martes, 6 de mayo de 2008

P4 Los Primeros Recuerdos

Los primeros recuerdos

Normalmente, la gente recuerda la infancia como una época feliz. En mi caso, antes de sentarme a escribir, estuve unos días tratando de recordar algún momento agradable de mi niñez.

Pasaron por mi mente escenas del patio del colegio. Un patio de arena compactada, con porterías para jugar al fútbol. Cuatrocientos chavales, en pantalones cortos, pegándose unos a otros, con la excusa de jugar a la pelota, o sin ningún tipo de excusa. Recordando la escena con mas detalle, me di cuenta que, en realidad, lo que había eran trescientos noventa chavales que forraban a balonazos y patadas a los otros por el placer de forrar. Por eso, algunos niños preferían mantenerse apartados, jugando solos.

Recordé también las idas y venidas al colegio. Por la mañana, con mi madre que hacía el trayecto en cuatro o cinco minutos a paso normal, mientras yo iba colgando de su brazo a galope. Por la tarde, el mismo trayecto nos llevaba tres cuartos de hora. Íbamos por la calle jugando a TULA, subiéndonos en los bancos de piedra de Goya, que hacían el papel de barrera.

También me acuerdo de los días de lluvia. Dábamos una patada rápida al tronco de los árboles, para hacer que los otros se empapasen con el agua retenida por las hojas. Pero para ser franco, me acuerdo de verme muchas mas veces empapado que empapando.

La vida familiar... No es que nos llevásemos mal. Mis hermanos y yo nos ignorábamos mutuamente. Yo a mis cosas y tu a las tuyas. No recuerdo grandes peleas entre nosotros, pero tampoco recuerdo ninguna escena que demostrase que en el fondo nos necesitásemos.

Me encuentro muy compenetrado con el humor de Woody Allen cuando se refiere a su niñez. Sus recuerdos son los de un niño al que continuamente le pisan las gafas. Sin llevar gafas tengo recuerdos parecidos. Por ejemplo: un día mi madre me llevó al médico. Este, después de oscultarme dijo:

-Este niño tiene muy mala cara.

-Es que llegué el último al reparto, - contesté yo con resignación.

Me refería a una broma de mis hermanos quienes decían que yo era el mas feo de la familia por ser el mas pequeño y por lo tanto, ser el último en elegir la careta.

Comparando la situación con la de mis hijos, pienso que éstos conviven mas y por lo tanto tienen mas enfrentamientos que teníamos nosotros. En parte es lógico. Para empezar, desde pequeños han tenido que hacerse el desayuno, recoger la mesa... Nosotros no teníamos esos problemas. Además, en nuestro caso, cuando los mayores se independizaron, cada uno tuvo su propio cuarto. Yo, en el cuarto "de jugar" era el rey. Si quería forrar las paredes con fotos de pesca submarina y oír música de los Rolling, los demás no tenían que soportar mis gustos. Paloma en la rotonda tenía algo menos de libertad en lo que a decoración se refiere, pero no creo que eso la traumase demasiado. Javier podía tener sus cuadros sin terminar, los tubos de óleo encima de la mesa y dormir oliendo a aguarrás en el suyo, sin que a los demás nos afectase.

Escenas trágicas... cada Viernes. El Viernes era el día de las notas. Notas de colores. Oro para el primero de la clase. Rojo bien, ningún suspenso. Azules bronca. Verdes la catástrofe. Negras no recuerdo haberlas tenido nunca.

Javier y yo nos sentíamos muy compenetrados cada Viernes. La situación era kafkiana. Verdes. Te la cargas. Llegábamos los dos a mediodía cabizbajos temiendo el encuentro con la justicia. Pero lo peor no era eso, sino saber que, para la próxima, la cosa ya estaba decidida. Ayer mismo el Apache te había sacado a la pizarra y... a no ser que te sacase otra vez antes del Martes... Dios, ¡Las próximas notas iban a ser aún peores!

Una vez me hicieron escribir cuatrocientas veces la espléndida frase de "Soy un vago y no hago nada en clase". La misiva debería ir firmada además por mi madre.
Pronto aprendí que era más rápido escribir por columnas Soy Soy Soy Soy... un un un un... vago vago vago vago... que por filas. Aprendí también que con un poco de práctica se podría firmar Mª Josefa Alonso o, lo que era más fácil Vda. de Arias. Mi madre escribía a pluma, con una maravillosa letra inglesa puntiaguda. Garabateaba Vda. de Arias con soltura alargando las puntas y enmarcando la firma con dos rápidas elipses una dentro de la otra. Era una firma que no se podía hacer despacio. En la versión original, la pluma dejaba una marca delgadísima de tinta allí donde el trazo permitía acelerar al máximo, mientras que los trazos cortos, más lentos, la marca de tinta era más gruesa. Pero después de escribir cuatrocientas veces "Soy un vago y no hago nada en clase" me sentía animado a dibujar otras cuatrocientas veces "Vda. de Arias" seguido de dos elipses hasta que la diferencia entre la copia y el original fuese insignificante.


De mi madre tengo unos recuerdos muy confusos. Pese a respetarla como se respetaba a los mayores en esa generación, siempre estuve en desacuerdo con ella. Su profunda fe religiosa se enfrentó con mi profundo agnosticismo. Con todo, su religiosidad dejó en mí su huella. De las decenas de padres que coincidieron conmigo las primeras comuniones de mis tres hijos, siempre fui el único en mostrar suficiente respeto por el Sacramento y por la Fe religiosa en general, como para no ir a comulgar. Otros simplemente "pasaron" del tema y prefirieron recibir las hostias antes que montar el espectáculo.


Mi padre murió cuando yo nací, y pienso que mi madre reaccionó asumiendo el papel de Cabeza de Familia, por encima del de Madre Protectora.
Si se equivocó o no en esta decisión, nunca podremos saberlo, a no ser que se invente la moviola para las vidas. Hace unos años le dije en broma que no me había besado nunca hasta que aprobé Preu, pero ella lo negó y me dijo que recordaba muy bién que también me había besado el día de mi Primera Comunión.

Hablaba un francés casi sin acento asturiano muy rico en vocabulario, sin haber salido de España más que en su viaje de bodas. Llevaba las cuentas de la casa anotando en cuadernos cada uno de los gastos y el balance de la caja. Sumaba ristras interminables de números a la velocidad con la que sus ojos descendían por las columnas de las unidades, decenas, centenas, con solo una pausa al final de cada columna para anotar el resultado. Nunca he visto un método tan eficiente.

El día que aprobé el Preu es uno de los primeros días de mi vida de los que tengo un buen recuerdo. Hasta que me casé, fui siempre un estudiante mas bien mediocre. Durante todo el bachillerato tuve semanalmente unas notas terribles, a pesar de que al final, generalmente aprobaba. Pero volvamos de nuevo al tema del aprobado de Preu.

Estábamos en Luanco, y Juan Ferrari , por cierto ¿Qué habrá sido de Juan Ferrari?, se había comprometido a mandarme allí las notas. Recuerdo que llegué a casa, y vi que había un telegrama clavado en la llave de la puerta.
APROBADO TODO. ENHORABUENA
Aprobar el Preu significaba decir por fin adiós a los Padres Marianistas, a las notas semanales de colores, a mis complejos, y empezar una nueva vida... Aprobar en Junio el Preu me dio tanta moral que me creí capaz de todo y me metí en la aventura de hacer Industriales.

Pero esa ya es otra Historia.

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