que llaman en el peor momento para pedir tacitas de aceite, bolsos olvidados en sitios comprometidos, porteros indiscretos, hermanos que organizan una fiestecita en el apartamento ocupado ya por los otros...
Una que me gusta recordar por lo que tiene de original, es la de una pareja que se lo hacía en el cuarto de ella, mientras los padres, en la habitación de al lado, veían la televisión. Era terrible hacer el amor conteniendo los jadeos para evitar ser oídos. Pero lo peor era tener que prestar mucha atención sobre lo que pasaba en la Tele. Cada vez que había anuncios, la madre de la niña se levantaba y se iba a la cocina a vigilar cómo iba la cena. Al pasar por delante del cuarto donde estaban los amantes, por supuesto la puerta siempre abierta, echaba una miradita, y se encontraba a su hija con el novio, en una posición de jóvenes tórtolos, pero decorosa. El único testigo de estas escenas era el perrito de la niña, que sentía un odio descarado por mi amigo, y se ponía especialmente nervioso cuando hacían el amor. Si los perros hablasen... Con todo, veinte años después, él me confesó que aquellos polvos robados fueron los mejores de su vida.
Tengo la teoría que el macho del homo sapiens se excita con la observación de los signos que muestran que su hembra se encuentra sexualmente excitada. ¿Qué mejor sensación puede haber que la de saber que ella está tan caliente que ha perdido totalmente el sentido y se atreve a realizar disparates como algunos de los descritos?
Tampoco está mal la escena del otro amigo mío al que encontraron sus suegros en la cama de "la nena" a las diez de la mañana. La historia comienza, como casi todas, con la imprudencia de los suegros, que se fueron a pasar fuera un fin de semana, dejando a la niña sola en casa. La niña, ni corta ni perezosa, avisó al novio. Este, a eso de las doce de la noche, se levantó con mucho cuidado para no hacer ruido, se vistió, y a una velocidad de siete pasos por hora, recorrió el espacio que había entre su cuarto y la puerta de su casa. A cada paso, las viejas tablas del piso de parquet crujían como si fuesen almas en pena. La solución era mantenerse en una posición absolutamente inmóvil, hasta que nadie asociase la serie de aullidos fantasmales con el típico ruido de pasos. Al fin, llegó a la puerta. El cerrojo estaba echado. Ensalibándolo convenientemente consiguió evitar el chirrido característico. Con gran cuidado retiró también el resbalón, y la puerta se abrió. Nadie en la casa se había despertado. Desde una cabina, el chico informó a su amada que era libre, para que ella le tirase la llave por la ventana.
No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó durante el resto de la noche, pero lo grave es que a la mañana siguiente, los suegros se presentaron mucho antes de la hora esperada, cuando la nena se encontraba preparando a su novio el desayuno para reponer las fuerzas perdidas.
Al oír el ruido de la puerta, al chico solo le dio tiempo a incorporarse, coger su ropa y meterla debajo de las sábanas. Todavía tuvo la entereza de saludar a sus futuros padres políticos, cuidando de no asomar los hombros mas allá de la línea formada por las sábanas, y aseverar que se había encontrado repentinamente mareado cuando había ido a buscar a la nena.
Con todo, no pasó nada. A ninguno de nosotros, ni a nuestros padres ni suegros, les falló el corazón en una de estas situaciones. Eso si, nos gastamos una fortuna en análisis clínicos. Recuerdo la primera vez. Éramos unos críos, pero críos de verdad. Probablemente no lo hacíamos aun, pero a Sally le faltó la regla más de un mes. En aquel tiempo, el Predictor no existía, y los análisis se hacían en siniestros primeros pisos de la calle Carretas. Tampoco sabíamos en que consistían las pruebas, ni el coste habitual de las mismas. Los rumores hablaban de ranas, dolorosamente sacrificadas como conejillos de indias. Recuerdo que tuve que tirar físicamente de Sally escaleras arriba. Nos abrió la puerta una señora mayor, con la boca pintarrajeada, con mas aspecto de prostituta retirada, que de auxiliar de clínica. Respiramos aliviados dos días mas tarde, pero en los meses siguientes volveríamos allí a menudo.
En aquella época el SIDA no existía. Además, aunque hubiese existido, no hubiese constituido un serio problema. No puedo hablar por otros, pero en el ambiente en el que nos movíamos, las parejas eran bastante estables, y las relaciones cruzadas eran bastante raras. Al final, casi todos nos casamos con nuestras respectivas novias-amantes, después de una etapa de noviazgo que duró muchos y gozosos años.
A muchos viejos les falla la memoria, y aunque no recuerdan lo que les pasó ayer, se acuerdan perfectamente de lo que les pasó en una época muy anterior de sus vidas. Si alguna vez pierdo la memoria, por favor no me tratéis de curar si solo soy capaz de recordar con detalle todo lo que pasó en aquellos dorados años
He hablado de un tal Rafa Ceñal, pero aún no he hablado del Rafa mas importante: Rafa Pérez-Mínguez.
Rafa era todo lo que yo quería ser. Un año y dos meses mayor que yo, siempre lo vi como al ser más inteligente del mundo. Además debía ser muy atractivo, y ligaba sin problemas con las que quería. Sus padres eran amigos de los míos, y las dos familias se unieron aún más al faltar mi padre. Éramos vecinos en Madrid, y también tenían una casa en Luanco. Para colmo, aunque a un curso distinto, Rafa también iba al mismo colegio que yo.
Siempre me gustaron las novias de Rafa. Tuvo una que era modelo. Hoy, al compararla con Madonna, a mis hijos les habría parecido muy poquita cosa, pero en los sesentas el arquetipo de la belleza femenina estaba definido por chicas como Audrey Hepburn o Jane Birkin. Ami era pequeña, pelo largo y liso, delgadita... andaba como si no pesase. Rafa me contó que una noche acabó el carrete de un sistema electrónico que habían instalado en La Castellana para fotografiar a los coches que se saltaban los semáforos en rojo. A las tres de la mañana, Ami se puso a dar saltos sobre el cable que habían colocado en el suelo. Me imagino la cara de los policías al día siguiente, al revelar el carrete y encontrarse cien fotos de una niña posando para la cámara, con el pelo largo y sedoso flotando en el aire.
Rafa y yo nos contábamos todas nuestras interioridades. En lo referente a la masturbación no coincidíamos. El decía que no la practicaba habitualmente, pues pensaba que le quitaría fuerzas para el día del estreno.
Aún hoy me parece una historia sensacional la que me contó años mas tarde sobre otra de sus novias, que cuando tenía ganas de hacer el amor, le iba a ver sin bragas. Debe ser una sensación fantástica abrazar a tu novia, levantar la falda con la mano, notar la ausencia de barreras y lo mas importante, saber lo que eso significa... Espero que Rafa no haya olvidado esta anécdota.
Para novia, la de Javier. Javier M. y otros amigos de la Escuela compartían un piso. Como es lógico, el pisito en cuestión era el centro de reunión de un grupo aún mas numeroso. Algunos Sábados nos juntábamos allí seis o siete "locos de las motos".
Hoy en día, la moto es demasiado popular entre los chicos de diecinueve o veinte años, como para constituir un vínculo de unión, pero en aquella época, los "motards" éramos un grupo minoritario. En la Escuela de Industriales aparcábamos solo seis o siete cada día, y eso que cualquiera piensa que una Escuela con ese nombre debería atraer la presencia de ese tipo de personas, forofos de la grasa, los motores...
Tampoco las motos eran las de hoy. Las Japonesas estaban prohibidas en España, las B.M.W. eran tan caras que nadie de nuestra edad soñaba siquiera con tenerlas. Diego consiguió un día una de un tío suyo, y nos fuimos hasta Segovia para probarla. De ese día tengo un buen recuerdo, además de una colección de buenas fotos.
Nosotros nos conformábamos con las Sanglas. La mía era nueva, pero la mayoría habían salido de los desguaces de la policía de tráfico. Se iba a una subasta, se pujaba por cuatro o cinco, y con suerte entre todas se conseguían restaurar dos o tres.
Javier tenía una de esas Sanglas de subasta. La había subido al piso, la había desmontado entera, y tenía las piezas metidas por los armarios. Su idea era hacerse una "Chopper", pero aún no había decidido cómo. Lo único que tenía claro era que el depósito de la Sanglas no era el apropiado, y que debía hacerse uno, mucho mas pequeño, en fibra de vidrio.
El experto en fibra de vidrio era el Pifa. Entre cafés y copas construimos un armazón de madera, que después debería servir como molde para la resina y la fibra. Aurora, la novia de Javier, solía llegar a media tarde, sobre las seis. Aguantaba nuestras conversaciones sobre holguras en rodamientos, cilindros y pistones sin rechistar. Después, a eso de las siete, Javier y ella nos abandonaban y se metían juntos en el cuarto de baño. Unas dos horas mas tarde, salían. Javier limpio, peinado y afeitado. Aurora sonriente, con los mofletes sonrosados, como la Heidi de los dibujos animados japoneses.
Años mas tarde vi a Javier en el aeropuerto. Supe que al final se había casado con Aurora y me alegré mucho por los dos. Supongo que fue imposible para él encontrar una esclava mejor entrenada.
Otro que tenía un éxito terrible con las chicas era Antonio Lago. Cada mes estrenaba novia, que era inteligentísima, guapísima, estaban enamoradísimos y juntos iban a hacer las cosas mas interesantes. La verdad es que algunas de ellas sí que lo eran. Recuerdo con un especial cariño a una, que se llamaba María. Era una chica de un pueblo de Jaén. Estudiaba Magisterio, con la intención de terminar dando clases en algún barrio obrero de Madrid, para tener una forma fácil de introducirse en esa sociedad e influir políticamente sobre los niños, y también sobre sus padres. Al contrario de otras "progres" de la época, de pelo grasiento, María tenía un aspecto muy atractivo. Rubita, pelo sedoso... recordaba a las hadas madrinas de los de los cuentos.
La última vez que vi a María, fue con Antonio en uno de esos días que íbamos al apartamento de mi madre en El Escorial. Iban a casarse, poco mas o menos cuando nosotros. Un par de semanas mas tarde me fui a Inglaterra. A la vuelta, dos meses después, Antonio estaba a punto de casarse, pero no con María, sino con Mariam.
He citado El Escorial, y allí pasamos muchos momentos felices. Íbamos siempre con otra pareja. Según David, el tiempo que transcurría desde que llegábamos hasta que estábamos convenientemente instalados cada pareja en una habitación, no excedía de media hora. Pero yo tengo otros recuerdos. Me acuerdo por ejemplo de un día que subimos hasta la cima del Abantos por la mañana, algo relacionado con un grupo de espeleología, comimos unos bocadillos, y después bajamos el monte corriendo a toda velocidad hacia el pueblo. Agotados, llegamos a la casa, que como siempre, estaba helada. Nos desnudamos, y nos metimos en una de las camas. Recuerdo el cuerpo de Sally encima del mío. Sus brazos alrededor de mi cuello, y los míos alrededor de su cintura. Sus piernas completamente extendidas sobre las mías, su pelo acariciando mis hombros. El calor de un cuerpo pegado al otro, contrastando con el frío helador de las sábanas. Sensaciones de un placer indescriptible.
Historias divertidas de las parejas de aquella época hay tantas que se podría escribir un libro. Era el verano del setenta y dos. David estaba retozando en la cama con Reyes, aprovechando una de las ausencias de sus padres, cuando de pronto llamaron a la puerta...
- ¿Quién será? - pensó Reyes- No es posible que sean mis padres, no deberían volver hasta mañana.
Echándose la bata por encima, se levantó de la cama, y se acercó sigilosamente a la puerta.
- ¿Quién es? -Preguntó con voz temblona.
- Somos del Colegio de huérfanos de San Hermenegildo, -la respondieron del otro lado de la puerta. - Venimos pidiendo una limosna, para que los niños pasen una feliz Navidad.
A Reyes la volvió "la color" a la cara. Respiró profundamente dos o tres veces antes de mandarles a freír puñetas. Solo entonces se acordó de David. - ¿Qué habrá hecho? - pensó- ¿Se habrá suicidado?
David se había encerrado en el cuarto de baño. Estaba en pelota picada, pero tenía los dos zapatos en una mano y con la otra se tapaba sus partes. Necesitó veinte minutos y dos tilas, amorosamente preparadas, para reaccionar y poder por fin hablar.
Otra pareja de la época estaba formada por dos primos carnales. De hecho, las dos familias vivían en la misma casa de la calle Serrano. Acostumbraban a hacerlo en el ático, con la oreja siempre atenta al ruido del viejo ascensor. ¡Clan!, primero. ¡Clan!, segundo. ¡Clan!... ¡Ufff!, esta vez se queda en el tercero.
Cada uno de mis amigos y amigas de entonces cuentan, o me contaron, una historia parecida. Vecinas que llaman en el peor momento para pedir tacitas de aceite, bolsos olvidados en sitios comprometidos, porteros indiscretos, hermanos que organizan una fiestecita en el apartamento ocupado ya por los otros...
Una que me gusta recordar por lo que tiene de original, es la de una pareja que se lo hacía en el cuarto de ella, mientras los padres, en la habitación de al lado, veían la televisión. Era terrible hacer el amor conteniendo los jadeos para evitar ser oídos. Pero lo peor era tener que prestar mucha atención sobre lo que pasaba en la Tele. Cada vez que había anuncios, la madre de la niña se levantaba y se iba a la cocina a vigilar cómo iba la cena. Al pasar por delante del cuarto donde estaban los amantes, por supuesto la puerta siempre abierta, echaba una miradita, y se encontraba a su hija con el novio, en una posición de jóvenes tórtolos, pero decorosa. El único testigo de estas escenas era el perrito de la niña, que sentía un odio descarado por mi amigo, y se ponía especialmente nervioso cuando hacían el amor. Si los perros hablasen... Con todo, veinte años después, él me confesó que aquellos polvos robados fueron los mejores de su vida.
Tengo la teoría que el macho del homo sapiens se excita con la observación de los signos que muestran que su hembra se encuentra sexualmente excitada. ¿Qué mejor sensación puede haber que la de saber que ella está tan caliente que ha perdido totalmente el sentido y se atreve a realizar disparates como algunos de los descritos?
Tampoco está mal la escena del otro amigo mío al que encontraron sus suegros en la cama de "la nena" a las diez de la mañana. La historia comienza, como casi todas, con la imprudencia de los suegros, que se fueron a pasar fuera un fin de semana, dejando a la niña sola en casa. La niña, ni corta ni perezosa, avisó al novio. Este, a eso de las doce de la noche, se levantó con mucho cuidado para no hacer ruido, se vistió, y a una velocidad de siete pasos por hora, recorrió el espacio que había entre su cuarto y la puerta de su casa. A cada paso, las viejas tablas del piso de parquet crujían como si fuesen almas en pena. La solución era mantenerse en una posición absolutamente inmóvil, hasta que nadie asociase la serie de aullidos fantasmales con el típico ruido de pasos. Al fin, llegó a la puerta. El cerrojo estaba echado. Ensalibándolo convenientemente consiguió evitar el chirrido característico. Con gran cuidado retiró también el resbalón, y la puerta se abrió. Nadie en la casa se había despertado. Desde una cabina, el chico informó a su amada que era libre, para que ella le tirase la llave por la ventana.
No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó durante el resto de la noche, pero lo grave es que a la mañana siguiente, los suegros se presentaron mucho antes de la hora esperada, cuando la nena se encontraba preparando a su novio el desayuno para reponer las fuerzas perdidas.
Al oír el ruido de la puerta, al chico solo le dio tiempo a incorporarse, coger su ropa y meterla debajo de las sábanas. Todavía tuvo la entereza de saludar a sus futuros padres políticos, cuidando de no asomar los hombros mas allá de la línea formada por las sábanas, y aseverar que se había encontrado repentinamente mareado cuando había ido a buscar a la nena.
Con todo, no pasó nada. A ninguno de nosotros, ni a nuestros padres ni suegros, les falló el corazón en una de estas situaciones. Eso si, nos gastamos una fortuna en análisis clínicos. Recuerdo la primera vez. Éramos unos críos, pero críos de verdad. Probablemente no lo hacíamos aun, pero a Sally le faltó la regla más de un mes. En aquel tiempo, el Predictor no existía, y los análisis se hacían en siniestros primeros pisos de la calle Carretas. Tampoco sabíamos en que consistían las pruebas, ni el coste habitual de las mismas. Los rumores hablaban de ranas, dolorosamente sacrificadas como conejillos de indias. Recuerdo que tuve que tirar físicamente de Sally escaleras arriba. Nos abrió la puerta una señora mayor, con la boca pintarrajeada, con mas aspecto de prostituta retirada, que de auxiliar de clínica. Respiramos aliviados dos días mas tarde, pero en los meses siguientes volveríamos allí a menudo.
En aquella época el SIDA no existía. Además, aunque hubiese existido, no hubiese constituido un serio problema. No puedo hablar por otros, pero en el ambiente en el que nos movíamos, las parejas eran bastante estables, y las relaciones cruzadas eran bastante raras. Al final, casi todos nos casamos con nuestras respectivas novias-amantes, después de una etapa de noviazgo que duró muchos y gozosos años.
A muchos viejos les falla la memoria, y aunque no recuerdan lo que les pasó ayer, se acuerdan perfectamente de lo que les pasó en una época muy anterior de sus vidas. Si alguna vez pierdo la memoria, por favor no me tratéis de curar si solo soy capaz de recordar con detalle todo lo que pasó en aquellos dorados años
P11 Las Aficiones
El buceo, los acuarios, las motos...
Ya mencioné anteriormente que la pesca submarina fue una de mis aficiones que me hicieron rozar la locura. Además, tuve un par de incidentes de esos que te lo hacen pensártelo dos veces. El primero fue en Luanco.
Me había encontrado con el Chuchi una tarde, después de varios años sin vernos. El Chuchi había sido socio fundador del GAPIS, y habíamos compartido la afición de pescar en el Cantábrico pero no había probado nunca lo que es bucear con botellas. A día siguiente por la mañana, le inicié en el escafandrismo en la playa del Molín del Puerto. Todo fue completamente normal. Fuimos nadando desde la playa respirando por el tubo, como en nuestros tiempos de tesca submarina, y al llegar a un punto, abrimos los grifos y buceamos tranquilamente.
Entusiasmado con la idea de tener un compañero de buceo, Jano y Ramón se habían rajado, le convencí para bucear por la tarde en La Vaca. La Vaca es un promontorio, entre Luanco y el cabo de Peñas. Durante la pleamar es como una pared vertical, tan profunda en su parte sumergida, como alto es el acantilado.
Fuimos con un primo mio que iba en barca para pescar en Peñas. Nos dejó en el agua, frente al acantilado, con la promesa de recogernos en una hora a la vuelta. Después arrancó el motor y desapareció. El Chuchi empezó a mirar hacia abajo. No se veía el fondo. Entonces se puso histérico, y trató de quitarse las botellas, enganchándose con las gafas y el tubo, tragando grandes bocanadas de agua. Como le ví tan mal, me sumergí y traté de auparle poniendo sus piernas sobre mis hombros. El cerró las piernas pillando mi cuello con la típica tenaza de un luchador de lucha libre. Sólo entonces descubrí que el grifo de mis botellas aún estaba cerrado. Frente a mi cara vi pasar burbujeante el regulador del Chuchi, y eso me salvó. Me lo metí en la boca, y respiré aliviado durante unos segundos. De pronto sentí un tirón en los dientes. Las pesadas botellas del Chuchi, mejor dicho mis amadas botellas, fabricadas a partir de un extintor de carbónico comprado en el Rastro, se hundían en el negro mar.
La segunda mala experiencia relacionada con el buceo, la tuve en Cancúm.
Me había apuntado con unos americanos a una excursión en barca, incluyendo buceo, caza de barracudas y comida en la playa. Por la mañana todo fue normal. Cazamos barracudas con botellas, como si fuésemos vaqueros en una película de indios. Las barracudas nos rodeaban, cada vez mas curiosas y cabreadas, mientras nosotros las arponeábamos a placer. También cogimos unas caracolas con las que los mejicanos preparan un plato parecido al pulpo en vinagreta, que le llaman cebiche, muy rico. Nos comimos en la playa lo que habíamos pescado, y por la tarde vino el drama.
Uno de los mejicanos se empeñó en llevarnos al lado exterior de arrecife. Allí, a veinte metros de profundidad hicimos mas o menos lo mismo que por la mañana a cuatro.
Estábamos disfrutando bastante, pero cuando se nos acabó el aire, salimos a la superficie, y entonces, ¡oh sorpresa!, ni rastro de la barca.
Estábamos en medio del mar. El fondo, a pesar de lo clarísima que es el agua en el Caribe, ni se intuía. Subiéndonos en las crestas de las olas, gritábamos ¡Socorrooooo...! girándonos en todas direcciones para tratar de ver la barca. La costa se perfilaba como una mancha gris a lo lejos. Uno de los mejicanos dijo: -nadando hasta la playa- y yo pensé que lo mismo me daba morir nadando hacia el Poniente que hacia Oriente. Soltamos los plomos y las caracolas que habíamos cogido, y nos pusimos a nadar, respirando por el tubo.
Resultaba bastante molesto. Como no se veía el fondo, era muy fácil desorientarse, y nadar en una dirección equivocada. Periódicamente teníamos que levantar la cabeza para corregir el rumbo, y entonces venía una ola por detrás y nos llenaba el tubo de agua salada.
Pasaron por mi cabeza pensamientos de tiburones del Caribe, zampándose de un bocado las piernecillas de los incautos nadadores, como quien corta un flan con la cucharilla de postre.
Sin embargo tuvimos mucha suerte. Primero porque el agua en Cancum está caliente. Se dice que en el Cantábrico, un naufrago sin protección se muere de frío en un par de horas. Si trata de hacer ejercicio consume mas energía, y se muere incluso en menos.
Además, el viento y las olas nos llevaron prácticamente hasta la playa. Al cabo de un rato, creeme largo, empezamos a ver el fondo, y notar que la profundidad disminuía muy rápidamente. Pronto llegamos al arrecife, y de allí a la playa.
De la barca, ni rastro. Al parecer, el cretino de a bordo perdió las burbujas en el mismo instante que nos echamos al agua. Supuso entonces que nos dejaríamos llevar por la corriente, por lo que apagó el motor y se puso al pairo. La corriente a veinte metros de profundidad iba exactamente en la dirección contraria a la de la superficie.
Cuento estos incidentes, no por lo agradables, sino porque después de una experiencia de ese tipo, comprendes que la vida merece la pena vivirla.
Como complemento invernal de mi afición a bucear, me dió algún tiempo por los acuarios. Tenía varios en mi cuarto, incluyendo uno de agua de mar con peces cogidos en los charcos de Luanco. De vez en cuando, renovaba el agua trayéndola de Asturias, o aprovechva la excusa y me iba en moto hasta Valencia para cojerla.
Otra de mis aficiones fuertes fue la de la moto. Heredé una Lambretta de mi hermano. Estaba en un estado deplorable, después de llevar parada en un cobertizo en Asturias durante muchos años. Me busqué un compañero de la Escuela entendido en la materia, y en diez minutos consiguió arrancarla.
La Lambretta tenía dos asientos separados, como los de una bicicleta, pero mas grandes. El del pasajero se mantenía inestáblemente sujeto por un único tornillo de los cuatro que tenía inicialmente.
Sally iba en ese asiento, con unas minifaldas alucinantes, agarrada fuertemente a mí. Por supuesto, sus padres ignoraban que yo la llevase en moto. Creo que en esa época aún ignoraban mi existencia. Afortunadamente no me acompañaba el día que perdí la rueda delantera en un bache, pero alguna vez tuvimos algún percance. Naturalmente declaró que la raja de la pierna se la había hecho al subirse al autobús.
Yo por mi parte llevaba un chaquetón de tela de gabardina, que encontré en un armario de mi casa, y que había sido de mi padre. Por la parte de atrás mantenía el color arena original, pero por la parte del pecho, estaba completamente negro del humo de los autobuses. Completaba mi atuendo con una boina, regalo de un Asturiano que conocí en un bar y que se puso a cantar asturianadas conmigo, y unas gafas de motorista con los bordes de metal, y la cinta elástica recubierta de un plástico transparente.
Con esta pinta acudía todos los días a clase, a la Escuela y a la academia del Maestro.
El Maestro era un profesor de Matemáticas que, además de enseñar esta asignatura, influyó mucho en nuestras vidas. Políticamente, y en temas como el sexo, la religión etc, era de lo mas retrógrado. Recuerdo que nos contó que había llevado a su "Maruja" al cine, a ver Un hombre y una mujer, y se había tenido que salir. - ¡Mucho da-ba-da-ba-da, da-ba-da-ba-da, y vá y se la tira! -exclamaba escandalizado. También le horrorizaba que hubiesen publicado, una encuesta hecha en la Universidad, en la que preguntaban a los alumnos, y alumnas, sobre la variedad de su vida sexual.
Fue el Maestro quien me enseñó algunas de mis frases lapidarias como - Sólo es seguro que no aplicarás aquello que ignoras - que nos decía cuando le preguntábamos para qué servía lo que trataba de enseñarnos, o la de - El conocimiento ayuda a obtener felicidad - que comparto completamente. El, por ejemplo, disfrutaba de lo lindo con los problemas de matemáticas mas enrevesados, que a veces tardába mas de un día en resolver, y nos contaba que la "feliz idea" se le había ocurrido en su casa, mientras estaba sentado en la taza del water.
Igualmente envidio a los melómanos, que obtienen grandes satisfacciones oyendo música clásica, a mi hermana que se hace pis contemplando ruinas románicas y, porqué no, a los aficionados al fútbol que disfrutan de lo lindo los Domingos frente a la Tele, y los Lunes por la mañana discutiendo sobre el partido.
En la academia del Maestro conocí a David, a Ripoll, a Merino, a Artémio y a un montón de buenos amigos. El día que aprobé el Cálculo de segundo, fuí al Maestro a darle la buena nueva. Al salir del viejo edificio en la calle San Mateo, me entró una especie de nostalgia, y recuerdo perféctamente que pensé con pesar que no volvería a disfrutar de ese ambiente, y que una etapa de mi vida se había consumido. Partir c`est mourir un peu, que dicen los franceses.
Pero me he desviado de lo que estaba contando. Después de la Lambretta, tuve una Ducati de segunda mano. Calculo que me costaría siete ú ocho mil pesetas, pues un año mas tarde, me compré otra Ducati mas grande y nueva, y no llegó a las treinta mil. Cuando estrellé esta, me compré una Sanglas con la que anduve por Inglaterra, y luego, ya casado una BSA. La última moto de carretera, y recuerdo que pensé que sería la última, fue la BMW.
Asi como mi amor por el buceo me ha dado mis sustos, nadie que lleve hechos los Kilómetros que yo llevo en una moto podrá decir que nunca ha tenido un resbalón. Lo malo es que en algunos resbalones te haces daño de verdad.
En la primavera del 72 fui a ver a Sally que estaba pasando unos días en Fuengirola. El año anterior ya había estado, y lo habíamos pasado estupéndamente revolcándonos por la playa hasta que nos llamaban la atención los agentes del orden. Por eso, mientras conducía iba cantando eso de...-Poco a poco, me voy acercando a ti...- y aceleraba aún un poco mas.
Se me hizo de noche en Andujar. Paré a echar gasolina y comprobé que sólo me funcionaban las luces cuando apretaba el botón de las ráfagas. Por eso, decidí parar a dormir en el siguiente pueblo.
Al ir a pagar la pensión, descubrí que me había dejado la vuelta en la gasolinera, por lo que, a toda velocidad, volví para recuperar mi dinero.
En la entrada del pueblo de Andujar, el dedo que apretaba el botón de las luces se me durmió. Volví a hacerlo reaccionar, pero en vez de apretar el de las ráfagas, apreté el botón de la bocina, de forma que a mas de 100 Km por hora, me salí por la tangente de la curva del puente haciendo ¡piiiiiii!.
Hoy me río al pensarlo, pero la situación era bastante comprometida. Después de darme en el pié contra un mojon de la carretera, había salido volando por un talud de varios metros. Tenía la pierna izquierda rota, el pié derecho machacado y sangraba abundantemente por una brecha en la cara. Me encontraba lejos del asfalto y no podía levantarme. Arrastrándome como pude, subí hasta el nivel del arcén. Afortunádamente pasó un ciclista, que debió llevarse un susto de muerte, al ver un individuo tirado en el suelo, chorreando sangre, que le pedía socorro.
La siguiente vez que me puse encima de una moto, incluso antes de arrancar, sólo de la postura me temblaban tanto las piernas que golpeaban contra el depósito. Así y todo, superé la crisis, me compré otra moto y... hasta la próxima caida.
Ya mencioné anteriormente que la pesca submarina fue una de mis aficiones que me hicieron rozar la locura. Además, tuve un par de incidentes de esos que te lo hacen pensártelo dos veces. El primero fue en Luanco.
Me había encontrado con el Chuchi una tarde, después de varios años sin vernos. El Chuchi había sido socio fundador del GAPIS, y habíamos compartido la afición de pescar en el Cantábrico pero no había probado nunca lo que es bucear con botellas. A día siguiente por la mañana, le inicié en el escafandrismo en la playa del Molín del Puerto. Todo fue completamente normal. Fuimos nadando desde la playa respirando por el tubo, como en nuestros tiempos de tesca submarina, y al llegar a un punto, abrimos los grifos y buceamos tranquilamente.
Entusiasmado con la idea de tener un compañero de buceo, Jano y Ramón se habían rajado, le convencí para bucear por la tarde en La Vaca. La Vaca es un promontorio, entre Luanco y el cabo de Peñas. Durante la pleamar es como una pared vertical, tan profunda en su parte sumergida, como alto es el acantilado.
Fuimos con un primo mio que iba en barca para pescar en Peñas. Nos dejó en el agua, frente al acantilado, con la promesa de recogernos en una hora a la vuelta. Después arrancó el motor y desapareció. El Chuchi empezó a mirar hacia abajo. No se veía el fondo. Entonces se puso histérico, y trató de quitarse las botellas, enganchándose con las gafas y el tubo, tragando grandes bocanadas de agua. Como le ví tan mal, me sumergí y traté de auparle poniendo sus piernas sobre mis hombros. El cerró las piernas pillando mi cuello con la típica tenaza de un luchador de lucha libre. Sólo entonces descubrí que el grifo de mis botellas aún estaba cerrado. Frente a mi cara vi pasar burbujeante el regulador del Chuchi, y eso me salvó. Me lo metí en la boca, y respiré aliviado durante unos segundos. De pronto sentí un tirón en los dientes. Las pesadas botellas del Chuchi, mejor dicho mis amadas botellas, fabricadas a partir de un extintor de carbónico comprado en el Rastro, se hundían en el negro mar.
La segunda mala experiencia relacionada con el buceo, la tuve en Cancúm.
Me había apuntado con unos americanos a una excursión en barca, incluyendo buceo, caza de barracudas y comida en la playa. Por la mañana todo fue normal. Cazamos barracudas con botellas, como si fuésemos vaqueros en una película de indios. Las barracudas nos rodeaban, cada vez mas curiosas y cabreadas, mientras nosotros las arponeábamos a placer. También cogimos unas caracolas con las que los mejicanos preparan un plato parecido al pulpo en vinagreta, que le llaman cebiche, muy rico. Nos comimos en la playa lo que habíamos pescado, y por la tarde vino el drama.
Uno de los mejicanos se empeñó en llevarnos al lado exterior de arrecife. Allí, a veinte metros de profundidad hicimos mas o menos lo mismo que por la mañana a cuatro.
Estábamos disfrutando bastante, pero cuando se nos acabó el aire, salimos a la superficie, y entonces, ¡oh sorpresa!, ni rastro de la barca.
Estábamos en medio del mar. El fondo, a pesar de lo clarísima que es el agua en el Caribe, ni se intuía. Subiéndonos en las crestas de las olas, gritábamos ¡Socorrooooo...! girándonos en todas direcciones para tratar de ver la barca. La costa se perfilaba como una mancha gris a lo lejos. Uno de los mejicanos dijo: -nadando hasta la playa- y yo pensé que lo mismo me daba morir nadando hacia el Poniente que hacia Oriente. Soltamos los plomos y las caracolas que habíamos cogido, y nos pusimos a nadar, respirando por el tubo.
Resultaba bastante molesto. Como no se veía el fondo, era muy fácil desorientarse, y nadar en una dirección equivocada. Periódicamente teníamos que levantar la cabeza para corregir el rumbo, y entonces venía una ola por detrás y nos llenaba el tubo de agua salada.
Pasaron por mi cabeza pensamientos de tiburones del Caribe, zampándose de un bocado las piernecillas de los incautos nadadores, como quien corta un flan con la cucharilla de postre.
Sin embargo tuvimos mucha suerte. Primero porque el agua en Cancum está caliente. Se dice que en el Cantábrico, un naufrago sin protección se muere de frío en un par de horas. Si trata de hacer ejercicio consume mas energía, y se muere incluso en menos.
Además, el viento y las olas nos llevaron prácticamente hasta la playa. Al cabo de un rato, creeme largo, empezamos a ver el fondo, y notar que la profundidad disminuía muy rápidamente. Pronto llegamos al arrecife, y de allí a la playa.
De la barca, ni rastro. Al parecer, el cretino de a bordo perdió las burbujas en el mismo instante que nos echamos al agua. Supuso entonces que nos dejaríamos llevar por la corriente, por lo que apagó el motor y se puso al pairo. La corriente a veinte metros de profundidad iba exactamente en la dirección contraria a la de la superficie.
Cuento estos incidentes, no por lo agradables, sino porque después de una experiencia de ese tipo, comprendes que la vida merece la pena vivirla.
Como complemento invernal de mi afición a bucear, me dió algún tiempo por los acuarios. Tenía varios en mi cuarto, incluyendo uno de agua de mar con peces cogidos en los charcos de Luanco. De vez en cuando, renovaba el agua trayéndola de Asturias, o aprovechva la excusa y me iba en moto hasta Valencia para cojerla.
Otra de mis aficiones fuertes fue la de la moto. Heredé una Lambretta de mi hermano. Estaba en un estado deplorable, después de llevar parada en un cobertizo en Asturias durante muchos años. Me busqué un compañero de la Escuela entendido en la materia, y en diez minutos consiguió arrancarla.
La Lambretta tenía dos asientos separados, como los de una bicicleta, pero mas grandes. El del pasajero se mantenía inestáblemente sujeto por un único tornillo de los cuatro que tenía inicialmente.
Sally iba en ese asiento, con unas minifaldas alucinantes, agarrada fuertemente a mí. Por supuesto, sus padres ignoraban que yo la llevase en moto. Creo que en esa época aún ignoraban mi existencia. Afortunadamente no me acompañaba el día que perdí la rueda delantera en un bache, pero alguna vez tuvimos algún percance. Naturalmente declaró que la raja de la pierna se la había hecho al subirse al autobús.
Yo por mi parte llevaba un chaquetón de tela de gabardina, que encontré en un armario de mi casa, y que había sido de mi padre. Por la parte de atrás mantenía el color arena original, pero por la parte del pecho, estaba completamente negro del humo de los autobuses. Completaba mi atuendo con una boina, regalo de un Asturiano que conocí en un bar y que se puso a cantar asturianadas conmigo, y unas gafas de motorista con los bordes de metal, y la cinta elástica recubierta de un plástico transparente.
Con esta pinta acudía todos los días a clase, a la Escuela y a la academia del Maestro.
El Maestro era un profesor de Matemáticas que, además de enseñar esta asignatura, influyó mucho en nuestras vidas. Políticamente, y en temas como el sexo, la religión etc, era de lo mas retrógrado. Recuerdo que nos contó que había llevado a su "Maruja" al cine, a ver Un hombre y una mujer, y se había tenido que salir. - ¡Mucho da-ba-da-ba-da, da-ba-da-ba-da, y vá y se la tira! -exclamaba escandalizado. También le horrorizaba que hubiesen publicado, una encuesta hecha en la Universidad, en la que preguntaban a los alumnos, y alumnas, sobre la variedad de su vida sexual.
Fue el Maestro quien me enseñó algunas de mis frases lapidarias como - Sólo es seguro que no aplicarás aquello que ignoras - que nos decía cuando le preguntábamos para qué servía lo que trataba de enseñarnos, o la de - El conocimiento ayuda a obtener felicidad - que comparto completamente. El, por ejemplo, disfrutaba de lo lindo con los problemas de matemáticas mas enrevesados, que a veces tardába mas de un día en resolver, y nos contaba que la "feliz idea" se le había ocurrido en su casa, mientras estaba sentado en la taza del water.
Igualmente envidio a los melómanos, que obtienen grandes satisfacciones oyendo música clásica, a mi hermana que se hace pis contemplando ruinas románicas y, porqué no, a los aficionados al fútbol que disfrutan de lo lindo los Domingos frente a la Tele, y los Lunes por la mañana discutiendo sobre el partido.
En la academia del Maestro conocí a David, a Ripoll, a Merino, a Artémio y a un montón de buenos amigos. El día que aprobé el Cálculo de segundo, fuí al Maestro a darle la buena nueva. Al salir del viejo edificio en la calle San Mateo, me entró una especie de nostalgia, y recuerdo perféctamente que pensé con pesar que no volvería a disfrutar de ese ambiente, y que una etapa de mi vida se había consumido. Partir c`est mourir un peu, que dicen los franceses.
Pero me he desviado de lo que estaba contando. Después de la Lambretta, tuve una Ducati de segunda mano. Calculo que me costaría siete ú ocho mil pesetas, pues un año mas tarde, me compré otra Ducati mas grande y nueva, y no llegó a las treinta mil. Cuando estrellé esta, me compré una Sanglas con la que anduve por Inglaterra, y luego, ya casado una BSA. La última moto de carretera, y recuerdo que pensé que sería la última, fue la BMW.
Asi como mi amor por el buceo me ha dado mis sustos, nadie que lleve hechos los Kilómetros que yo llevo en una moto podrá decir que nunca ha tenido un resbalón. Lo malo es que en algunos resbalones te haces daño de verdad.
En la primavera del 72 fui a ver a Sally que estaba pasando unos días en Fuengirola. El año anterior ya había estado, y lo habíamos pasado estupéndamente revolcándonos por la playa hasta que nos llamaban la atención los agentes del orden. Por eso, mientras conducía iba cantando eso de...-Poco a poco, me voy acercando a ti...- y aceleraba aún un poco mas.
Se me hizo de noche en Andujar. Paré a echar gasolina y comprobé que sólo me funcionaban las luces cuando apretaba el botón de las ráfagas. Por eso, decidí parar a dormir en el siguiente pueblo.
Al ir a pagar la pensión, descubrí que me había dejado la vuelta en la gasolinera, por lo que, a toda velocidad, volví para recuperar mi dinero.
En la entrada del pueblo de Andujar, el dedo que apretaba el botón de las luces se me durmió. Volví a hacerlo reaccionar, pero en vez de apretar el de las ráfagas, apreté el botón de la bocina, de forma que a mas de 100 Km por hora, me salí por la tangente de la curva del puente haciendo ¡piiiiiii!.
Hoy me río al pensarlo, pero la situación era bastante comprometida. Después de darme en el pié contra un mojon de la carretera, había salido volando por un talud de varios metros. Tenía la pierna izquierda rota, el pié derecho machacado y sangraba abundantemente por una brecha en la cara. Me encontraba lejos del asfalto y no podía levantarme. Arrastrándome como pude, subí hasta el nivel del arcén. Afortunádamente pasó un ciclista, que debió llevarse un susto de muerte, al ver un individuo tirado en el suelo, chorreando sangre, que le pedía socorro.
La siguiente vez que me puse encima de una moto, incluso antes de arrancar, sólo de la postura me temblaban tanto las piernas que golpeaban contra el depósito. Así y todo, superé la crisis, me compré otra moto y... hasta la próxima caida.
P12 La Boda
El día de la boda
Cuando dije por primera vez que me casaba, nadie se lo tomó en serio. Pasaron entonces varios años en los que la necesidad apremiante de matrimonio, iba y venía a golpes de análisis de orina. Sally fue siempre un desastre en lo relativo a regularidad, y las primeras canas nos salieron esperando la regla. Estábamos ya muy cansados de anunciar nuestra boda, para desmentir la noticia días mas tarde. Por favor, no quiero que se entienda que Sally y yo nos casamos sólo por esto, pero durante las muchas crisis que padecimos lo pasamos tan mal que debió ser un factor importante en la decisión.
Además teníamos una ilusión tremenda. Lo que sigue es una copia literal de unos párrafos de una carta, en la que describía la vida que suponía que llevaríamos cuando por fin viviésemos juntos.
Luanco 12-7-71
11 noche
Querida Sally:
Hoy me permito el lujo de soñar. Sueño que todo va sobre ruedas. A tí te hacen fija en Iberia, yo voy adelantando en mis estudios. Vemos la vida con un cierto optimismo, y por fin nos casamos. Tú con traje corto, (con largo pareces una enana), monísima pintada y arreglada. Yo con chaqueta de sport y un jersey de cuello subido finito. La boda se celebra en un pueblo. Asisten nuestros padres, (que están ya cási convencidos de que no estamos haciendo un disparate), Maria, Carlos, Julia, Miguel Angel, Chencha, Rafa, Jano, Antonio, Ripoll y Pity. No puede faltar Esteban, con cara de chiste verde. Ni Merino, que llegará tarde, pero a tiempo para soltar la última broma... Con todos ellos vamos a la taberna de la calle principal, donde tomamos unos vinos, y unos tacos de jamón. No hay para todos, pero María dice que con el régimen...
Mas tarde nos retiramos. Tú te pones un jersey rojo encima del traje, y quedas vestida como en un día normal. Besos a todos, despedidas... Luego al hotel. Una habitación aislada. Palpamos las paredes y suenan a macizo. La cama grande, con dosel. Por esta vez, de matrimonio. Algo nerviosa tú te vas al baño, con el camisón en la mano. Cuando sales yo ya estoy en pijama, pero nos cruzamos cuando yo voy al cuarto de baño, a lavarme. Luego te poseo como no lo había hecho nunca. Por primera vez lo hago con mi única y verdadera esposa. Tú entras en un orgasmo agitado, berreas y jadeas. Al tiempo los dos caemos en un sopor. Nos abrazamos hasta dormirnos. Entonces, dejamos de hacer fuerza, y los cuerpos se separan. Al día siguiente me despierto por la luz. Tú, vuelta de espaldas, duermes aún. Te doy un beso en los labios, y me levanto. Me visto, y cuando salgo del cuarto de baño ya estás despierta. Nos abrazamos...
Al cabo de quince días la vida comienza a ser normal. Por la mañana te vas al trabajo en Barajas y yo a la Escuela. Nos encontramos a la hora de comer. Te recojo con la Sanglas y vamos a casa de tus padres. En la mesa discutimos sobre la posibilidad de que te compres un coche. Tú quieres un Mini y a mi me parece mejor un 2CV. Tu padre dice que el 600 es un buen coche, y además es mas barato. Al fin parece que prevalece esa opinión y tú te quieres lanzar a comprarlo enseguida. No es posible. Primero hay que ver como acabamos este mes, descontando los gastos extras por ser el primero. El mes que viene calcularemos si puede ser.
Por la tarde nos vamos a casa. Tú haces las camas y "soplas" el polvo. Es pequeña y se arregla en un minuto. Yo me encierro en mi "cuartin" a empollar a fondo. Después te pones una bata cómoda y te vas allí a leer. Luego bajamos a tomar una caña y tú compras lo de la cena. Al subir, yo quiero dar un toque al proyecto de electrónica, pero te pones pesada a diciendo que tienes hambre, y lo dejo. Cenamos pronto y te enfadas un poco conmigo, por mi manía de comer rápido. Mientras tú friegas, yo vuelvo a mi proyecto. Llamo a un compañero por teléfono, y quedamos para terminarlo al día siguiente. Luego se enrolla con nó sé que asunto, y siento unos brazos que me rodean el cuello por detrás. Sin terminar la conversación dejo al pelma de ______ y me vuelvo. Tú haces un "mmmmm" con la nariz, y me coges de las manos para arrastrarme a la alcoba. Hago como si no quisiese y tuviese que hacer no sé qué en el "cuartin", pero me vences. Caemos en una de las camas, (algún día deberíamos decidir cuál es la tuya y cuál la mía). Todavía yo me escapo para la otra, pero será la última vez que siga mi juego. Cuando te he quitado la bata y tú terminas de desnudarme, suena el teléfono. Nos quedamos cortados, pero decidimos no cogerlo. Tú te vas a levantar, pero yo te agarro de una mano y te devuelvo a la cama. Todavía sonará otra vez antes de terminar el acto. Luego yo no puedo dormir pensando quién sería, así que me levanto, y aprovecho para echar un pitillo. Cuando vuelvo, estoy completamente desvelado. Te quito la manta y te quedas boca abajo, desnuda, sin despertarte. Algo excitado, te doy una palmada, pero te cabreas, y nó sé qué dices. Por fin me duermo en la otra cama, que está fresca.
Cuando despierto por la mañana no te veo, pues ya te has ido al trabajo. En el espejo del cuarto de baño veo escrito con jabón "GUARRO", que es el símbolo que muestra que te fuiste caliente. Yo no me enteré de nada, pues me tomé una píldora de las que tú escondes.
Me voy a clase, y en una hora libre repaso los gastos. A pesar de comer casi todos los días en la casa de tus padres o en la de mi madre, la cosa no va muy boyante. Se escapa el dinero a "espuertas", el 600 tendrá que ser de segunda mano, pero conociéndote lo temo. Me veo arreglando pijadas todos los días. Prefiero no decir nada, pero sé que antes o después, tú saltarás. Después me olvido del asunto, con el follón de las clases.
Ripoll me espera a la salida y se lía a contarme cosas. Como hoy comemos en casa, le invito y se viene. Al llegar a casa te encuentro en combinación. Suerte que Ripoll se quedó atascado con el coche en el tráfico. Un tanto seco te digo que te vistas, y justo cuando sales suena el timbre. Tú que no te habías enterado de nada, sigues cabreada. Abro la puerta, y Ripoll, ¡Cómo no! trae una bandeja inmensa de pasteles. Así y todo hay que bajar por fiambre, pues no contabas con visitas.
Nos reímos a mandíbula batiente, como siempre que estamos con él. No hay ni café, ni cognac. Bajamos al bar y paga Ripoll. Yo haciendo que busco la cartera por los bolsillos. Lo nota y me pregunta cómo andamos de perras. Contesto con una evasiva. Se empeña en invitarnos al cine, que no hemos ido desde hace mucho. Hay una bronca por lo que tardas en arreglarte, y te pones de "morros". Ripoll está algo cortado, pero yo le hablo como si no estuvieses, y eso es lo que mas te molesta. Hablamos del portaequipajes gigante que estoy haciendo para la moto, para poder ir a Luanco con todo. También le cuento cómo tengo planeado el viaje, parando a menudo porque tú, el estorbo, te cansas enseguida.
Después del cine nos deja en casa y en el ascensor, tú te echas a llorar. Luego te encierras en el cuarto y cuando entro te encuentro dándome la espalda en el extremo de la cama. Me desvisto y apago la luz. Después oigo que sigues llorando. Me acerco y te acaricio la cabeza. Entonces tú saltas como no te había visto en mi vida, y me cantas las cuarenta: Que si soy un desgraciado y un egoísta, que sólo pienso en mí... Hasta me das puñetazos en el pecho. Te agarro las manos, primero con fuerza, y luego con dulzura. Te pido un beso. Al cabo de un momento, me lo das. El muro se ha deshecho. Cuando la pasión acaba, noto que me escuece la espalda de tus uñas. Mañana en el espejo pondrá "TE QUIERO".
Cartas como ésta hay a montones. Al leerlas ahora me asombra lo obsesionado que estaba por el tema del dinero. Parece que era esencial que convenciese a Sally que si nos casábamos pronto, la vida no sería un mar de rosas. También es chocante mi obsesión por que fuese pintada y arreglada.
Entre sus cartas, hay otra muy curiosa en la que me pone a caldo por decir que no quería tener hijos durante los primeros años. Si un psicólogo hubiese leído con atención esas cartas, hubiese podido advertirnos de la mayor parte de los problemas que tuvimos en la vida real.
De todos nuestros amigos, fuimos los primeros en casarnos. Nos siguieron de cerca Antonio y Miriam, que lo estuvieron haciendo a diario, intentando que ella se embarazase, y naturalmente enseguida lo consiguieron. El mismo día de nuestra boda nos informaron que ya estaba hecho. Miriam tenía diecisiete años.
Debo decir que cuando volví de Inglaterra, y vi el piso que Sally había preparado con todo el amor de su corazón, me llevé un poco de chasco. Aquel era un pisito burgués, correctamente amueblado, con cortinas y visillos, en vez del bohemio apartamento con cajones para sentarse "contigo pan y cebolla" que yo había imaginado.
También surgió un problema inesperado con mi madre. A última hora, se empeñó en que si ninguno de los dos éramos creyentes, deberíamos casarnos por lo civil, y no por la Iglesia. Era el año 73. Incluso muchos años mas tarde, cuando se casó Julia, casarse por lo civil resultaba extremádamente complicado. Primero había que hacer un documento renunciando a los sacramentos. Poco menos que te autoexcomulgabas. Además, aún no había juzgados especializados en matrimonios civiles, por lo que para casarse, había que ir a los Juzgados de la calle Bravo Murillo, en los que un funcionario con manguitos, podrá parecer una exageración pero lo vi con mis propios ojos, después obligar a la pareja y los padrinos a acudir al juzgado tres o cuatro veces, y hacer que volviesen porque faltaba tal papel, o tal póliza, informaba sin ninguna solemnidad a los presentes que la pareja, por fin, se encontraba en estado de matrimonio.
Afortunadamente, el asunto de nuestra boda se resolvió favorablemente. Nos casamos por la Iglesia, pero el cura accedió a que se celebrase una ceremonia muy simple. No hubo ni Misa, ni Comunión. Una pequeña homilía, "quieres a Santiago por esposo...", firmamos y para casa, o mejor dicho, para el coctel en el Hotel Eurobuilding.
Una anécdota curiosa. El mismo día de la boba, mientras me afeitaba, mi hermano Tino, viéndome tan joven, me trató de explicar que las primeras relaciones sexuales a veces no resultan exactamente como uno se imagina, y que la pareja necesita un cierto tiempo para adaptarse. Conociéndole, pienso que tengo que estar muy agradecido por sus palabras. Me consta que es tímido, y lo habrá pasado fatal hablando de un tema para él tan escabroso. Lo que es seguro es que no dudaba de mi virginidad y por lo tanto pensaría que sus consejos me iban a resultar muy útiles.
Me acuerdo con agrado de la noche de bodas. Recuerdo haber tenido la sensación de que por primera vez, lo hacía sin el temor de que alguien pudiese venir en cualquier momento, y pillarnos. Sensación de posesión. De que en el futuro, el acto se repetiría cuantas veces yo quisiera. Un conjunto en fin de sensaciones placenteras.
Cuando dije por primera vez que me casaba, nadie se lo tomó en serio. Pasaron entonces varios años en los que la necesidad apremiante de matrimonio, iba y venía a golpes de análisis de orina. Sally fue siempre un desastre en lo relativo a regularidad, y las primeras canas nos salieron esperando la regla. Estábamos ya muy cansados de anunciar nuestra boda, para desmentir la noticia días mas tarde. Por favor, no quiero que se entienda que Sally y yo nos casamos sólo por esto, pero durante las muchas crisis que padecimos lo pasamos tan mal que debió ser un factor importante en la decisión.
Además teníamos una ilusión tremenda. Lo que sigue es una copia literal de unos párrafos de una carta, en la que describía la vida que suponía que llevaríamos cuando por fin viviésemos juntos.
Luanco 12-7-71
11 noche
Querida Sally:
Hoy me permito el lujo de soñar. Sueño que todo va sobre ruedas. A tí te hacen fija en Iberia, yo voy adelantando en mis estudios. Vemos la vida con un cierto optimismo, y por fin nos casamos. Tú con traje corto, (con largo pareces una enana), monísima pintada y arreglada. Yo con chaqueta de sport y un jersey de cuello subido finito. La boda se celebra en un pueblo. Asisten nuestros padres, (que están ya cási convencidos de que no estamos haciendo un disparate), Maria, Carlos, Julia, Miguel Angel, Chencha, Rafa, Jano, Antonio, Ripoll y Pity. No puede faltar Esteban, con cara de chiste verde. Ni Merino, que llegará tarde, pero a tiempo para soltar la última broma... Con todos ellos vamos a la taberna de la calle principal, donde tomamos unos vinos, y unos tacos de jamón. No hay para todos, pero María dice que con el régimen...
Mas tarde nos retiramos. Tú te pones un jersey rojo encima del traje, y quedas vestida como en un día normal. Besos a todos, despedidas... Luego al hotel. Una habitación aislada. Palpamos las paredes y suenan a macizo. La cama grande, con dosel. Por esta vez, de matrimonio. Algo nerviosa tú te vas al baño, con el camisón en la mano. Cuando sales yo ya estoy en pijama, pero nos cruzamos cuando yo voy al cuarto de baño, a lavarme. Luego te poseo como no lo había hecho nunca. Por primera vez lo hago con mi única y verdadera esposa. Tú entras en un orgasmo agitado, berreas y jadeas. Al tiempo los dos caemos en un sopor. Nos abrazamos hasta dormirnos. Entonces, dejamos de hacer fuerza, y los cuerpos se separan. Al día siguiente me despierto por la luz. Tú, vuelta de espaldas, duermes aún. Te doy un beso en los labios, y me levanto. Me visto, y cuando salgo del cuarto de baño ya estás despierta. Nos abrazamos...
Al cabo de quince días la vida comienza a ser normal. Por la mañana te vas al trabajo en Barajas y yo a la Escuela. Nos encontramos a la hora de comer. Te recojo con la Sanglas y vamos a casa de tus padres. En la mesa discutimos sobre la posibilidad de que te compres un coche. Tú quieres un Mini y a mi me parece mejor un 2CV. Tu padre dice que el 600 es un buen coche, y además es mas barato. Al fin parece que prevalece esa opinión y tú te quieres lanzar a comprarlo enseguida. No es posible. Primero hay que ver como acabamos este mes, descontando los gastos extras por ser el primero. El mes que viene calcularemos si puede ser.
Por la tarde nos vamos a casa. Tú haces las camas y "soplas" el polvo. Es pequeña y se arregla en un minuto. Yo me encierro en mi "cuartin" a empollar a fondo. Después te pones una bata cómoda y te vas allí a leer. Luego bajamos a tomar una caña y tú compras lo de la cena. Al subir, yo quiero dar un toque al proyecto de electrónica, pero te pones pesada a diciendo que tienes hambre, y lo dejo. Cenamos pronto y te enfadas un poco conmigo, por mi manía de comer rápido. Mientras tú friegas, yo vuelvo a mi proyecto. Llamo a un compañero por teléfono, y quedamos para terminarlo al día siguiente. Luego se enrolla con nó sé que asunto, y siento unos brazos que me rodean el cuello por detrás. Sin terminar la conversación dejo al pelma de ______ y me vuelvo. Tú haces un "mmmmm" con la nariz, y me coges de las manos para arrastrarme a la alcoba. Hago como si no quisiese y tuviese que hacer no sé qué en el "cuartin", pero me vences. Caemos en una de las camas, (algún día deberíamos decidir cuál es la tuya y cuál la mía). Todavía yo me escapo para la otra, pero será la última vez que siga mi juego. Cuando te he quitado la bata y tú terminas de desnudarme, suena el teléfono. Nos quedamos cortados, pero decidimos no cogerlo. Tú te vas a levantar, pero yo te agarro de una mano y te devuelvo a la cama. Todavía sonará otra vez antes de terminar el acto. Luego yo no puedo dormir pensando quién sería, así que me levanto, y aprovecho para echar un pitillo. Cuando vuelvo, estoy completamente desvelado. Te quito la manta y te quedas boca abajo, desnuda, sin despertarte. Algo excitado, te doy una palmada, pero te cabreas, y nó sé qué dices. Por fin me duermo en la otra cama, que está fresca.
Cuando despierto por la mañana no te veo, pues ya te has ido al trabajo. En el espejo del cuarto de baño veo escrito con jabón "GUARRO", que es el símbolo que muestra que te fuiste caliente. Yo no me enteré de nada, pues me tomé una píldora de las que tú escondes.
Me voy a clase, y en una hora libre repaso los gastos. A pesar de comer casi todos los días en la casa de tus padres o en la de mi madre, la cosa no va muy boyante. Se escapa el dinero a "espuertas", el 600 tendrá que ser de segunda mano, pero conociéndote lo temo. Me veo arreglando pijadas todos los días. Prefiero no decir nada, pero sé que antes o después, tú saltarás. Después me olvido del asunto, con el follón de las clases.
Ripoll me espera a la salida y se lía a contarme cosas. Como hoy comemos en casa, le invito y se viene. Al llegar a casa te encuentro en combinación. Suerte que Ripoll se quedó atascado con el coche en el tráfico. Un tanto seco te digo que te vistas, y justo cuando sales suena el timbre. Tú que no te habías enterado de nada, sigues cabreada. Abro la puerta, y Ripoll, ¡Cómo no! trae una bandeja inmensa de pasteles. Así y todo hay que bajar por fiambre, pues no contabas con visitas.
Nos reímos a mandíbula batiente, como siempre que estamos con él. No hay ni café, ni cognac. Bajamos al bar y paga Ripoll. Yo haciendo que busco la cartera por los bolsillos. Lo nota y me pregunta cómo andamos de perras. Contesto con una evasiva. Se empeña en invitarnos al cine, que no hemos ido desde hace mucho. Hay una bronca por lo que tardas en arreglarte, y te pones de "morros". Ripoll está algo cortado, pero yo le hablo como si no estuvieses, y eso es lo que mas te molesta. Hablamos del portaequipajes gigante que estoy haciendo para la moto, para poder ir a Luanco con todo. También le cuento cómo tengo planeado el viaje, parando a menudo porque tú, el estorbo, te cansas enseguida.
Después del cine nos deja en casa y en el ascensor, tú te echas a llorar. Luego te encierras en el cuarto y cuando entro te encuentro dándome la espalda en el extremo de la cama. Me desvisto y apago la luz. Después oigo que sigues llorando. Me acerco y te acaricio la cabeza. Entonces tú saltas como no te había visto en mi vida, y me cantas las cuarenta: Que si soy un desgraciado y un egoísta, que sólo pienso en mí... Hasta me das puñetazos en el pecho. Te agarro las manos, primero con fuerza, y luego con dulzura. Te pido un beso. Al cabo de un momento, me lo das. El muro se ha deshecho. Cuando la pasión acaba, noto que me escuece la espalda de tus uñas. Mañana en el espejo pondrá "TE QUIERO".
Cartas como ésta hay a montones. Al leerlas ahora me asombra lo obsesionado que estaba por el tema del dinero. Parece que era esencial que convenciese a Sally que si nos casábamos pronto, la vida no sería un mar de rosas. También es chocante mi obsesión por que fuese pintada y arreglada.
Entre sus cartas, hay otra muy curiosa en la que me pone a caldo por decir que no quería tener hijos durante los primeros años. Si un psicólogo hubiese leído con atención esas cartas, hubiese podido advertirnos de la mayor parte de los problemas que tuvimos en la vida real.
De todos nuestros amigos, fuimos los primeros en casarnos. Nos siguieron de cerca Antonio y Miriam, que lo estuvieron haciendo a diario, intentando que ella se embarazase, y naturalmente enseguida lo consiguieron. El mismo día de nuestra boda nos informaron que ya estaba hecho. Miriam tenía diecisiete años.
Debo decir que cuando volví de Inglaterra, y vi el piso que Sally había preparado con todo el amor de su corazón, me llevé un poco de chasco. Aquel era un pisito burgués, correctamente amueblado, con cortinas y visillos, en vez del bohemio apartamento con cajones para sentarse "contigo pan y cebolla" que yo había imaginado.
También surgió un problema inesperado con mi madre. A última hora, se empeñó en que si ninguno de los dos éramos creyentes, deberíamos casarnos por lo civil, y no por la Iglesia. Era el año 73. Incluso muchos años mas tarde, cuando se casó Julia, casarse por lo civil resultaba extremádamente complicado. Primero había que hacer un documento renunciando a los sacramentos. Poco menos que te autoexcomulgabas. Además, aún no había juzgados especializados en matrimonios civiles, por lo que para casarse, había que ir a los Juzgados de la calle Bravo Murillo, en los que un funcionario con manguitos, podrá parecer una exageración pero lo vi con mis propios ojos, después obligar a la pareja y los padrinos a acudir al juzgado tres o cuatro veces, y hacer que volviesen porque faltaba tal papel, o tal póliza, informaba sin ninguna solemnidad a los presentes que la pareja, por fin, se encontraba en estado de matrimonio.
Afortunadamente, el asunto de nuestra boda se resolvió favorablemente. Nos casamos por la Iglesia, pero el cura accedió a que se celebrase una ceremonia muy simple. No hubo ni Misa, ni Comunión. Una pequeña homilía, "quieres a Santiago por esposo...", firmamos y para casa, o mejor dicho, para el coctel en el Hotel Eurobuilding.
Una anécdota curiosa. El mismo día de la boba, mientras me afeitaba, mi hermano Tino, viéndome tan joven, me trató de explicar que las primeras relaciones sexuales a veces no resultan exactamente como uno se imagina, y que la pareja necesita un cierto tiempo para adaptarse. Conociéndole, pienso que tengo que estar muy agradecido por sus palabras. Me consta que es tímido, y lo habrá pasado fatal hablando de un tema para él tan escabroso. Lo que es seguro es que no dudaba de mi virginidad y por lo tanto pensaría que sus consejos me iban a resultar muy útiles.
Me acuerdo con agrado de la noche de bodas. Recuerdo haber tenido la sensación de que por primera vez, lo hacía sin el temor de que alguien pudiese venir en cualquier momento, y pillarnos. Sensación de posesión. De que en el futuro, el acto se repetiría cuantas veces yo quisiera. Un conjunto en fin de sensaciones placenteras.
P13 El primer año
El año que vivimos peligrosamente
Como la razón que me inspiró a escribir mis memorias fue la de recrearme en los buenos momentos de mi vida, no voy mas que a citar de pasada el viaje de novios, y las primeras discusiones que tuvimos por comer o no comer un pollo asado en la playa.
Sí en cambio me gustaría acordarme de los primeros años de matrimonio. Las fotos, en blanco y negro, reveladas por mí con una ampliadora casera en una habitación casi oscura, muestran a Sally disfrutando de la casa, ordenando los cacharritos y regalos de boda... Cada día movía todos los muebles del piso. En una semana, me encontré durmiendo en lo que hoy es el cuarto de José, en el de Yayo, y de vuelta al nuestro. Mi "estudio", pasó también por todas las habitaciones de la casa.
Debíamos ser unos críos. La pareja mas joven del barrio. Un Domingo por la mañana estábamos retozando en la cama, cuando vimos un vecino mirando por la ventana. Pensamos que con la media oscuridad del cuarto, en contraste con la luz de la calle, y el reflejo de la ventana, no nos vería. Al Domingo siguiente, a la misma hora, volvímos a verlo. Sally le hizo un gesto con la mano, y nos llevamos una sorpresa al ver que nos contestaba. A partir de ese día, cuidamos mucho mas nuestra intimidad.
Llevábamos una vida un tanto especial. Sally trabajaba cara al público en Barajas. Un fin de semana sí, y otro nó tenía que ir al aeropuerto en Sábado y Domingo. Mientras tanto, yo seguía yendo a la Escuela por la mañana, a comer en Narvaez o en el bar de la ETSII, y a estudiar por las tardes con mis amigotes.
Sally se levantaba normalmente antes que yo, para ir a trabajar. Entraba un día a las 7 y al día siguiente a las 2. En teoría, cada 3 o 4 semanas la tocaba también trabajar de noche, pero no sucedió nunca. Las noches se pagaban como horas extraordinarias, y en aquellos años la gente se mataba por hacerlas. Además, había un tipo de gente especializado en cada turno. Sally siempre ha sido madrugadora, y se encontraba, se encuentra, completamente despejada a los pocos minutos de levantarse. No sufre de la torpeza mental que nos afecta a muchos, a primera hora.
Por el contrario yo tardo en despertarme, y me veo sumido en un estado de somnolencia, hasta unos minutos después de tomarme un café. En ese estado, mis pensamientos son aún una mezcla de realidad y sueño.
Recuerdo un día sentado en la última fila en la clase de estadística. El catedrático se llamaba Jerez. Era un individuo con aspecto de científico loco, que daba clase a primera hora de la mañana. Me acuerdo de haber tenido un empalme monstruoso, aún medio dormido y con la mente pensando aún en las sábanas tibias, y el olor del cuerpo de Sally que acababa de dejar en la cama.
La estadística la preparamos juntos, David y yo. Por las tardes, me acercaba a su casa, y doña Casilda nos preparaba la merienda. Llegamos a compenetrarnos muy bien. El hacía unas chuletas tan perfectas, que yo prefería fotocopiarlas antes que utilizar las mías. También nos poníamos juntos en los exámenes. Algunos de los segundos mas largos de mi vida, los pasé con David en el examen de estadística de 3º.
Jerez tenía una serie de manías extrañas, como la de hacernos entregar cada mañana una octavilla con el nombre y el número para controlar la asistencia. Si alguien subrayaba su nombre, o el número, Jerez le preguntaba a la mañana siguiente si el subrayado tenía algún significado relativo a su situación académica, que fuese digno de mencionar. - En lo sucesivo no se subraye- decía muy serio. A Jerez no parecía importarle si se copiaba o no, siempre y cuando se siguiesen las reglas del juego. Por el contrario, uno de sus adjuntos, Antolín, era uno de los mas célebres zorros de La Pradera. No sé si tengo que explicar que La Pradera es el aula de exámenes de la Escuela.
Jerez dejaba abiertamente los libros y apuntes durante los primeros 10 minutos de examen. Después, mandaba a Antolín y a otros esbirros a vigilar que no quedase ni uno. En teoría esos 10 minutos permitían repasar por encima los temas ya estudiados, recordar algún punto especialmente difícil... pero por supuesto, no eran suficientes para copiar los dos largos temas de teoría que ponía. Los dos no, pero uno sí.
La técnica empleada por nosotros fue cambiar las reglas del juego. David desarrollaría dos veces uno de los temas, y yo el otro. A mitad del examen, en el silencio de La Pradera, sólo roto por el golpear de los bolígrafos contra el papel y los pasos del Antolín andando entre las mesas, David y yo deberíamos intercambiarnos uno de los temas. Recuerdo a David mirándome, vigilando por el rabillo del ojo al Antolín. Yo me encontraba petrificado de terror. De pronto, David me tiró su hoja sobre mi mesa, y agarró desesperadamente la mía. Recuerdo perfectamente el ruido ensordecedor de las hojas al cortar el aire, como latigazos. Recuerdo volver a oír los pasos del Antolín, sentir su mirada en mi espalda. Recuerdo como en una foto las dos hojas del examen encima de mi mesa. La mía, con letra menuda e irregular, la de David, redonda y de trazo uniforme. Solo se parecían en el color del bolígrafo usado. Los pasos se acercaron aún mas, y pasaron sin detenerse en mi mesa. Habíamos aprobado otra asignatura.
Profesionalmente no podía estar mas motivado. Era un estudiante que vivía a costa del sueldo de su mujer, pero era un estudiante de verdad. Desde el día de mi boda hasta acabar la carrera dos años mas tarde, no volví a suspender ni un parcial, ni un final. Me matriculé libre, y en un año, de Febrero a Febrero, aprobé 14 asignaturas de tercero, cuarto y quinto.
Además, en la Escuela lo pasábamos bien, Ya no eran los años de primero y segundo, con el Cálculo y las Ecuaciones Diferenciales. Disfrutabamos de una libertad, de la que nunca gozamos en el colegio, y que perdimos el día que empezamos a fichar. Respetábamos a algunos profesores, pero no a todos, y especialmente no a Morán.
Morán era un tipo sordo como una tapia, que nos había hecho la vida imposible cuando estábamos en el primer año de la Escuela. En Cuarto daba Tecnología Mecánica, pero los alumnos habíamos cambiado. Alguna vez me llegó a dar pena, pero sus clases eran alucinantes. Al empezar, los de las últimas filas empezaban a hacer un ruido muy flojito como "uuuuuh". De alguna forma, Morán percibía que había ruido en clase, y lo combatía levantando la voz. Tenía una voz potente, de recio castellano, pero a mayor volumen de su voz, mas intenso era el ruido de fondo. Al final de la hora, las clases consistían en un diálogo a base de alaridos, tan formidable que venían de las clases de al lado para ver lo que pasaba. Algunos días, incluso invitábamos a los eléctricos a venir a disfrutar del espectáculo.
También ese año tuve mi primer trabajo. Fue en Heredia y Moreno, una compañía de Ingeniería. Heredia era catedrático de la Escuela, y contrataba a alumnos aventajados, como calculistas. Nos pagaban por horas, un sueldo mucho menor que el que cobraba una asistenta, pero la experiencia era muy válida para ambas partes.
Durante el primer año de matrimonio, Sally y yo viajamos a Roma, a Asturias a ver a mis amigos, a Marruecos... y a Cataluña para ver a María.
Sally no se acuerda, y niega que sea posible, pero yo estoy seguro del día, o mejor de la tarde que fabricamos a Yayo.
Estábamos en la Costa Brava. Habíamos pasado la mañana en la playa, y paramos el coche en un pinar a echarnos una siesta. Extendimos la manta bajo los árboles, y me acuerdo de haber tenido la sensación paranormal de saber que habíamos acertado. Nueve meses mas tarde, se produjo una metamorfosis, y de ser una pareja de niños jugando a ser mayores, pasamos a ser unos padres que miraban con preocupación a su primer hijo.
Como la razón que me inspiró a escribir mis memorias fue la de recrearme en los buenos momentos de mi vida, no voy mas que a citar de pasada el viaje de novios, y las primeras discusiones que tuvimos por comer o no comer un pollo asado en la playa.
Sí en cambio me gustaría acordarme de los primeros años de matrimonio. Las fotos, en blanco y negro, reveladas por mí con una ampliadora casera en una habitación casi oscura, muestran a Sally disfrutando de la casa, ordenando los cacharritos y regalos de boda... Cada día movía todos los muebles del piso. En una semana, me encontré durmiendo en lo que hoy es el cuarto de José, en el de Yayo, y de vuelta al nuestro. Mi "estudio", pasó también por todas las habitaciones de la casa.
Debíamos ser unos críos. La pareja mas joven del barrio. Un Domingo por la mañana estábamos retozando en la cama, cuando vimos un vecino mirando por la ventana. Pensamos que con la media oscuridad del cuarto, en contraste con la luz de la calle, y el reflejo de la ventana, no nos vería. Al Domingo siguiente, a la misma hora, volvímos a verlo. Sally le hizo un gesto con la mano, y nos llevamos una sorpresa al ver que nos contestaba. A partir de ese día, cuidamos mucho mas nuestra intimidad.
Llevábamos una vida un tanto especial. Sally trabajaba cara al público en Barajas. Un fin de semana sí, y otro nó tenía que ir al aeropuerto en Sábado y Domingo. Mientras tanto, yo seguía yendo a la Escuela por la mañana, a comer en Narvaez o en el bar de la ETSII, y a estudiar por las tardes con mis amigotes.
Sally se levantaba normalmente antes que yo, para ir a trabajar. Entraba un día a las 7 y al día siguiente a las 2. En teoría, cada 3 o 4 semanas la tocaba también trabajar de noche, pero no sucedió nunca. Las noches se pagaban como horas extraordinarias, y en aquellos años la gente se mataba por hacerlas. Además, había un tipo de gente especializado en cada turno. Sally siempre ha sido madrugadora, y se encontraba, se encuentra, completamente despejada a los pocos minutos de levantarse. No sufre de la torpeza mental que nos afecta a muchos, a primera hora.
Por el contrario yo tardo en despertarme, y me veo sumido en un estado de somnolencia, hasta unos minutos después de tomarme un café. En ese estado, mis pensamientos son aún una mezcla de realidad y sueño.
Recuerdo un día sentado en la última fila en la clase de estadística. El catedrático se llamaba Jerez. Era un individuo con aspecto de científico loco, que daba clase a primera hora de la mañana. Me acuerdo de haber tenido un empalme monstruoso, aún medio dormido y con la mente pensando aún en las sábanas tibias, y el olor del cuerpo de Sally que acababa de dejar en la cama.
La estadística la preparamos juntos, David y yo. Por las tardes, me acercaba a su casa, y doña Casilda nos preparaba la merienda. Llegamos a compenetrarnos muy bien. El hacía unas chuletas tan perfectas, que yo prefería fotocopiarlas antes que utilizar las mías. También nos poníamos juntos en los exámenes. Algunos de los segundos mas largos de mi vida, los pasé con David en el examen de estadística de 3º.
Jerez tenía una serie de manías extrañas, como la de hacernos entregar cada mañana una octavilla con el nombre y el número para controlar la asistencia. Si alguien subrayaba su nombre, o el número, Jerez le preguntaba a la mañana siguiente si el subrayado tenía algún significado relativo a su situación académica, que fuese digno de mencionar. - En lo sucesivo no se subraye- decía muy serio. A Jerez no parecía importarle si se copiaba o no, siempre y cuando se siguiesen las reglas del juego. Por el contrario, uno de sus adjuntos, Antolín, era uno de los mas célebres zorros de La Pradera. No sé si tengo que explicar que La Pradera es el aula de exámenes de la Escuela.
Jerez dejaba abiertamente los libros y apuntes durante los primeros 10 minutos de examen. Después, mandaba a Antolín y a otros esbirros a vigilar que no quedase ni uno. En teoría esos 10 minutos permitían repasar por encima los temas ya estudiados, recordar algún punto especialmente difícil... pero por supuesto, no eran suficientes para copiar los dos largos temas de teoría que ponía. Los dos no, pero uno sí.
La técnica empleada por nosotros fue cambiar las reglas del juego. David desarrollaría dos veces uno de los temas, y yo el otro. A mitad del examen, en el silencio de La Pradera, sólo roto por el golpear de los bolígrafos contra el papel y los pasos del Antolín andando entre las mesas, David y yo deberíamos intercambiarnos uno de los temas. Recuerdo a David mirándome, vigilando por el rabillo del ojo al Antolín. Yo me encontraba petrificado de terror. De pronto, David me tiró su hoja sobre mi mesa, y agarró desesperadamente la mía. Recuerdo perfectamente el ruido ensordecedor de las hojas al cortar el aire, como latigazos. Recuerdo volver a oír los pasos del Antolín, sentir su mirada en mi espalda. Recuerdo como en una foto las dos hojas del examen encima de mi mesa. La mía, con letra menuda e irregular, la de David, redonda y de trazo uniforme. Solo se parecían en el color del bolígrafo usado. Los pasos se acercaron aún mas, y pasaron sin detenerse en mi mesa. Habíamos aprobado otra asignatura.
Profesionalmente no podía estar mas motivado. Era un estudiante que vivía a costa del sueldo de su mujer, pero era un estudiante de verdad. Desde el día de mi boda hasta acabar la carrera dos años mas tarde, no volví a suspender ni un parcial, ni un final. Me matriculé libre, y en un año, de Febrero a Febrero, aprobé 14 asignaturas de tercero, cuarto y quinto.
Además, en la Escuela lo pasábamos bien, Ya no eran los años de primero y segundo, con el Cálculo y las Ecuaciones Diferenciales. Disfrutabamos de una libertad, de la que nunca gozamos en el colegio, y que perdimos el día que empezamos a fichar. Respetábamos a algunos profesores, pero no a todos, y especialmente no a Morán.
Morán era un tipo sordo como una tapia, que nos había hecho la vida imposible cuando estábamos en el primer año de la Escuela. En Cuarto daba Tecnología Mecánica, pero los alumnos habíamos cambiado. Alguna vez me llegó a dar pena, pero sus clases eran alucinantes. Al empezar, los de las últimas filas empezaban a hacer un ruido muy flojito como "uuuuuh". De alguna forma, Morán percibía que había ruido en clase, y lo combatía levantando la voz. Tenía una voz potente, de recio castellano, pero a mayor volumen de su voz, mas intenso era el ruido de fondo. Al final de la hora, las clases consistían en un diálogo a base de alaridos, tan formidable que venían de las clases de al lado para ver lo que pasaba. Algunos días, incluso invitábamos a los eléctricos a venir a disfrutar del espectáculo.
También ese año tuve mi primer trabajo. Fue en Heredia y Moreno, una compañía de Ingeniería. Heredia era catedrático de la Escuela, y contrataba a alumnos aventajados, como calculistas. Nos pagaban por horas, un sueldo mucho menor que el que cobraba una asistenta, pero la experiencia era muy válida para ambas partes.
Durante el primer año de matrimonio, Sally y yo viajamos a Roma, a Asturias a ver a mis amigos, a Marruecos... y a Cataluña para ver a María.
Sally no se acuerda, y niega que sea posible, pero yo estoy seguro del día, o mejor de la tarde que fabricamos a Yayo.
Estábamos en la Costa Brava. Habíamos pasado la mañana en la playa, y paramos el coche en un pinar a echarnos una siesta. Extendimos la manta bajo los árboles, y me acuerdo de haber tenido la sensación paranormal de saber que habíamos acertado. Nueve meses mas tarde, se produjo una metamorfosis, y de ser una pareja de niños jugando a ser mayores, pasamos a ser unos padres que miraban con preocupación a su primer hijo.
P14 El Chalet
El chalet
Nunca podremos valorar lo suficiente lo que nos ayudaron mis suegros en los primeros años de matrimonio. Como Sally trabajaba muchos fines de semana, Pepe y Aba se convirtieron en unos segundos padres para los niños. Además tenían mucha mas paciencia para entretenerlos y darles de comer que nosotros. De hecho, los niños les adoraban, y en cierto sentido yo me sentía celoso.
A pesar de que prometí contar sólo las cosas buenas, tengo que referirme al horror que era dar de comer a los niños. Los tres fueron absolutamente inapetentes hasta bien avanzada la infancia. De bebés, tomaban sólo la cuarta parte de la cantidad recomendada por los de Nestlé en el prospecto de sus papillas, y de eso, devolvían el noventa por ciento. Recuerdo una vez a Pepín que después de tomarse medio biberón, abrió una boca como la toma de una manguera contraincendios, y soltó un chorro a presión que cubrió completamente el suelo de la cocina. Físicamente parecía imposible que tódo ese líquido hubiese salido de aquel cuerpecito, que no abultaba mas que un cochinillo de ración.
La técnica empleada por Pepe para que comiesen, era entretenerlos con un sonajero, haciendo muecas y diciendo
-CHUQUI CUCHI, CHUQUI CUCHI-, hasta que abrían la boca
de puro asombro, y entonces, ¡Zas!, Aba les metía la cuchara.
Nada de lo que cuento es exagerado. Sally utilizaba unos baberos de plástico que recogían la papilla que se caía de la boca en una especie de cestita. Mas de una vez, después de que alguno devolviese, cogía con desesperación el devuelto con la cuchara y se lo volvía a meter en el cuerpo. Pepín se salvó un día de ser tirado por su madre, completamente histérica, por la ventana, sólo gracias a la intervención oportuna y serena de su hermano, 17 meses mayor.
Por el verano, Pepe y Aba se llevaban los niños a un chalet que tenían en Avila, para que cambiasen de aires. Un día, volviendo del chalet con Aba, se nos ocurrió parar en una urbanización que estaban construyendo cerca del Escorial. El vendedor debía ser un profesional como la copa de un pino, pues nos encasquetó una de las últimas parcelas que quedaban a precio de antes de la inmimente subida. Hasta consiguió que dejásemos una señal para que no nos la quitase nadie ese mismo día. Por la noche, recapacitamos y abandonamos el proyecto, y la señal, pero el gusanillo de poseer un terruño ya estaba metido en el cuerpo.
Unos meses mas tarde, después de recorrer todas las urbanizaciones en un radio de 75 Km de Madrid, compramos la parcela de Cotos.
Pocas cosas, me refiero a cosas materiales, me han hecho tan feliz como la parcela, y la casa de Cotos.
Cada fin de semana, al pasar por el vivero, comprábamos dos o trés árboles, los cargábamos en la baca del coche, y con gran esfuerzo los plantábamos en un agujero que conseguíamos hacer en el terreno, plagado de piedras. Comprendí entonces la pasion que algunos hortelanos sienten por la tierra. En la Primavera, de cada una las estacas que habíamos plantado salieron unas yemitas, y luego unas pequeñas hojas.
Tengo muchas fotos y diapositivas de Cotos, incluyendo algunas de la época de la construcción de la casa. Verlas una detrás de otras produce el mismo efecto que esas películas, grabadas a cámara rápida, en la que las nubes pasan a velocidad de vértigo. Las hojas se tranformaron en ramitas, y luego en ramas. Los palos secos, plantadas a un metro unos de otros, se volvieron árboles en unos pocos años. Arboles que luchaban desesperadamente con los otros compitiendo por el agua y la luz.
En una de esas tardes de viento, que se producen a menudo por el verano, oímos un ¡CRACK! terrible, y comprobamos que una rama inmensa de un chopo, se había roto, cayendo sobre un llorón. Se quedó así, como la selva de las películas de Tarzán, durante el resto del año.
Al invierno siguiente, las raices de uno de los llorones se infiltraron por las cañerías, taponando la salida del desagüe, con el consiguiente problema de tener que levantar toda el saneamiento y ponerlo nuevo.
Para combatir las malas hierbas, planté hiedra por todas partes. La hiedra ahogó las malas hierbas, pero no se paró ahí. Trepó por los troncos de los árboles y los muros de ladrillo, se extendió como una alfombra por los caminos de grijo, se enredó y entremezcló, formando una red impenetrable de raices, que me es ahora imposible destruir. A veces me pongo a arrancarla de una zona, y produzco montañas de cuerdas con hojas, tan grandes que no me atrevo a echarlas al contenedor de la basura, por temor a que no se lo lleven.
De ser un campo típico de la sierra de Madrid, seco, cubierto de matorrales de encina, el jardín pasó a convertirse en una jungla, tan tupida que no me atrevo a hacer fuego en ningún rincon de la parcela.
los accidentes con los árboles y el asunto de la hiedra me hicieron recapacitar sobre si es mejor tener un jardín en plan salvaje, o mas vale mantenerlo a raya. Justo cuando andaba con esas dudas, a Sally se le ocurrió la feliz idea de comprarme una motosierra, y esto también pudo resultar peligroso.
La hiedra y la cantidad excesiva de árboles, no fueron los únicos errores que cometimos. Hoy, con nuestra experiencia, todo sería muy fácil. Para empezar, elegiríamos una parcela con mejores vistas, sin pedir como condición número uno que fuese lisa. La idea de que los niños necesitaban una zona plana para poder jugar al fútbol sin perder las pelotas ha demostrado ser falsa. Los niños nunca jugaron en la parcela al fútbol, entre otras cosas porque nunca les dejamos. También hubiesemos construido el salón un poco mas grande, y hubieramos levantado la casa, un poquito mas.
En el chalet pude descubrir nuevas técnicas jamás exploradas. La albañilería por ejemplo. Viendo a un paleta colocar ladrillos, parece que levantar un murete es la cosa mas tonta del mundo. Pero cuando te pones, ves que conseguir que el mortero se quede donde quieres que se quede, y no se cuele por los agujeros del ladrillo y se descuelgue por la pared no tiene nada de facil. De enfoscar, ya ni hablamos.
¿Y qué me dices de la soldadura? En la Escuela, en el Doctorado, dí algo de Radiografiado de soldaduras y sus defectos. Además, en mi época de Sener, trabajé traduciendo manuales de soldadura, especificando los electrodos a usar en cada caso, la intensidad recomendable, las pruebas de homologación de los soldadores, la postura 3G... Pero cuando agarras de verdad la pinza y el electrodo se te queda pegado a la chapa, y lo que es peor, cuando acabas de echar un "cordón", y al moverlo te quedas con una de las piezas recién soldadas en la mano, comprendes que de la teoría a la práctica va un trecho.
Asi y todo, las horas pasadas haciendo chapuzas en el chalet, han sido de lo mas satisfactorias. Y si algunas de las obras, como la terraza de detrás o la barbacoa del fondo, ya ha habido que derruirlas, otras, como el garaje, aún se tienen de pié. Además, "que me quiten lo bailado."
Nunca podremos valorar lo suficiente lo que nos ayudaron mis suegros en los primeros años de matrimonio. Como Sally trabajaba muchos fines de semana, Pepe y Aba se convirtieron en unos segundos padres para los niños. Además tenían mucha mas paciencia para entretenerlos y darles de comer que nosotros. De hecho, los niños les adoraban, y en cierto sentido yo me sentía celoso.
A pesar de que prometí contar sólo las cosas buenas, tengo que referirme al horror que era dar de comer a los niños. Los tres fueron absolutamente inapetentes hasta bien avanzada la infancia. De bebés, tomaban sólo la cuarta parte de la cantidad recomendada por los de Nestlé en el prospecto de sus papillas, y de eso, devolvían el noventa por ciento. Recuerdo una vez a Pepín que después de tomarse medio biberón, abrió una boca como la toma de una manguera contraincendios, y soltó un chorro a presión que cubrió completamente el suelo de la cocina. Físicamente parecía imposible que tódo ese líquido hubiese salido de aquel cuerpecito, que no abultaba mas que un cochinillo de ración.
La técnica empleada por Pepe para que comiesen, era entretenerlos con un sonajero, haciendo muecas y diciendo
-CHUQUI CUCHI, CHUQUI CUCHI-, hasta que abrían la boca
de puro asombro, y entonces, ¡Zas!, Aba les metía la cuchara.
Nada de lo que cuento es exagerado. Sally utilizaba unos baberos de plástico que recogían la papilla que se caía de la boca en una especie de cestita. Mas de una vez, después de que alguno devolviese, cogía con desesperación el devuelto con la cuchara y se lo volvía a meter en el cuerpo. Pepín se salvó un día de ser tirado por su madre, completamente histérica, por la ventana, sólo gracias a la intervención oportuna y serena de su hermano, 17 meses mayor.
Por el verano, Pepe y Aba se llevaban los niños a un chalet que tenían en Avila, para que cambiasen de aires. Un día, volviendo del chalet con Aba, se nos ocurrió parar en una urbanización que estaban construyendo cerca del Escorial. El vendedor debía ser un profesional como la copa de un pino, pues nos encasquetó una de las últimas parcelas que quedaban a precio de antes de la inmimente subida. Hasta consiguió que dejásemos una señal para que no nos la quitase nadie ese mismo día. Por la noche, recapacitamos y abandonamos el proyecto, y la señal, pero el gusanillo de poseer un terruño ya estaba metido en el cuerpo.
Unos meses mas tarde, después de recorrer todas las urbanizaciones en un radio de 75 Km de Madrid, compramos la parcela de Cotos.
Pocas cosas, me refiero a cosas materiales, me han hecho tan feliz como la parcela, y la casa de Cotos.
Cada fin de semana, al pasar por el vivero, comprábamos dos o trés árboles, los cargábamos en la baca del coche, y con gran esfuerzo los plantábamos en un agujero que conseguíamos hacer en el terreno, plagado de piedras. Comprendí entonces la pasion que algunos hortelanos sienten por la tierra. En la Primavera, de cada una las estacas que habíamos plantado salieron unas yemitas, y luego unas pequeñas hojas.
Tengo muchas fotos y diapositivas de Cotos, incluyendo algunas de la época de la construcción de la casa. Verlas una detrás de otras produce el mismo efecto que esas películas, grabadas a cámara rápida, en la que las nubes pasan a velocidad de vértigo. Las hojas se tranformaron en ramitas, y luego en ramas. Los palos secos, plantadas a un metro unos de otros, se volvieron árboles en unos pocos años. Arboles que luchaban desesperadamente con los otros compitiendo por el agua y la luz.
En una de esas tardes de viento, que se producen a menudo por el verano, oímos un ¡CRACK! terrible, y comprobamos que una rama inmensa de un chopo, se había roto, cayendo sobre un llorón. Se quedó así, como la selva de las películas de Tarzán, durante el resto del año.
Al invierno siguiente, las raices de uno de los llorones se infiltraron por las cañerías, taponando la salida del desagüe, con el consiguiente problema de tener que levantar toda el saneamiento y ponerlo nuevo.
Para combatir las malas hierbas, planté hiedra por todas partes. La hiedra ahogó las malas hierbas, pero no se paró ahí. Trepó por los troncos de los árboles y los muros de ladrillo, se extendió como una alfombra por los caminos de grijo, se enredó y entremezcló, formando una red impenetrable de raices, que me es ahora imposible destruir. A veces me pongo a arrancarla de una zona, y produzco montañas de cuerdas con hojas, tan grandes que no me atrevo a echarlas al contenedor de la basura, por temor a que no se lo lleven.
De ser un campo típico de la sierra de Madrid, seco, cubierto de matorrales de encina, el jardín pasó a convertirse en una jungla, tan tupida que no me atrevo a hacer fuego en ningún rincon de la parcela.
los accidentes con los árboles y el asunto de la hiedra me hicieron recapacitar sobre si es mejor tener un jardín en plan salvaje, o mas vale mantenerlo a raya. Justo cuando andaba con esas dudas, a Sally se le ocurrió la feliz idea de comprarme una motosierra, y esto también pudo resultar peligroso.
La hiedra y la cantidad excesiva de árboles, no fueron los únicos errores que cometimos. Hoy, con nuestra experiencia, todo sería muy fácil. Para empezar, elegiríamos una parcela con mejores vistas, sin pedir como condición número uno que fuese lisa. La idea de que los niños necesitaban una zona plana para poder jugar al fútbol sin perder las pelotas ha demostrado ser falsa. Los niños nunca jugaron en la parcela al fútbol, entre otras cosas porque nunca les dejamos. También hubiesemos construido el salón un poco mas grande, y hubieramos levantado la casa, un poquito mas.
En el chalet pude descubrir nuevas técnicas jamás exploradas. La albañilería por ejemplo. Viendo a un paleta colocar ladrillos, parece que levantar un murete es la cosa mas tonta del mundo. Pero cuando te pones, ves que conseguir que el mortero se quede donde quieres que se quede, y no se cuele por los agujeros del ladrillo y se descuelgue por la pared no tiene nada de facil. De enfoscar, ya ni hablamos.
¿Y qué me dices de la soldadura? En la Escuela, en el Doctorado, dí algo de Radiografiado de soldaduras y sus defectos. Además, en mi época de Sener, trabajé traduciendo manuales de soldadura, especificando los electrodos a usar en cada caso, la intensidad recomendable, las pruebas de homologación de los soldadores, la postura 3G... Pero cuando agarras de verdad la pinza y el electrodo se te queda pegado a la chapa, y lo que es peor, cuando acabas de echar un "cordón", y al moverlo te quedas con una de las piezas recién soldadas en la mano, comprendes que de la teoría a la práctica va un trecho.
Asi y todo, las horas pasadas haciendo chapuzas en el chalet, han sido de lo mas satisfactorias. Y si algunas de las obras, como la terraza de detrás o la barbacoa del fondo, ya ha habido que derruirlas, otras, como el garaje, aún se tienen de pié. Además, "que me quiten lo bailado."
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