martes, 6 de mayo de 2008

P14 El Chalet

El chalet

Nunca podremos valorar lo suficiente lo que nos ayudaron mis suegros en los primeros años de matrimonio. Como Sally trabajaba muchos fines de semana, Pepe y Aba se convirtieron en unos segundos padres para los niños. Además tenían mucha mas paciencia para entretenerlos y darles de comer que nosotros. De hecho, los niños les adoraban, y en cierto sentido yo me sentía celoso.

A pesar de que prometí contar sólo las cosas buenas, tengo que referirme al horror que era dar de comer a los niños. Los tres fueron absolutamente inapetentes hasta bien avanzada la infancia. De bebés, tomaban sólo la cuarta parte de la cantidad recomendada por los de Nestlé en el prospecto de sus papillas, y de eso, devolvían el noventa por ciento. Recuerdo una vez a Pepín que después de tomarse medio biberón, abrió una boca como la toma de una manguera contraincendios, y soltó un chorro a presión que cubrió completamente el suelo de la cocina. Físicamente parecía imposible que tódo ese líquido hubiese salido de aquel cuerpecito, que no abultaba mas que un cochinillo de ración.

La técnica empleada por Pepe para que comiesen, era entretenerlos con un sonajero, haciendo muecas y diciendo
-CHUQUI CUCHI, CHUQUI CUCHI-, hasta que abrían la boca
de puro asombro, y entonces, ¡Zas!, Aba les metía la cuchara.

Nada de lo que cuento es exagerado. Sally utilizaba unos baberos de plástico que recogían la papilla que se caía de la boca en una especie de cestita. Mas de una vez, después de que alguno devolviese, cogía con desesperación el devuelto con la cuchara y se lo volvía a meter en el cuerpo. Pepín se salvó un día de ser tirado por su madre, completamente histérica, por la ventana, sólo gracias a la intervención oportuna y serena de su hermano, 17 meses mayor.

Por el verano, Pepe y Aba se llevaban los niños a un chalet que tenían en Avila, para que cambiasen de aires. Un día, volviendo del chalet con Aba, se nos ocurrió parar en una urbanización que estaban construyendo cerca del Escorial. El vendedor debía ser un profesional como la copa de un pino, pues nos encasquetó una de las últimas parcelas que quedaban a precio de antes de la inmimente subida. Hasta consiguió que dejásemos una señal para que no nos la quitase nadie ese mismo día. Por la noche, recapacitamos y abandonamos el proyecto, y la señal, pero el gusanillo de poseer un terruño ya estaba metido en el cuerpo.

Unos meses mas tarde, después de recorrer todas las urbanizaciones en un radio de 75 Km de Madrid, compramos la parcela de Cotos.

Pocas cosas, me refiero a cosas materiales, me han hecho tan feliz como la parcela, y la casa de Cotos.

Cada fin de semana, al pasar por el vivero, comprábamos dos o trés árboles, los cargábamos en la baca del coche, y con gran esfuerzo los plantábamos en un agujero que conseguíamos hacer en el terreno, plagado de piedras. Comprendí entonces la pasion que algunos hortelanos sienten por la tierra. En la Primavera, de cada una las estacas que habíamos plantado salieron unas yemitas, y luego unas pequeñas hojas.

Tengo muchas fotos y diapositivas de Cotos, incluyendo algunas de la época de la construcción de la casa. Verlas una detrás de otras produce el mismo efecto que esas películas, grabadas a cámara rápida, en la que las nubes pasan a velocidad de vértigo. Las hojas se tranformaron en ramitas, y luego en ramas. Los palos secos, plantadas a un metro unos de otros, se volvieron árboles en unos pocos años. Arboles que luchaban desesperadamente con los otros compitiendo por el agua y la luz.

En una de esas tardes de viento, que se producen a menudo por el verano, oímos un ¡CRACK! terrible, y comprobamos que una rama inmensa de un chopo, se había roto, cayendo sobre un llorón. Se quedó así, como la selva de las películas de Tarzán, durante el resto del año.

Al invierno siguiente, las raices de uno de los llorones se infiltraron por las cañerías, taponando la salida del desagüe, con el consiguiente problema de tener que levantar toda el saneamiento y ponerlo nuevo.

Para combatir las malas hierbas, planté hiedra por todas partes. La hiedra ahogó las malas hierbas, pero no se paró ahí. Trepó por los troncos de los árboles y los muros de ladrillo, se extendió como una alfombra por los caminos de grijo, se enredó y entremezcló, formando una red impenetrable de raices, que me es ahora imposible destruir. A veces me pongo a arrancarla de una zona, y produzco montañas de cuerdas con hojas, tan grandes que no me atrevo a echarlas al contenedor de la basura, por temor a que no se lo lleven.

De ser un campo típico de la sierra de Madrid, seco, cubierto de matorrales de encina, el jardín pasó a convertirse en una jungla, tan tupida que no me atrevo a hacer fuego en ningún rincon de la parcela.

los accidentes con los árboles y el asunto de la hiedra me hicieron recapacitar sobre si es mejor tener un jardín en plan salvaje, o mas vale mantenerlo a raya. Justo cuando andaba con esas dudas, a Sally se le ocurrió la feliz idea de comprarme una motosierra, y esto también pudo resultar peligroso.

La hiedra y la cantidad excesiva de árboles, no fueron los únicos errores que cometimos. Hoy, con nuestra experiencia, todo sería muy fácil. Para empezar, elegiríamos una parcela con mejores vistas, sin pedir como condición número uno que fuese lisa. La idea de que los niños necesitaban una zona plana para poder jugar al fútbol sin perder las pelotas ha demostrado ser falsa. Los niños nunca jugaron en la parcela al fútbol, entre otras cosas porque nunca les dejamos. También hubiesemos construido el salón un poco mas grande, y hubieramos levantado la casa, un poquito mas.

En el chalet pude descubrir nuevas técnicas jamás exploradas. La albañilería por ejemplo. Viendo a un paleta colocar ladrillos, parece que levantar un murete es la cosa mas tonta del mundo. Pero cuando te pones, ves que conseguir que el mortero se quede donde quieres que se quede, y no se cuele por los agujeros del ladrillo y se descuelgue por la pared no tiene nada de facil. De enfoscar, ya ni hablamos.

¿Y qué me dices de la soldadura? En la Escuela, en el Doctorado, dí algo de Radiografiado de soldaduras y sus defectos. Además, en mi época de Sener, trabajé traduciendo manuales de soldadura, especificando los electrodos a usar en cada caso, la intensidad recomendable, las pruebas de homologación de los soldadores, la postura 3G... Pero cuando agarras de verdad la pinza y el electrodo se te queda pegado a la chapa, y lo que es peor, cuando acabas de echar un "cordón", y al moverlo te quedas con una de las piezas recién soldadas en la mano, comprendes que de la teoría a la práctica va un trecho.

Asi y todo, las horas pasadas haciendo chapuzas en el chalet, han sido de lo mas satisfactorias. Y si algunas de las obras, como la terraza de detrás o la barbacoa del fondo, ya ha habido que derruirlas, otras, como el garaje, aún se tienen de pié. Además, "que me quiten lo bailado."

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