martes, 6 de mayo de 2008

P10 Tiempo de Amor

Los amores de los otros

He hablado de un tal Rafa Ceñal, pero aún no he hablado del Rafa mas importante: Rafa Pérez-Mínguez.

Rafa era todo lo que yo quería ser. Un año y dos meses mayor que yo, siempre lo vi como al ser más inteligente del mundo. Además debía ser muy atractivo, y ligaba sin problemas con las que quería. Sus padres eran amigos de los míos, y las dos familias se unieron aún más al faltar mi padre. Éramos vecinos en Madrid, y también tenían una casa en Luanco. Para colmo, aunque a un curso distinto, Rafa también iba al mismo colegio que yo.

Siempre me gustaron las novias de Rafa. Tuvo una que era modelo. Hoy, al compararla con Madonna, a mis hijos les habría parecido muy poquita cosa, pero en los sesentas el arquetipo de la belleza femenina estaba definido por chicas como Audrey Hepburn o Jane Birkin. Ami era pequeña, pelo largo y liso, delgadita... andaba como si no pesase. Rafa me contó que una noche acabó el carrete de un sistema electrónico que habían instalado en La Castellana para fotografiar a los coches que se saltaban los semáforos en rojo. A las tres de la mañana, Ami se puso a dar saltos sobre el cable que habían colocado en el suelo. Me imagino la cara de los policías al día siguiente, al revelar el carrete y encontrarse cien fotos de una niña posando para la cámara, con el pelo largo y sedoso flotando en el aire.

Rafa y yo nos contábamos todas nuestras interioridades. En lo referente a la masturbación no coincidíamos. El decía que no la practicaba habitualmente, pues pensaba que le quitaría fuerzas para el día del estreno.

Aún hoy me parece una historia sensacional la que me contó años mas tarde sobre otra de sus novias, que cuando tenía ganas de hacer el amor, le iba a ver sin bragas. Debe ser una sensación fantástica abrazar a tu novia, levantar la falda con la mano, notar la ausencia de barreras y lo mas importante, saber lo que eso significa... Espero que Rafa no haya olvidado esta anécdota.

Para novia, la de Javier. Javier M. y otros amigos de la Escuela compartían un piso. Como es lógico, el pisito en cuestión era el centro de reunión de un grupo aún mas numeroso. Algunos Sábados nos juntábamos allí seis o siete "locos de las motos".

Hoy en día, la moto es demasiado popular entre los chicos de diecinueve o veinte años, como para constituir un vínculo de unión, pero en aquella época, los "motards" éramos un grupo minoritario. En la Escuela de Industriales aparcábamos solo seis o siete cada día, y eso que cualquiera piensa que una Escuela con ese nombre debería atraer la presencia de ese tipo de personas, forofos de la grasa, los motores...



Tampoco las motos eran las de hoy. Las Japonesas estaban prohibidas en España, las B.M.W. eran tan caras que nadie de nuestra edad soñaba siquiera con tenerlas. Diego consiguió un día una de un tío suyo, y nos fuimos hasta Segovia para probarla. De ese día tengo un buen recuerdo, además de una colección de buenas fotos.

Nosotros nos conformábamos con las Sanglas. La mía era nueva, pero la mayoría habían salido de los desguaces de la policía de tráfico. Se iba a una subasta, se pujaba por cuatro o cinco, y con suerte entre todas se conseguían restaurar dos o tres.

Javier tenía una de esas Sanglas de subasta. La había subido al piso, la había desmontado entera, y tenía las piezas metidas por los armarios. Su idea era hacerse una "Chopper", pero aún no había decidido cómo. Lo único que tenía claro era que el depósito de la Sanglas no era el apropiado, y que debía hacerse uno, mucho mas pequeño, en fibra de vidrio.

El experto en fibra de vidrio era el Pifa. Entre cafés y copas construimos un armazón de madera, que después debería servir como molde para la resina y la fibra. Aurora, la novia de Javier, solía llegar a media tarde, sobre las seis. Aguantaba nuestras conversaciones sobre holguras en rodamientos, cilindros y pistones sin rechistar. Después, a eso de las siete, Javier y ella nos abandonaban y se metían juntos en el cuarto de baño. Unas dos horas mas tarde, salían. Javier limpio, peinado y afeitado. Aurora sonriente, con los mofletes sonrosados, como la Heidi de los dibujos animados japoneses.

Años mas tarde vi a Javier en el aeropuerto. Supe que al final se había casado con Aurora y me alegré mucho por los dos. Supongo que fue imposible para él encontrar una esclava mejor entrenada.

Otro que tenía un éxito terrible con las chicas era Antonio Lago. Cada mes estrenaba novia, que era inteligentísima, guapísima, estaban enamoradísimos y juntos iban a hacer las cosas mas interesantes. La verdad es que algunas de ellas sí que lo eran. Recuerdo con un especial cariño a una, que se llamaba María. Era una chica de un pueblo de Jaén. Estudiaba Magisterio, con la intención de terminar dando clases en algún barrio obrero de Madrid, para tener una forma fácil de introducirse en esa sociedad e influir políticamente sobre los niños, y también sobre sus padres. Al contrario de otras "progres" de la época, de pelo grasiento, María tenía un aspecto muy atractivo. Rubita, pelo sedoso... recordaba a las hadas madrinas de los de los cuentos.

La última vez que vi a María, fue con Antonio en uno de esos días que íbamos al apartamento de mi madre en El Escorial. Iban a casarse, poco mas o menos cuando nosotros. Un par de semanas mas tarde me fui a Inglaterra. A la vuelta, dos meses después, Antonio estaba a punto de casarse, pero no con María, sino con Mariam.

He citado El Escorial, y allí pasamos muchos momentos felices. Íbamos siempre con otra pareja. Según David, el tiempo que transcurría desde que llegábamos hasta que estábamos convenientemente instalados cada pareja en una habitación, no excedía de media hora. Pero yo tengo otros recuerdos. Me acuerdo por ejemplo de un día que subimos hasta la cima del Abantos por la mañana, algo relacionado con un grupo de espeleología, comimos unos bocadillos, y después bajamos el monte corriendo a toda velocidad hacia el pueblo. Agotados, llegamos a la casa, que como siempre, estaba helada. Nos desnudamos, y nos metimos en una de las camas. Recuerdo el cuerpo de Sally encima del mío. Sus brazos alrededor de mi cuello, y los míos alrededor de su cintura. Sus piernas completamente extendidas sobre las mías, su pelo acariciando mis hombros. El calor de un cuerpo pegado al otro, contrastando con el frío helador de las sábanas. Sensaciones de un placer indescriptible.

Historias divertidas de las parejas de aquella época hay tantas que se podría escribir un libro. Era el verano del setenta y dos. David estaba retozando en la cama con Reyes, aprovechando una de las ausencias de sus padres, cuando de pronto llamaron a la puerta...

- ¿Quién será? - pensó Reyes- No es posible que sean mis padres, no deberían volver hasta mañana.

Echándose la bata por encima, se levantó de la cama, y se acercó sigilosamente a la puerta.

- ¿Quién es? -Preguntó con voz temblona.

- Somos del Colegio de huérfanos de San Hermenegildo, -la respondieron del otro lado de la puerta. - Venimos pidiendo una limosna, para que los niños pasen una feliz Navidad.

A Reyes la volvió "la color" a la cara. Respiró profundamente dos o tres veces antes de mandarles a freír puñetas. Solo entonces se acordó de David. - ¿Qué habrá hecho? - pensó- ¿Se habrá suicidado?

David se había encerrado en el cuarto de baño. Estaba en pelota picada, pero tenía los dos zapatos en una mano y con la otra se tapaba sus partes. Necesitó veinte minutos y dos tilas, amorosamente preparadas, para reaccionar y poder por fin hablar.

Otra pareja de la época estaba formada por dos primos carnales. De hecho, las dos familias vivían en la misma casa de la calle Serrano. Acostumbraban a hacerlo en el ático, con la oreja siempre atenta al ruido del viejo ascensor. ¡Clan!, primero. ¡Clan!, segundo. ¡Clan!... ¡Ufff!, esta vez se queda en el tercero.

Cada uno de mis amigos y amigas de entonces cuentan, o me contaron, una historia parecida. Vecinas que llaman en el peor momento para pedir tacitas de aceite, bolsos olvidados en sitios comprometidos, porteros indiscretos, hermanos que organizan una fiestecita en el apartamento ocupado ya por los otros...

Una que me gusta recordar por lo que tiene de original, es la de una pareja que se lo hacía en el cuarto de ella, mientras los padres, en la habitación de al lado, veían la televisión. Era terrible hacer el amor conteniendo los jadeos para evitar ser oídos. Pero lo peor era tener que prestar mucha atención sobre lo que pasaba en la Tele. Cada vez que había anuncios, la madre de la niña se levantaba y se iba a la cocina a vigilar cómo iba la cena. Al pasar por delante del cuarto donde estaban los amantes, por supuesto la puerta siempre abierta, echaba una miradita, y se encontraba a su hija con el novio, en una posición de jóvenes tórtolos, pero decorosa. El único testigo de estas escenas era el perrito de la niña, que sentía un odio descarado por mi amigo, y se ponía especialmente nervioso cuando hacían el amor. Si los perros hablasen... Con todo, veinte años después, él me confesó que aquellos polvos robados fueron los mejores de su vida.

Tengo la teoría que el macho del homo sapiens se excita con la observación de los signos que muestran que su hembra se encuentra sexualmente excitada. ¿Qué mejor sensación puede haber que la de saber que ella está tan caliente que ha perdido totalmente el sentido y se atreve a realizar disparates como algunos de los descritos?

Tampoco está mal la escena del otro amigo mío al que encontraron sus suegros en la cama de "la nena" a las diez de la mañana. La historia comienza, como casi todas, con la imprudencia de los suegros, que se fueron a pasar fuera un fin de semana, dejando a la niña sola en casa. La niña, ni corta ni perezosa, avisó al novio. Este, a eso de las doce de la noche, se levantó con mucho cuidado para no hacer ruido, se vistió, y a una velocidad de siete pasos por hora, recorrió el espacio que había entre su cuarto y la puerta de su casa. A cada paso, las viejas tablas del piso de parquet crujían como si fuesen almas en pena. La solución era mantenerse en una posición absolutamente inmóvil, hasta que nadie asociase la serie de aullidos fantasmales con el típico ruido de pasos. Al fin, llegó a la puerta. El cerrojo estaba echado. Ensalibándolo convenientemente consiguió evitar el chirrido característico. Con gran cuidado retiró también el resbalón, y la puerta se abrió. Nadie en la casa se había despertado. Desde una cabina, el chico informó a su amada que era libre, para que ella le tirase la llave por la ventana.

No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó durante el resto de la noche, pero lo grave es que a la mañana siguiente, los suegros se presentaron mucho antes de la hora esperada, cuando la nena se encontraba preparando a su novio el desayuno para reponer las fuerzas perdidas.

Al oír el ruido de la puerta, al chico solo le dio tiempo a incorporarse, coger su ropa y meterla debajo de las sábanas. Todavía tuvo la entereza de saludar a sus futuros padres políticos, cuidando de no asomar los hombros mas allá de la línea formada por las sábanas, y aseverar que se había encontrado repentinamente mareado cuando había ido a buscar a la nena.

Con todo, no pasó nada. A ninguno de nosotros, ni a nuestros padres ni suegros, les falló el corazón en una de estas situaciones. Eso si, nos gastamos una fortuna en análisis clínicos. Recuerdo la primera vez. Éramos unos críos, pero críos de verdad. Probablemente no lo hacíamos aun, pero a Sally le faltó la regla más de un mes. En aquel tiempo, el Predictor no existía, y los análisis se hacían en siniestros primeros pisos de la calle Carretas. Tampoco sabíamos en que consistían las pruebas, ni el coste habitual de las mismas. Los rumores hablaban de ranas, dolorosamente sacrificadas como conejillos de indias. Recuerdo que tuve que tirar físicamente de Sally escaleras arriba. Nos abrió la puerta una señora mayor, con la boca pintarrajeada, con mas aspecto de prostituta retirada, que de auxiliar de clínica. Respiramos aliviados dos días mas tarde, pero en los meses siguientes volveríamos allí a menudo.

En aquella época el SIDA no existía. Además, aunque hubiese existido, no hubiese constituido un serio problema. No puedo hablar por otros, pero en el ambiente en el que nos movíamos, las parejas eran bastante estables, y las relaciones cruzadas eran bastante raras. Al final, casi todos nos casamos con nuestras respectivas novias-amantes, después de una etapa de noviazgo que duró muchos y gozosos años.

A muchos viejos les falla la memoria, y aunque no recuerdan lo que les pasó ayer, se acuerdan perfectamente de lo que les pasó en una época muy anterior de sus vidas. Si alguna vez pierdo la memoria, por favor no me tratéis de curar si solo soy capaz de recordar con detalle todo lo que pasó en aquellos dorados años

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