martes, 6 de mayo de 2008

P11 Las Aficiones

El buceo, los acuarios, las motos...

Ya mencioné anteriormente que la pesca submarina fue una de mis aficiones que me hicieron rozar la locura. Además, tuve un par de incidentes de esos que te lo hacen pensártelo dos veces. El primero fue en Luanco.

Me había encontrado con el Chuchi una tarde, después de varios años sin vernos. El Chuchi había sido socio fundador del GAPIS, y habíamos compartido la afición de pescar en el Cantábrico pero no había probado nunca lo que es bucear con botellas. A día siguiente por la mañana, le inicié en el escafandrismo en la playa del Molín del Puerto. Todo fue completamente normal. Fuimos nadando desde la playa respirando por el tubo, como en nuestros tiempos de tesca submarina, y al llegar a un punto, abrimos los grifos y buceamos tranquilamente.

Entusiasmado con la idea de tener un compañero de buceo, Jano y Ramón se habían rajado, le convencí para bucear por la tarde en La Vaca. La Vaca es un promontorio, entre Luanco y el cabo de Peñas. Durante la pleamar es como una pared vertical, tan profunda en su parte sumergida, como alto es el acantilado.

Fuimos con un primo mio que iba en barca para pescar en Peñas. Nos dejó en el agua, frente al acantilado, con la promesa de recogernos en una hora a la vuelta. Después arrancó el motor y desapareció. El Chuchi empezó a mirar hacia abajo. No se veía el fondo. Entonces se puso histérico, y trató de quitarse las botellas, enganchándose con las gafas y el tubo, tragando grandes bocanadas de agua. Como le ví tan mal, me sumergí y traté de auparle poniendo sus piernas sobre mis hombros. El cerró las piernas pillando mi cuello con la típica tenaza de un luchador de lucha libre. Sólo entonces descubrí que el grifo de mis botellas aún estaba cerrado. Frente a mi cara vi pasar burbujeante el regulador del Chuchi, y eso me salvó. Me lo metí en la boca, y respiré aliviado durante unos segundos. De pronto sentí un tirón en los dientes. Las pesadas botellas del Chuchi, mejor dicho mis amadas botellas, fabricadas a partir de un extintor de carbónico comprado en el Rastro, se hundían en el negro mar.

La segunda mala experiencia relacionada con el buceo, la tuve en Cancúm.

Me había apuntado con unos americanos a una excursión en barca, incluyendo buceo, caza de barracudas y comida en la playa. Por la mañana todo fue normal. Cazamos barracudas con botellas, como si fuésemos vaqueros en una película de indios. Las barracudas nos rodeaban, cada vez mas curiosas y cabreadas, mientras nosotros las arponeábamos a placer. También cogimos unas caracolas con las que los mejicanos preparan un plato parecido al pulpo en vinagreta, que le llaman cebiche, muy rico. Nos comimos en la playa lo que habíamos pescado, y por la tarde vino el drama.

Uno de los mejicanos se empeñó en llevarnos al lado exterior de arrecife. Allí, a veinte metros de profundidad hicimos mas o menos lo mismo que por la mañana a cuatro.

Estábamos disfrutando bastante, pero cuando se nos acabó el aire, salimos a la superficie, y entonces, ¡oh sorpresa!, ni rastro de la barca.

Estábamos en medio del mar. El fondo, a pesar de lo clarísima que es el agua en el Caribe, ni se intuía. Subiéndonos en las crestas de las olas, gritábamos ¡Socorrooooo...! girándonos en todas direcciones para tratar de ver la barca. La costa se perfilaba como una mancha gris a lo lejos. Uno de los mejicanos dijo: -nadando hasta la playa- y yo pensé que lo mismo me daba morir nadando hacia el Poniente que hacia Oriente. Soltamos los plomos y las caracolas que habíamos cogido, y nos pusimos a nadar, respirando por el tubo.

Resultaba bastante molesto. Como no se veía el fondo, era muy fácil desorientarse, y nadar en una dirección equivocada. Periódicamente teníamos que levantar la cabeza para corregir el rumbo, y entonces venía una ola por detrás y nos llenaba el tubo de agua salada.

Pasaron por mi cabeza pensamientos de tiburones del Caribe, zampándose de un bocado las piernecillas de los incautos nadadores, como quien corta un flan con la cucharilla de postre.

Sin embargo tuvimos mucha suerte. Primero porque el agua en Cancum está caliente. Se dice que en el Cantábrico, un naufrago sin protección se muere de frío en un par de horas. Si trata de hacer ejercicio consume mas energía, y se muere incluso en menos.
Además, el viento y las olas nos llevaron prácticamente hasta la playa. Al cabo de un rato, creeme largo, empezamos a ver el fondo, y notar que la profundidad disminuía muy rápidamente. Pronto llegamos al arrecife, y de allí a la playa.

De la barca, ni rastro. Al parecer, el cretino de a bordo perdió las burbujas en el mismo instante que nos echamos al agua. Supuso entonces que nos dejaríamos llevar por la corriente, por lo que apagó el motor y se puso al pairo. La corriente a veinte metros de profundidad iba exactamente en la dirección contraria a la de la superficie.

Cuento estos incidentes, no por lo agradables, sino porque después de una experiencia de ese tipo, comprendes que la vida merece la pena vivirla.

Como complemento invernal de mi afición a bucear, me dió algún tiempo por los acuarios. Tenía varios en mi cuarto, incluyendo uno de agua de mar con peces cogidos en los charcos de Luanco. De vez en cuando, renovaba el agua trayéndola de Asturias, o aprovechva la excusa y me iba en moto hasta Valencia para cojerla.

Otra de mis aficiones fuertes fue la de la moto. Heredé una Lambretta de mi hermano. Estaba en un estado deplorable, después de llevar parada en un cobertizo en Asturias durante muchos años. Me busqué un compañero de la Escuela entendido en la materia, y en diez minutos consiguió arrancarla.

La Lambretta tenía dos asientos separados, como los de una bicicleta, pero mas grandes. El del pasajero se mantenía inestáblemente sujeto por un único tornillo de los cuatro que tenía inicialmente.

Sally iba en ese asiento, con unas minifaldas alucinantes, agarrada fuertemente a mí. Por supuesto, sus padres ignoraban que yo la llevase en moto. Creo que en esa época aún ignoraban mi existencia. Afortunadamente no me acompañaba el día que perdí la rueda delantera en un bache, pero alguna vez tuvimos algún percance. Naturalmente declaró que la raja de la pierna se la había hecho al subirse al autobús.

Yo por mi parte llevaba un chaquetón de tela de gabardina, que encontré en un armario de mi casa, y que había sido de mi padre. Por la parte de atrás mantenía el color arena original, pero por la parte del pecho, estaba completamente negro del humo de los autobuses. Completaba mi atuendo con una boina, regalo de un Asturiano que conocí en un bar y que se puso a cantar asturianadas conmigo, y unas gafas de motorista con los bordes de metal, y la cinta elástica recubierta de un plástico transparente.

Con esta pinta acudía todos los días a clase, a la Escuela y a la academia del Maestro.

El Maestro era un profesor de Matemáticas que, además de enseñar esta asignatura, influyó mucho en nuestras vidas. Políticamente, y en temas como el sexo, la religión etc, era de lo mas retrógrado. Recuerdo que nos contó que había llevado a su "Maruja" al cine, a ver Un hombre y una mujer, y se había tenido que salir. - ¡Mucho da-ba-da-ba-da, da-ba-da-ba-da, y vá y se la tira! -exclamaba escandalizado. También le horrorizaba que hubiesen publicado, una encuesta hecha en la Universidad, en la que preguntaban a los alumnos, y alumnas, sobre la variedad de su vida sexual.

Fue el Maestro quien me enseñó algunas de mis frases lapidarias como - Sólo es seguro que no aplicarás aquello que ignoras - que nos decía cuando le preguntábamos para qué servía lo que trataba de enseñarnos, o la de - El conocimiento ayuda a obtener felicidad - que comparto completamente. El, por ejemplo, disfrutaba de lo lindo con los problemas de matemáticas mas enrevesados, que a veces tardába mas de un día en resolver, y nos contaba que la "feliz idea" se le había ocurrido en su casa, mientras estaba sentado en la taza del water.

Igualmente envidio a los melómanos, que obtienen grandes satisfacciones oyendo música clásica, a mi hermana que se hace pis contemplando ruinas románicas y, porqué no, a los aficionados al fútbol que disfrutan de lo lindo los Domingos frente a la Tele, y los Lunes por la mañana discutiendo sobre el partido.

En la academia del Maestro conocí a David, a Ripoll, a Merino, a Artémio y a un montón de buenos amigos. El día que aprobé el Cálculo de segundo, fuí al Maestro a darle la buena nueva. Al salir del viejo edificio en la calle San Mateo, me entró una especie de nostalgia, y recuerdo perféctamente que pensé con pesar que no volvería a disfrutar de ese ambiente, y que una etapa de mi vida se había consumido. Partir c`est mourir un peu, que dicen los franceses.

Pero me he desviado de lo que estaba contando. Después de la Lambretta, tuve una Ducati de segunda mano. Calculo que me costaría siete ú ocho mil pesetas, pues un año mas tarde, me compré otra Ducati mas grande y nueva, y no llegó a las treinta mil. Cuando estrellé esta, me compré una Sanglas con la que anduve por Inglaterra, y luego, ya casado una BSA. La última moto de carretera, y recuerdo que pensé que sería la última, fue la BMW.

Asi como mi amor por el buceo me ha dado mis sustos, nadie que lleve hechos los Kilómetros que yo llevo en una moto podrá decir que nunca ha tenido un resbalón. Lo malo es que en algunos resbalones te haces daño de verdad.

En la primavera del 72 fui a ver a Sally que estaba pasando unos días en Fuengirola. El año anterior ya había estado, y lo habíamos pasado estupéndamente revolcándonos por la playa hasta que nos llamaban la atención los agentes del orden. Por eso, mientras conducía iba cantando eso de...-Poco a poco, me voy acercando a ti...- y aceleraba aún un poco mas.

Se me hizo de noche en Andujar. Paré a echar gasolina y comprobé que sólo me funcionaban las luces cuando apretaba el botón de las ráfagas. Por eso, decidí parar a dormir en el siguiente pueblo.

Al ir a pagar la pensión, descubrí que me había dejado la vuelta en la gasolinera, por lo que, a toda velocidad, volví para recuperar mi dinero.

En la entrada del pueblo de Andujar, el dedo que apretaba el botón de las luces se me durmió. Volví a hacerlo reaccionar, pero en vez de apretar el de las ráfagas, apreté el botón de la bocina, de forma que a mas de 100 Km por hora, me salí por la tangente de la curva del puente haciendo ¡piiiiiii!.

Hoy me río al pensarlo, pero la situación era bastante comprometida. Después de darme en el pié contra un mojon de la carretera, había salido volando por un talud de varios metros. Tenía la pierna izquierda rota, el pié derecho machacado y sangraba abundantemente por una brecha en la cara. Me encontraba lejos del asfalto y no podía levantarme. Arrastrándome como pude, subí hasta el nivel del arcén. Afortunádamente pasó un ciclista, que debió llevarse un susto de muerte, al ver un individuo tirado en el suelo, chorreando sangre, que le pedía socorro.

La siguiente vez que me puse encima de una moto, incluso antes de arrancar, sólo de la postura me temblaban tanto las piernas que golpeaban contra el depósito. Así y todo, superé la crisis, me compré otra moto y... hasta la próxima caida.

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