martes, 6 de mayo de 2008

P13 El primer año

El año que vivimos peligrosamente

Como la razón que me inspiró a escribir mis memorias fue la de recrearme en los buenos momentos de mi vida, no voy mas que a citar de pasada el viaje de novios, y las primeras discusiones que tuvimos por comer o no comer un pollo asado en la playa.

Sí en cambio me gustaría acordarme de los primeros años de matrimonio. Las fotos, en blanco y negro, reveladas por mí con una ampliadora casera en una habitación casi oscura, muestran a Sally disfrutando de la casa, ordenando los cacharritos y regalos de boda... Cada día movía todos los muebles del piso. En una semana, me encontré durmiendo en lo que hoy es el cuarto de José, en el de Yayo, y de vuelta al nuestro. Mi "estudio", pasó también por todas las habitaciones de la casa.

Debíamos ser unos críos. La pareja mas joven del barrio. Un Domingo por la mañana estábamos retozando en la cama, cuando vimos un vecino mirando por la ventana. Pensamos que con la media oscuridad del cuarto, en contraste con la luz de la calle, y el reflejo de la ventana, no nos vería. Al Domingo siguiente, a la misma hora, volvímos a verlo. Sally le hizo un gesto con la mano, y nos llevamos una sorpresa al ver que nos contestaba. A partir de ese día, cuidamos mucho mas nuestra intimidad.

Llevábamos una vida un tanto especial. Sally trabajaba cara al público en Barajas. Un fin de semana sí, y otro nó tenía que ir al aeropuerto en Sábado y Domingo. Mientras tanto, yo seguía yendo a la Escuela por la mañana, a comer en Narvaez o en el bar de la ETSII, y a estudiar por las tardes con mis amigotes.

Sally se levantaba normalmente antes que yo, para ir a trabajar. Entraba un día a las 7 y al día siguiente a las 2. En teoría, cada 3 o 4 semanas la tocaba también trabajar de noche, pero no sucedió nunca. Las noches se pagaban como horas extraordinarias, y en aquellos años la gente se mataba por hacerlas. Además, había un tipo de gente especializado en cada turno. Sally siempre ha sido madrugadora, y se encontraba, se encuentra, completamente despejada a los pocos minutos de levantarse. No sufre de la torpeza mental que nos afecta a muchos, a primera hora.

Por el contrario yo tardo en despertarme, y me veo sumido en un estado de somnolencia, hasta unos minutos después de tomarme un café. En ese estado, mis pensamientos son aún una mezcla de realidad y sueño.

Recuerdo un día sentado en la última fila en la clase de estadística. El catedrático se llamaba Jerez. Era un individuo con aspecto de científico loco, que daba clase a primera hora de la mañana. Me acuerdo de haber tenido un empalme monstruoso, aún medio dormido y con la mente pensando aún en las sábanas tibias, y el olor del cuerpo de Sally que acababa de dejar en la cama.

La estadística la preparamos juntos, David y yo. Por las tardes, me acercaba a su casa, y doña Casilda nos preparaba la merienda. Llegamos a compenetrarnos muy bien. El hacía unas chuletas tan perfectas, que yo prefería fotocopiarlas antes que utilizar las mías. También nos poníamos juntos en los exámenes. Algunos de los segundos mas largos de mi vida, los pasé con David en el examen de estadística de 3º.

Jerez tenía una serie de manías extrañas, como la de hacernos entregar cada mañana una octavilla con el nombre y el número para controlar la asistencia. Si alguien subrayaba su nombre, o el número, Jerez le preguntaba a la mañana siguiente si el subrayado tenía algún significado relativo a su situación académica, que fuese digno de mencionar. - En lo sucesivo no se subraye- decía muy serio. A Jerez no parecía importarle si se copiaba o no, siempre y cuando se siguiesen las reglas del juego. Por el contrario, uno de sus adjuntos, Antolín, era uno de los mas célebres zorros de La Pradera. No sé si tengo que explicar que La Pradera es el aula de exámenes de la Escuela.

Jerez dejaba abiertamente los libros y apuntes durante los primeros 10 minutos de examen. Después, mandaba a Antolín y a otros esbirros a vigilar que no quedase ni uno. En teoría esos 10 minutos permitían repasar por encima los temas ya estudiados, recordar algún punto especialmente difícil... pero por supuesto, no eran suficientes para copiar los dos largos temas de teoría que ponía. Los dos no, pero uno sí.

La técnica empleada por nosotros fue cambiar las reglas del juego. David desarrollaría dos veces uno de los temas, y yo el otro. A mitad del examen, en el silencio de La Pradera, sólo roto por el golpear de los bolígrafos contra el papel y los pasos del Antolín andando entre las mesas, David y yo deberíamos intercambiarnos uno de los temas. Recuerdo a David mirándome, vigilando por el rabillo del ojo al Antolín. Yo me encontraba petrificado de terror. De pronto, David me tiró su hoja sobre mi mesa, y agarró desesperadamente la mía. Recuerdo perfectamente el ruido ensordecedor de las hojas al cortar el aire, como latigazos. Recuerdo volver a oír los pasos del Antolín, sentir su mirada en mi espalda. Recuerdo como en una foto las dos hojas del examen encima de mi mesa. La mía, con letra menuda e irregular, la de David, redonda y de trazo uniforme. Solo se parecían en el color del bolígrafo usado. Los pasos se acercaron aún mas, y pasaron sin detenerse en mi mesa. Habíamos aprobado otra asignatura.

Profesionalmente no podía estar mas motivado. Era un estudiante que vivía a costa del sueldo de su mujer, pero era un estudiante de verdad. Desde el día de mi boda hasta acabar la carrera dos años mas tarde, no volví a suspender ni un parcial, ni un final. Me matriculé libre, y en un año, de Febrero a Febrero, aprobé 14 asignaturas de tercero, cuarto y quinto.

Además, en la Escuela lo pasábamos bien, Ya no eran los años de primero y segundo, con el Cálculo y las Ecuaciones Diferenciales. Disfrutabamos de una libertad, de la que nunca gozamos en el colegio, y que perdimos el día que empezamos a fichar. Respetábamos a algunos profesores, pero no a todos, y especialmente no a Morán.

Morán era un tipo sordo como una tapia, que nos había hecho la vida imposible cuando estábamos en el primer año de la Escuela. En Cuarto daba Tecnología Mecánica, pero los alumnos habíamos cambiado. Alguna vez me llegó a dar pena, pero sus clases eran alucinantes. Al empezar, los de las últimas filas empezaban a hacer un ruido muy flojito como "uuuuuh". De alguna forma, Morán percibía que había ruido en clase, y lo combatía levantando la voz. Tenía una voz potente, de recio castellano, pero a mayor volumen de su voz, mas intenso era el ruido de fondo. Al final de la hora, las clases consistían en un diálogo a base de alaridos, tan formidable que venían de las clases de al lado para ver lo que pasaba. Algunos días, incluso invitábamos a los eléctricos a venir a disfrutar del espectáculo.

También ese año tuve mi primer trabajo. Fue en Heredia y Moreno, una compañía de Ingeniería. Heredia era catedrático de la Escuela, y contrataba a alumnos aventajados, como calculistas. Nos pagaban por horas, un sueldo mucho menor que el que cobraba una asistenta, pero la experiencia era muy válida para ambas partes.

Durante el primer año de matrimonio, Sally y yo viajamos a Roma, a Asturias a ver a mis amigos, a Marruecos... y a Cataluña para ver a María.

Sally no se acuerda, y niega que sea posible, pero yo estoy seguro del día, o mejor de la tarde que fabricamos a Yayo.

Estábamos en la Costa Brava. Habíamos pasado la mañana en la playa, y paramos el coche en un pinar a echarnos una siesta. Extendimos la manta bajo los árboles, y me acuerdo de haber tenido la sensación paranormal de saber que habíamos acertado. Nueve meses mas tarde, se produjo una metamorfosis, y de ser una pareja de niños jugando a ser mayores, pasamos a ser unos padres que miraban con preocupación a su primer hijo.

No hay comentarios: