martes, 6 de mayo de 2008

P5 Bailando con un jersey de angorina

Bailando con un jersey de ANGORINA


Mis primeros escarceos con el sexo débil se produjeron en Luanco. Nuestra pandilla fue bastante precoz en convertirse en heterosexual. A los trece años, Gaspar, El Chuchi, Luis, Alex Rafa y yo, ya salíamos con Juana, Cristina, Pimpa... Entre los recuerdos de esa época, me viene a la memoria una escena en la que, durante una chocolatada, Rafa se abalanzó sobre una niña, supongo que sería Pimpa. Casi inmediatamente, otra de las niñas, probablemente su prima, le atizó en la cabeza con una sartén.

Las chocolatadas constituían la forma habitual de pasar la tarde. Después de comer, robábamos de la casa de alguno una perola, cogíamos chocolate, pan, mantequilla y leche y nos marchábamos a un prado para preparar al fuego un chocolate. Generalmente resultaba aguado y con todo el cacao pegado en el fondo de la perola, pero con un sabor a humo y a leña indescriptible. Después de tomarlo, a los chicos se nos subía la libido, y tanteabamos a las mocitas hasta encontrar su límite. Este era muy reducido si no eras la pareja oficial. Se limitaba a un contacto mano contra mano jugando al telegrama, algún besito en la mejilla cuando jugabas a las prendas, aunque normalmente la prenda era: -Tienes que dar un beso al chico que mas te guste- o viceversa. De esta forma descubríamos quién iba detrás de quién. Si eras el novio oficial, se te permitía hacer manitas ligeramente apartados del resto del grupo, algún beso mas duradero que el instantáneo e infinitesimal que se daba durante el juego de las prendas, o revolcones por la hierba. Cuando hablo de revolcón, no me refiero a la palabra en su sentido figurado, sino en el sentido literal. Un revolcón consistía en abrazarse a una chica, los dos tumbados en la falda de un monte tapizado de hierba sin segar, y dejarse caer por la pendiente rodando uno sobre el otro. Cuando se aterrizaba al final de la pendiente, después de diez o quince vueltas, el mareo te impedía ponerte de pie.

Otro de los planes para las tardes de Luanco era ir a la cabecera del puerto, "El Gallo", a bañarnos. Cuando la marea estaba alta nos tirábamos desde lo alto del muelle. Generalmente caíamos de "chapla", abrasándonos la tripa. La chicas miraban desde arriba y hacían que nos envalentonásemos tirándonos de sitios que jamás habíamos intentado. Cada chico tenía su especialidad. Las mas celebradas eran las bombas, especialmente cuando se hacían en grupo. También las clásicas, como el ángel, la carpa... además de variaciones sobre estos temas como "el ángel fostiado" entre otras.

"El Gallo" podía resultar peligroso. Uno de los entretenimientos consistía no en tirarse al agua, sino en tirar al agua a los demás. Siempre que ibas subiendo por la escalerilla de piedra corrías el riesgo de que algún gracioso te empujara. Arriba tampoco podías respirar tranquilo. Cada poco, cuando estabas casi helado, disfrutando del pálido sol del Cantábrico, sentías unas garras que te cogían por los brazos y ¡Ras!, al agua de nuevo. Resistirse era peor. Se corría entonces el riesgo de caer, no en el agua, sino contra la escollera. Casi todos los chicos estábamos marcados de heridas producidas por la base del muro del muelle.

Recientemente estuve con uno de mis hijos por Luanco, y paseamos por "El Gallo". Me encantó ver que nada había cambiado. Los mismos chicos haciéndose los valientes frente a las chicas tirándose de lo mas alto, las mismas expresiones al caer al agua... Me quité los pantalones y me tiré de cabeza desde arriba, cayendo de plancha. Subí las escaleras con la tripa enrojecida, pero feliz.

Hablando de las chicas de la pandilla, también me acuerdo de la francesita de Juan Ramón. Las francesas, y en general las extranjeras tenían fama de ser mas abiertas que las otras chicas. En nuestro grupo tuvimos varias, a pesar que Asturias no era precisamente una zona turística. Juan Ramón se jactaba de haber ido a la habitación del hotel de Jacqueline, y nos contaba con pelos y señales el "lote".


Además de jugar al "telegrama" y otras juegos igualmente pecaminosos, por las tardes íbamos a bailar a la terraza que había detrás de la casa de Rafa. En la pandilla hubo dos Dominiques. Gaspar todavía se acuerda de estar bailando con Dominique la Larga. Como nos sacaba algo mas que la cabeza, la nariz nos quedaba a la altura del pecho. De los pechines, diríamos entonces. La madre de Rafa iba a vernos de vez en cuando, y hasta organizaba concursos de Twist.

En esos contactos se perfilaron los primeros amores. A Gaspar siempre le gustaron las extranjeras. Salió con una holandesa que se llamaba Lote. Sólo el nombre ya nos ponía burrísimos. Casi todos los de la pandilla nos enamoramos de Juana Garzarán; al siguiente año de Lola... "La otra noche, bailando estaba con Lola..." Al siguiente de Paloma Gardoqui.



Paloma era una chica bastante normal. No era rubia como Juana, ni tenía los ojos verdes como Lola, ni siquiera era extranjera, pero debía tener un encanto especial. Chuchi y yo nos enamoramos perdidamente. Tan perdidamente que el anagrama P.G. apareció escrito todos los días en todas las pizarras de la academia donde di clase. Mi amor duró varios años, a pesar de no ser correspondido.

Pero no quiero acordarme de las calabazas que recibí, sino de las maravillosas sensaciones que experimenté cuando salía con ella.

Para entonces, la veía no solo en Luanco, sino también en Madrid. Paloma era una de las pocas madrileñas de la pandilla.

El plan solía ser quedar en la puerta de un cine, cada uno pagaba su entrada, y luego, Paloma G., su amiga Paloma H., Rafa y yo nos íbamos a una casa a bailar. Unos días en mi casa, otros en la de Rafa, y al menos uno que yo me acuerde en un chalet que tenían los padres de Paloma H. en la zona de Ciudad Lineal.

Las dos Palomas iban vestidas con el mismo tipo de ropa. No puedo acordarme ahora si ya llevaban medias o zapatos Gorila con calcetines de cuadros. Pero lo que no quiero que se me olvide nunca es la sensación de estar bailando con la niña de tus sueños, que lleva puesto un jersey de angorina.

Han pasado ya casi treinta años, pero me acuerdo de la escena como si hubiera sido ayer. Estábamos en casa de Rafa. El tocadiscos PHILIPS estéreo reproducía una de las canciones del Rubber Soul, ¡Los Beatles en estéreo!, debía ser "In my life" u otro de los menos conocidos. Es seguro que no eran "Michael" o "Girl", porque si fuese así, me acordaría. La letra era lo de menos, no entendíamos nada, pero el tono de los Beatles nos hacía ponernos tiernos. La música nos rodeaba, tenía mis manos en su cintura, y... " Mis manos en tu cintu-ura, y mírame con dulzor... porque tendrás la aventura..." ¡Ya estoy desvariando otra vez!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque te disfrazes de "lobo" te he reconocido. De repente leyendo he rejuvenicido más de 40 años.

Javier ( Chuchi)